Por la educación y la dignidad, por Rafael A. Sanabria M.
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El gobierno ha adelantado cómo será la planificación del nuevo período académico, cuáles serán las medidas preventivas, si se trabajará siete por siete y pare de contar. Pero no hablan del mísero sueldo de los educadores. Han olvidado al sueldo y también la condición humana del docente, considerándolo el último eslabón de la sociedad. Tratándolo en consecuencia.
Es asombroso escuchar al Presidente soñando con los proyectos educativos que avizora, da la impresión que vive en las seudoninfas de García Márquez. Promete y promete en un país donde no hay nada, todo está quebrado. Habla de llevar internet a las escuelas cuando él está claro que Cantv y Corpoelec están en el suelo. Lo más alarmante es decir que vamos a volver a las aulas en medio de la pandemia (¿O es que ya se acabó la pandemia señor Presidente?), porque muchos centros educativos aún son albergue de contagiados.
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En otros países los educadores son valores importantes que ocupan el primer peldaño. En Venezuela somos los olvidados esclavos de un régimen que, a punta de amenazas con quitar cargos, somete a hombres y mujeres cuyo pecado es haber sostenido en hombros a la educación venezolana. El gobierno no intenta dialogar sobre las necesidades de los trabajadores del saber. El patrón empleador no busca llegar a un acuerdo, de mera humanidad, con unos ciudadanos decentes e indispensables, sino que se envalentona y amenaza con enviar unos muchachos no capacitados para “dar clases”. Ponen así un arma apuntando a la sien de su rehén: la juventud e infancia venezolanas, algo así como: si los maestros no ceden a sus ínfulas de querer comer, entonces degradaremos aún más la educación venezolana para llevarla a un nivel nunca antes visto. No olvidemos que las misiones Róbinson, Ribas y Sucre actualmente están en absoluta ruina e inoperatividad.
El gobierno entrega frecuentemente bonos que doblan el sueldo de los docentes. ¡Qué burla para el magisterio venezolano! ¿Y el ministro? Bien gracias. Pero sí tiene voz de mando para decirle a los maestros que se reincorporen el 16 de septiembre, cuales esclavos, por dos lochas.
No vengan con la vieja justificación de que no tenemos vocación, la hemos demostrado fehacientemente durante los últimos 10 años, porque el PAE no aliña ni coloca sal si el maestro no colabora, los sanitarios del plantel no se asean si el educador no trae de su casa cloro y desinfectantes, los docentes escriben en el pizarrón porque compran el marcador (uno solo le cuesta varios días de sueldo), se hacen carteleras porque lo educadores compran los materiales, entre otros. Todo esto con el pírrico sueldo que nos pagan, entonces ¿quién sostiene la educación en Venezuela?
Muchos educadores ya han dejado su profesión para dedicarse a otra actividad que les permita sobrevivir, frecuentemente la buhonería. Una insigne educadora con 18 años dedicados a la docencia me informó que, tristemente, no volverá a la escuela el próximo mes si no hay una solución factible. Con su sueldo no puede ni comprar polvo de lavar y llegar limpia y decentemente a la escuela, mucho menos puede comprar alimentos.
Algunos educadores han muerto en el camino porque no tenían los recursos para cubrir sus enfermedades y ni siquiera pudieron tener una sepultura digna porque seguro funerario no tenían y comprarlo es una utopía.
Estimado Aristóbulo Istúriz, los educadores venezolanos se mueren, literalmente, de hambre, su compensación no satisface ni sus más elementales necesidades.
Ser pacientes y estoicos ha sido una digna actitud, pero actualmente eso sería ser cómplices de una barbarie. El gobierno intenta salir de los maestros y sustituirlos con un ganapán no preparado. Pretende que seamos nosotros quienes cavemos una gran fosa común para ellos echar allí toda la educación, todos los valores, cualquier esperanza de la juventud por un futuro mejor.
En verdad ya no tenemos nada que perder, ni sueldo (mísero), ni valores (se imponen envalentonados de manera violenta y pretenden respuestas a su mismo bajo nivel), ni educandos (antes de la pandemia ya estaban faltando por no poder sustentar ni su mal alimentada presencia). Cualquier mínimo avance en estas direcciones será una gran diferencia en pro de un país que se nos está evaporando. Ya no tenemos nada material que perder pero sí mucha dignidad que conquistar.
A los educadores que se sienten agradecidos por quien les otorgó el cargo, es hora de que abran los ojos: el hambre y la enfermedad no saben de colores, menos de partidos políticos. Lo que hoy estamos defendiendo es nuestro derecho a vivir dignamente.
Es tu decisión educador, seguir soportando toda la vejación a la que hemos sido sometidos o darle un freno contundente al opresor. ¡Volver a las aulas sólo si hay sueldo digno!
Yo soy maestro.
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