Pompeyo Márquez versus Santos Yorme, por Eloy Torres Román
En una ocasión escribí a Teodoro Petkoff sobre el orgullo que sentía por su amistad. Como también dije que él representaba, junto a otros, el símbolo de la voluntad rimbaudiana de pretender cambiar la vida y hacerla más justa. Asimismo, subrayé que su ejemplo enriqueció la savia con la cual varias generaciones nos alimentamos. Teodoro, Gustavo Machado, Pedro Ortega Díaz, Germán Lairet, Freddy Muñoz, Alberto Lovera, Antonio José Urbina y Eloy Torres, entre otros, han constituido una referencia de ética, sacrificio, honestidad, inteligencia, humildad y coraje a raudales. Pocos políticos poseen esos atributos.
Entre esos pocos políticos destaco a Pompeyo Márquez; el legendario Santos Yorme quien hoy estaría cumpliendo 100 años. Es fácil decirlo. Desde 1922 hasta que murió, transcurrió todo el gran siglo XX, el corto (1917-1991) como lo llamó Erick Hobswbam, el historiador inglés. Pompeyo, vivió ese siglo XX, con grandeza, audacia, honradez, inteligencia y valentía. Fue un hombre que sobrevivió a la persecución policial (Pedro Estrada, con la Seguridad Nacional, lo persiguió a muerte)
Durante 10 años, vivió sumergido en las catacumbas, de donde salió victorioso el 23 de enero de 1958. Su vida fue un cúmulo de éxitos y fracasos, de errores y aciertos, de penurias y alegrías. Prueba de ello es que, tras superar el periodo clandestino contra la dictadura de Pérez Jiménez, le tocó, de nuevo, sumergirse en una compleja realidad. Él mismo, junto con otros se encerraron en un delirio fantasioso por lo insurreccional. Faltaba que se cumpliera lo que ellos generaban colateralmente con su valiente, pero, irresponsable juego de la insurrección armada. Fue hecho preso.
Pompeyo vivió en esa oportunidad 3 años y 19 días en la cárcel militar. En ella asimiló, que “por muy amarga que fuere la derrota es un elemento existencial de gran valor y tiene: “…una dignidad que la victoria no conoce”; esto último lo destaca Jorge Luis Borges.
Pompeyo entre las cuatro paredes de su ergástula, caviló y se empeñó en la urgencia por rectificar la senda violenta que había asumido en 1961. Había que agostar el militarismo creciente en las filas del PCV; el cual había sido invadido por todo tipo de individuos, llamándose “comandantes”. Un absurdo total. Se obligó en diseñar un plan que contribuyera a crear una política para que el PCV se permitiera volver a la legalidad. La “paz democrática”, frase tomada prestada de Lenin sirvió para galvanizar a lo mejor y más valiente de ese partido, su partido para retomar la senda de la racionalidad y del realismo político. Esa propuesta política sirvió para iniciar la superación del dogmatismo comunista incrustado en su alma e iniciar un giro copernicano, con una óptica democrática y estrictamente venezolana.
Pompeyo y el PCV, junto con la combativa y gloriosa Juventud Comunista enfrentaron a tres enemigos al mismo tiempo:
El primero, el gobierno y sus servicios represivos. No se estaba jugando. Hubo intolerancia de ambos lados. Violencia de parte y parte. La represión no distinguía entre quienes buscaban oxígeno y quienes quería seguir con los combates. Había que buscar un punto intermedio para sanar las heridas y reconstruir al PCV desde una perspectiva política. Era necesario un repliegue político. Volver a las masas, como se decía, que no era otra cosa que discutir los problemas de la gente y no encerrarse en una reiterada fantasía insurreccional.
El segundo, en el propio seno del PCV había un grupo relativamente grande, como significativo de militantes que creían ciegamente en la vía insurreccional, como la verdadera solución. Por lo que hablar de “Paz democrática y sentarse a conversar con el enemigo, es decir, con los causantes de nuestros muertos, era una traición a nuestros principios revolucionarios”. En esa postura algunos militantes del MIR acompañaron a los militantes del PCV que compraron el tiquete de continuar con el juego irresponsable de la insurrección armada.
El tercero, esa postura de ciertos militantes del PCV fue comprada y estimulada por Fidel Castro, el pretendido mesías revolucionario cubano. Un hombre ensoberbecido por los tiempos experimentados y quien supo manipular a quienes veían en él, al faro luminoso de la revolución armada. Él hablaba de traición a quienes postulaban una salida negociada a la crisis venezolana.
Esos tres factores conspiraban contra el pensamiento político de la dirigencia del PCV y de la JC. Pompeyo asumió la defensa desde la cárcel contra las pretensiones del líder cubano de dirigir el proceso político venezolano. Felizmente esa dirección clandestina, valiente y plena de arrojo, “trabajaron a la calladita” para construir un túnel por dónde pudieron escapar Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y Guillermo García Ponce. La dirección del PCV, encabezado por Alonso Ojeda Olachea, junto con Antonio José Urbina (Caraquita) jefe de la JC y del operativo del plan de fuga, mantuvieron un enlace con la permanente y consecuente Socorro Negretti de Márquez. Ellos, se comunicaban muy secretamente con Pompeyo y los otros compañeros de cárcel, gracias a ella quien servía de correo para realizar el “gran escape” en febrero de 1967.
