Por la luz que de ti recibimos, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Desde que Gramsci apareció en el mundo de los pensadores marxistas, estos se fueron alejando, poco a poco, de la versión épica de la toma de poder. Empezaron a dejarse de eso de estar buscando tomas de La Bastilla o palacios de invierno, o tomando el cielo por asalto como los comuneros de Paris, o emprendiendo grandes marchas, como las de Mao. Por supuesto que algunos nostálgicos tiraron la parada, empeñados en que la historia eternizara en bronce sus nombres cual héroes griegos. Tal fue el caso de Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes se lanzaron sus asaltos al Moncada y a Miraflores, con las consecuencias que todos conocemos: dos chapuzas a las que solo la historia oficial de Cuba y Venezuela, convirtieron luego en fechas patrias.
Pero Gramsci, en realidad, fue el diseñador del «soft landing» de aquellas teorías de la rebelión, proponiendo que la mejor manera de lograr el poder era creando una nueva cultura dominante, debilitando la del «ancien regime», infiltrándola desde adentro, hasta que el viejo poder político, cayera por inercia.
En Venezuela, todos sabemos que Chávez llegó al poder por elecciones libres y con el voto mayoritario de nuestros compatriotas. Algunas leyendas urbanas dicen que Miquilena y el grupo de empresarios que le acompañaban, le convencieron que saliera de su línea abstencionista porque las encuestas indicaban que podía ganar las elecciones. Sin embargo, ya Gramsci (aunque muchos no lo supieran) estaba haciendo sus cameos en la escena nacional. La anti política y la frivolidad habían hecho su trabajo y esa fue la cama hecha para que Chávez pudiera acumular un caudal electoral y derrotar a Salas Romer en el 98.
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Chávez entonces, llega al poder democráticamente, pero como «perro que come manteca, mete la lengua en tapara», inmediatamente fue seducido por un mercachifle de la política como Norberto Ceresole, que le vende una baratija: Las figuras históricas, como él, no necesitaban intermediarios para gobernar. Así, Chávez le compra la formula «Caudillo-Pueblo-Ejercito».
Hugo Chávez, quien también y con anterioridad, había sido seducido por Castro, resolvió parapetarse detrás de aquel pasticho ideológico, para desgracia de todos los venezolanos.
No obstante, para que esa fórmula «castroceresoliana» funcionara, había que liquidar todas las estructuras entre el caudillo y el pueblo y, sobre todo, había que hacer desaparecer lo que ellos llaman, la «cultura dominante».
Esta tarea era urgente para Chávez porque su «revolución», no solo nunca tuvo una épica, sino que perdió rápidamente el apoyo de los pocos intelectuales y académicos que en un principio le apoyaron.
Se habrán preguntado desde el gobierno: ¿Por dónde hay que empezar, entonces, para liquidar la inteligencia de un país? La respuesta es sencillísima: Por las universidades. Sobre todo, porque ese proyecto demencial, personalista, centralizador y antidemocrático, nunca tuvo apoyo en las universidades. En efecto, nunca ganaron una elección estudiantil o profesoral y nunca lograron doblegar a la universidad autónoma y democrática.
De esta suerte, las universidades se convierten en una piedra en el zapato al proyecto hegemónico del chavismo y, en consecuencia, un blanco a destruir.
¿Cómo se tiene que obrar para lograr este objetivo, sin tener que pagar el alto costo político de meter los tanques a los campus y encarcelar profesores y estudiantes? La respuesta es sencilla: Asfixiarlas económicamente.
Cortar las fuentes de ingreso a una institución, produce el mismo efecto que hacerlo a una persona: primero comienzas a sentir limitaciones y luego, avanzas progresivamente hacia la depresión, cuando sientes que no podrás valerte por ti mismo.
Ahogar económicamente a las universidades, comportaba también someter a sus profesores, estudiantes y a su personal obrero y administrativo además de la ruina de la infraestructura y la dejación obligada de las funciones de investigación, extensión y la propia docencia.
Poner a un profesor, con doctorado, en el máximo escalafón académico, a ganar 30 dólares, no es el resultado de la mala administración del país. Es un plan para desmoralizarlo, para doblegarlo, para hacerlo tirar la toalla. Colocarlo en el «corredor de la muerte» al quitarle los seguros, la asistencia sanitaria y las prestaciones sociales, es una acción deliberada para decirles que su salud y su vejez las tiene el régimen en un puño.
Por eso, echamos de menos que este argumento se soslaye, reduciendo el tema a una disputa por unos organismos de prevención social que, por supuesto deben rendir cuentas y convocar elecciones, pero que están arruinados en verdad por la asfixia del gobierno a las universidades.
Que las universidades necesiten una ayudita por el amor de Dios, nadie puede negarlo y es de buenas maneras, de acuerdo con el Manual de Carreño (no el de Pedro) agradecerlo a quien se le ocurra darla, pero el papel de la dirección universitaria, de sus profesores, estudiantes y trabajadores es luchar, movilizarse y obligar a revertir este genocidio de la academia que está teniendo lugar en todo el país, en cumplimiento (lo repetimos) de un plan diseñado para hacernos de lado y fortalecer un régimen que es incompatible con la libertad de pensamiento y la libre academia.
En nuestro himno juramos lealtad a la UC, una lealtad en retribución a la luz que de ella recibimos por nuestra formación y la de nuestros hijos. Luchar por ella es lo menos que podemos hacer.
Julio Castillo Sagarzazu es maestro.
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