Por la libertad de Daniel y Andrés seguiré luchando, Griselda Reyes
Cada vez que recorro el país, suelo detenerme a conversar con mucha gente, personas de todos los estratos sociales, con distintos niveles de formación académica – muchas con apenas el sexto grado de primaria aprobado –, que profesan religiones distintas y abrazan posturas políticas diferentes a la mía.
Y como la realidad no se puede tapar con un dedo – aun cuando el desgobierno invierte miles de millones de dólares en propaganda política para vender una realidad inexistente –, la crisis económica y social siempre está presente en la vida de todos. A todos nos afecta este caos, algunos en mayor y otros en menor medida, pero hay un sentimiento común en la totalidad de ellos: Venezuela urge un cambio de gobierno y de modelo, de inmediato.
Los datos más recientes de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) correspondientes a 2019 – 2020, son suficientes para encender todas las alarmas: 96% de los hogares venezolanos viven en situación de pobreza y 79% en pobreza extrema. Estas cifras me parten el alma porque, después de ser uno de los países más ricos y prósperos del continente americano, pasamos a ser el más pobre de toda América Latina y hoy estamos al mismo nivel de subdesarrollo y atraso que muchos países africanos.
¿Sentirán algo quienes desde hace 20 años ocupan puestos de poder y ocasionaron tal daño a un país y sus habitantes? Me atrevo a decir que no, porque no hay amagos para rectificar ni mejorar. Lo de ellos es el poder por el poder, para su beneficio y provecho.
El sábado pasado estuve en Carabobo. Visité dos municipios (Valencia y Carlos Arvelo), para reunirme con las estructuras de nuestra organización política Acción Ciudadana En Positivo (ACEP). Aprovechamos e hicimos algunas paradas en sectores emblemáticos de la parroquia Miguel Peña, donde cada testimonio relatado nos llevaba a pensar que también el Creador se olvidó de los venezolanos.
¡Cuánta indolencia de los funcionarios que, se supone, tienen la obligación de gestionar soluciones a tantos problemas! ¿Cómo no se va a propagar el Covid19 si ni siquiera tienen agua potable para lavarse las manos? ¿Cómo guardan la cuarentena cuando no tienen recursos para sobrevivir en el encierro?
Daniel y Andrés tienen 9 y 8 años, respectivamente. Ambos niños se detuvieron a conversar con nosotros cuando salíamos de una pequeña asamblea que realizamos en casa de un dirigente comunitario en Miguel Peña – siempre siguiendo las estrictas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud para evitar el contacto directo –.
A esa hora de la tarde iban a “trabajar”. Su trabajo consiste en trepar matas de mamón para, posteriormente, vender la carga. El monto que hacen de la venta se lo reparten entre tres, pues al dueño de la casa donde está la mata de mamón cobra la mitad.
Así como esos niños están dejando su infancia en las calles y abandonando su formación académica para convertirse en hombres antes de tiempo, así están millones de venezolanos que ven en el Covid19 un enemigo lejano e inofensivo, en comparación con el enemigo contra el cual tienen que luchar cada día: el hambre.
¡Cómo duele esta realidad! Y más duele la apatía de los gobernantes que no son capaces de ponerse en los zapatos del otro, que no tienen la capacidad para tomarlos en cuenta e interesarse realmente por sus necesidades y emociones. Es lo que llaman empatía social. Están ausentes de ella.
Pero tampoco son asertivos, porque adolecen de esa capacidad para decir y expresar opiniones, necesidades y emociones de forma clara, respetando las necesidades, emociones y derechos del otro. Los extremistas solo defienden su punto de vista y su realidad y no les interesan las necesidades y opiniones de los otros.
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Por eso, quienes trabajamos a diario por impulsar el cambio de gobierno y de modelo, debemos hacer un ejercicio real de empatía y asertividad. Yo no quiero imponer mi verdad, porque no tengo la verdad absoluta, pero sí quiero crear conciencia ciudadana para que los venezolanos sepan que podemos aspirar y vivir en un país mejor; y que construir ese país soñado pasa porque todos los sectores nos involucremos en esta ardua tarea.
Hablamos de la participación ciudadana activa en todos los asuntos de la nación, la herramienta que nos permitirá como sociedad empoderada ser parte de la transformación. Los invito a dejar de lado la queja y seamos propositivos; dejemos de creer en mesías y convirtámonos en la fuerza real de transformación. Nadie vendrá a defendernos. Quienes aspiran y desean un país diferente, deben contribuir a lograrlo. Nuestra responsabilidad es con Venezuela, con nosotros mismos, con nuestros hijos y las generaciones venideras.
Estoy segura que a lo largo del país seguiré viendo a tantos Daniel y Andrés, arriesgando sus cuerpitos famélicos para monear matas de mamón o de mango, vender la mercancía y procurarse alguna platica que les permita llevar algo de comer a casa. Por su libertad individual, por su desarrollo profesional, por su independencia financiera, por ellos seguiré luchando. Ese es mi compromiso.