Politorium, por Leandro Area Pereira
A lo mejor es que seguimos pensando en la Democracia aquella, como si ella continuara existiendo en definitiva primavera, impávida eternidad de nuestro orgullo. Y lamentablemente esa ilusión es con la que estamos atados a un patrón de anhelos y conductas que es ficticio e implica que el resultado de frustración, relación entre aspiraciones y logros, esté asegurado.
Esta romántica y perversa concepción ya dicha, trae como consecuencia que la decepción colectiva e individual con sus consabidas respuestas de indiferencia, abulia, evasión, desesperanza, fragilidad anímica y rechazo, individual y social, sea el mercado más próspero para los socios que invierten concienzudamente en tal negocio, el de la dictadura digo, que son sin duda el gobierno y sus aliados, a los que tendríamos que sumar, paradójicamente, algunos que deambulan guasones por los pasillos de la oposición.
Y es que el modelo de respuesta opositora que nos domina desde hace algunos años y que parece más bien de siglos interminables, debe ser revisado y transformado, con Juan Guaidó a la cabeza de esos trámites, para generar los cambios que nos permitan superar la etapa estacionaria, empantanada, especie de guerra de trincheras, a la que se nos ha llevado calculadamente.
Porque la acción política no puede reducirse enfermiza a la tensión entre gobierno y oposición, a lo que se cocina en Miraflores y se responde o no en la Asamblea Nacional, ni queda exclusivamente en las redes sociales, ni se expresa solo en artículos de opinión, ni más faltaba. Para nada, la política queda en la gente, en el cada quien y su compleja relación con los otros, en la vida cotidiana comenzando por el bolsillo y después que venga lo demás.
Y si allí reside su geografía, por qué no llegarnos hasta allá y dirigimos todo nuestro esfuerzo a caminar y encontrarnos en ese su territorio natural. Eso es lo que espera la ciudadanía de los que se dicen políticos y no el espectáculo de hoy.
Porque en Venezuela la política ha quedado clausurada, vaciada de contenido y por tanto de propósito, de partidos, de gente, y de líderes también. La política venezolana, con los políticos adentro, ha sido succionada, abducida, como en una especie de acción llevada a cabo por seres extra terrestres. Más que de ficción, de película macabra o de Hadas pareciera.
Se ha convertido en vacío lleno de un listado o agenda impuesta desde el gobierno a la que la oposición responde con total inocencia, supongo. Ahora esta vedette incomprensible, especie de fenómeno de circo que todos observan con sorpresa y que llaman “la política venezolana” se hace, maquilla, discute y determina desde distintos escenarios y foros, en su gran mayoría internacionales, que vendrán a ser buenos o malos dependiendo de todas las circunstancias posibles menos de una voluntad surgida de entre nosotros mismos.
La política que vivimos o padecemos es en todo caso circunstancial y no sustancial, está alienada, responde a un inexistente diálogo entre marionetas sordas que no tienen público real, en un país o selva más bien, arruinado a conciencia, material, moral y políticamente.
Pero si nos ponemos a ver en ese espasmo perentorio que llamamos calle, con nuestros ciudadanos que la habitan padeciéndola, es hacia dónde debemos fijar prioridades y acciones. Porque es en esa inmediatez existencial, la vida diaria, donde la gente padece, escarba y muere sin voz ninguna de esperanza, sin horizonte alguno.
Desde adentro hacia adentro así debemos ir, con todo lo demás que sume y ni estorbe ni encandile, sin caer en la alucinación de la salida externa y mágica que no vendría sino a corroborar las cuatros hipótesis que manejo sobre las razones profundas del comportamiento sociopolítico del venezolano que nos ha traído históricamente hasta estas orillas, a saber: inseguros por huérfanos; resentidos de invasión; turbios de libertad; y, viciosos de poder o por no poder.