Ya en la calle, Pompeyo publicó su libro “Una polémica necesaria”. Esta publicación sirvió de aliciente a los maltratados militantes para reencontrase con su destino desdibujado por los errores de la insurrección armada y violenta. Pompeyo se enfrentó al “piache” de la Habana. En su libro escribió que el PCV no era agencia de ningún centro de poder del mundo. Ello fue una muestra que marcaría al grupo que fundó al MAS, como la referencia original de que una fuerza política no debe ser agente de ningún interés extraño al país.
Felizmente, Pompeyo supo encarar sus errores y superarlos. Rompió con el dogmatismo comunista del marxismo-leninismo. Pompeyo fue lo suficiente reflexivo e inteligente para, junto con sus camaradas, reconocer sus errores. Él supo vivir con ellos, y encontrar suficiente sabiduría para aprender de ellos, cada vez más. Fue un socrático; en el sentido que actuaba como pensaba, un sanjuanero sencillo, lector voraz, magallanero, amigo de sus amigos, valiente y decidido, padre, esposo, abuelo, bisabuelo, tío y padrino. Dueño de una gran memoria y una voluntad por el recuerdo, propias del individuo que procura no repetir sus errores.
Pompeyo, bebió del dogmático marxismo leninismo, pero, felizmente, siempre tuvo a Don Rómulo Gallegos en su sangre. No es casual que su seudónimo “Santos Yorme” fuese inspirado en la figura de Santos Luzardo, como también su empeño en llamar “Cantaclaro “tanto a la Editorial del PCV, como el edificio donde éste construyó su sede, en San Juan, el popular barrio caraqueño, dónde él se crio.
Pompeyo fue un hombre que respiraba tolerancia; prueba de ello es la manera como él se relacionó con sus adversarios, incluso, con quienes tuvo cruce de palabras, duras y fuertes, al calor de la política. Viajó y fue un diplomático de excelencia; ejerció ese oficio con sencillez, pero con fuerza argumentativa. Hubo un momento que viajó a La Habana. Fidel al tanto de su visita, se reunió con él. El líder cubano, le llevó de regalo todas las caricaturas en las que ridiculizaban a Pompeyo y que publicaron en el Granma, el diario del partido comunista de Cuba. Ambos rieron recordando las desavenencias. Pompeyo, jamás se amilanó ante nada, sin necesidad de ser vulgar o grosero.
Pompeyo fue un defensor de su dignidad y no bajó nunca la cabeza; me permito colocar sobre la mesa de los recuerdos, un detalle de cómo, Pompeyo, compartía opiniones con sus compañeros de gabinete, cuando el Dr. Caldera lo designó ministro de Estado para asuntos fronterizos. El exudaba auctoritas; aunque no todas las veces, ni todos, le reconocían esa condición. Hubo un momento cuando un miembro de ese gabinete, con su estilo florentino, fácil y raudo para la intriga, manifestó, delante del Dr. Caldera que, en ese gabinete, había un grupo de personajes que no merecían estarlo y que, si estaban en él, era para ganar prestigio. Pompeyo, como buen magallanero, agarró la bola y lanzó una recta al florentino, con estas palabras: “Si es mi caso, no necesito estar en el gabinete de Rafael Caldera, para ser quien soy:” ¡Soy Pompeyo Márquez y creo, soy notable, por muchas razones que no tiene nada que ver con la de muchos que están sentados aquí!”
No puedo obviar que en la parroquia San Juan Pompeyo edificó, desde la adolescencia, una más que fraternal amistad con Eloy Torres. Mi padre y él fueron hermanos y amigos, cómplices de tantas vivencias y aventuras, personales y políticas. Basta evocar el momento cuando ellos se reencontraron. Él, fugado del San Carlos y Eloy, recién ingresado clandestinamente al país para asumir las riendas de su partido maltrecho; lo hicieron corriendo los peligros y riesgos de la clandestinidad.
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Me permito subrayar que sus hijos son mis hermanos y de los míos; mis hermanos y yo, somos hijos, sobrinos y ahijados de él y de Socorro Negretti. Pompeyo es para nosotros, un padre, un tío, pero fundamentalmente el amigo solidario de mi padre y de mi madre, “la Negra” Carmen.
No puedo eludir de mi escrito el dato acerca de la familia que construimos con otros amigos, gracias a la hermandad de Pompeyo y Eloy. Me refiero a los García – Castro; es decir, Malaquías García y Margot Castro quienes fueron los amigos fraternos en los momentos más difíciles de nuestra existencia. Un par de sanjuaneros y miembros de “la pandilla Güirirí” quienes arriesgaron su vida, en más de una ocasión por Pompeyo y por Eloy. Hoy, sus hijos, los de Pompeyo y Socorro y nosotros, somos hermanos, en las buenas y en las malas, como quien dice.
Hoy, Pompeyo cumpliría 100 años. Todo un joven con una experiencia rica en éxitos y derrotas, sufrimientos, penurias, victorias, pero fundamentalmente en amistad y bonhomía, promotor de tolerancia y respeto por el ser humano. Pompeyo Márquez, exuda la condición de ser un apasionado; como diría el filósofo alemán Hegel: “Sin pasión, nada grande se hace en la historia”. Pompeyo, todo lo hizo con ese condimento esencial: la pasión. En una ocasión escribí que Pompeyo superó a Santos Yorme. El segundo no tuvo tiempo de cometer errores; fue un triunfador. En tanto que Pompeyo, cuyo nombre sigue dando que hablar, representa, –a pesar de los errores que él reconoció, son parte de su vida– el epítome de su esfuerzo por una vida más civilizada para Venezuela. ¡Gloria a Pompeyo Márquez!
Eloy Torres Román es Analista internacional y miembro de @COVRI_org
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