Populismo, populistas y sus “buenas intenciones”, por Luis Ernesto Aparicio M.
Aunque un poco a destiempo, lo que no le resta valor he importancia, me detuve a leer el último estudio del Banco Mundial, llamado: La pobreza y prosperidad compartida, con unos datos que impresionan a simple vista.
Siendo la pobreza, un concepto que tantos manosean al momento de sacar partido y al cual muchos, de esos tantos, dejan atrás al instante de iniciar una gestión de gobierno. Sobre todo, ese universo que se mueve entre las líneas del populismo, con un discurso adaptado a la población que se mantienen dentro de sus franjas.
En este estudio, el Banco Mundial lanza una alerta por demás preocupante cuando determinan que para el 2030, “casi 600 millones de personas deberán subsistir con menos de USD (Siglas en inglés que traducen: dólares estadounidenses) 2,15 al día”, el equivalente a una bebida gaseosa en los Estados Unidos.
Ante ese panorama, no podría imaginar la situación de los niños en América Latina que ya de por si presentan grandes traumas y problemas de salud como producto de la desnutrición que se ha venido profundizando en sus países, mientras las ofertas de «prosperidad» llueven a granel durante los procesos electorales.
Y es que América Latina posee profundas raíces de pobreza que incluyen la desigualdad económica, la falta de acceso a servicios básicos, la discriminación y la corrupción. La persistente brecha entre ricos y pobres, la falta de oportunidades y los problemas estructurales han contribuido a altos niveles de pobreza en la región.
Los políticos populistas en América Latina a menudo utilizan la pobreza como una plataforma para ganar apoyo popular. Sus estrategias incluyen el uso de un lenguaje emotivo para conectar con la población empobrecida, prometiendo cambios radicales y una mejor calidad de vida.
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Dentro de sus «buenas intenciones», los populistas se enfocan también en promesas sobre una verdadera y justa distribución de las riquezas que se generen, incluyendo programas de asistencia social, viviendas asequibles y acceso a la educación y atención médica. Evidentemente, sin algún programa detallado, más allá de unas dos o tres líneas.
No obstante, el mayor de los atractivos para esas «buenas intenciones» de los populistas, radica es en la lucha en contra de las «elites corruptas» y las instituciones internacionales que les amparan, mostrándose a sí mismos como los defensores de los derechos de la gente común.
Si bien el populismo puede movilizar apoyo inicial, a menudo conlleva implicaciones negativas que afectan directamente al necesitado, a ese al que la pobreza le va ganando terreno día a día.
Por ejemplo, por lo general las promesas de redistribución de las riquezas llevan a políticas insostenibles, como el gasto público excesivo o la nacionalización de industrias, que a largo plazo pueden debilitar la economía, tal y como ha ocurrido en Venezuela desde las abusivas expropiaciones y nacionalizaciones llevadas a cabo por el «patrón» del nuevo estilo populista mundial: Hugo Chávez.
Pese a esto, lo más peligroso para la recuperación de la pobreza, sigue siendo el hecho de que los ciudadanos se conviertan en dependientes de los programas de asistencia social que se implementan como sustitución a los reales programas de gestión de gobierno para lograr impulsar soluciones estructurales a la pobreza.
Esto no excluye que los líderes populistas pueden socavar las instituciones democráticas y el estado de derecho en su búsqueda de poder y control. Es decir, acabar con los pesos y contrapesos que ofrecen las estructuras democráticas, incluyendo la violación de la Constitución para alcanzar esos últimos fines.
La pobreza en América Latina crea un terreno fértil para el surgimiento de políticos populistas que prometen soluciones inmediatas y a menudo simplistas a problemas complejos. Aunque estas promesas pueden generar apoyo, es crucial evaluar de manera crítica las estrategias de los líderes populistas y considerar las implicaciones a largo plazo.
En la región se debe trabajar en abordar las causas profundas de la pobreza, como la desigualdad y la corrupción, mientras se fomenta un sistema político más transparente y sólido que permita la participación ciudadana en la toma de decisiones. La lucha contra la pobreza en América Latina requiere soluciones sostenibles y equitativas que vayan más allá de las retóricas populistas.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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