Por la razón equivocada, por Carolina Gómez-Ávila
Twitter: @cgomezavila
Digamos que un día su ánimo le pide ayudar al necesitado. Quizás no sabe que el hambre sea una de esas calamidades que nunca vienen solas y supone que, al calmarla en otro, lo dejará sin problemas. De modo que elige dar de comer al necesitado.
En el proceso nota que esto lo reconforta tanto que quisiera conservar la sensación, así que decide tomar algunas fotos. En esta aparece usted cocinando, en esa repartiendo raciones con algunos otros que también quieren ayudar, en aquella otra está el necesitado. Si usted tiene suerte lo verá sonreír para la cámara y mostrar agradecimiento; si la tiene él, lo verá saciar su hambre fingiendo que no está desesperado mientras usted lo humilla inmortalizando el momento.
Por supuesto que las fotos terminarán en sus redes sociales —las de usted, el generoso— donde propios y extraños lo aplaudirán por haber hecho el bien. Sí, en parte usted hizo el bien. Pero lo que creyó hacer por el hambriento en realidad lo hizo para alimentar su vanidad, la espiritual.
Digamos que usted quiere hacer amigos y en las redes sociales se muestra tolerante con todo el que llega. No importa si lo agreden los incontinentes o los que cobran por eso, porque usted camina sobre las aguas. No devuelve insultos y adopta una elegante indiferencia, sin segregar a nadie; es decir, actúa la tolerancia. Usted pensará que hace bien, pero sólo intenta controlar lo que los demás piensan de usted, al precio de su respeto por sí mismo. Lo hizo por lograr aceptación.
Un paso más. Digamos que usted quiere practicar el recto proceder, esa cosa tan poco apreciada que es hacer lo correcto y que a menudo queda en entredicho porque nace en su íntima apreciación sobre lo que es bueno y lo que es malo. Pero igual, digamos que usted se asoma más allá del gamelotal, atisba lo que es lo correcto y decide que quiere proceder así en su vida.
Entonces da de comer al hambriento y no se le ocurre fotografiar el proceso y logra armonizar la tolerancia con el respeto por sí mismo sin dar espacio a quienes lo insultan para creerse aceptado. Y huye de eufemismos y llama a las cosas por su simple y a veces duro nombre.
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Y decide que es hora de practicar la ciudadanía, aunque reconozca que nos educaron mal y que no se trataba de respetar las señales de tránsito ni de comportarse con modales en la calle. Así que aquí está, en esta circunstancia horrible, y no sabe bien cómo participar en la vida política junto a otras generaciones, entregadas todas al ensayo y error. Sin saber qué es la república ni como regresar a la democracia que debe estar al servicio de la primera; o peor, diciendo que defiende la república y tomando decisiones antirrepublicanas y poniendo a las mayorías por encima de las instituciones.
Entonces entiende que por eso algunos piden suspender el fraude en curso argumentando la pandemia, aunque lo importante es que es un proceso violatorio de la constitución desde la conformación de la instancia arbitral y que, por lo mismo, está viciado de nulidad.
Y entiende que quizás por eso, Capriles amaga con dar marcha atrás. «Yo lo que estoy planteando es que, si hay condiciones mínimas, avanzamos; si no las hay, si Maduro no entiende que tiene que haber condiciones mínimas, pues sencillamente estará solo con su proceso».1
Condiciones mínimas para que su nombre se salve del gigantesco repudio popular que está sufriendo por su traición a la línea de la coalición democrática, entiendo yo. Sí, traición. La misma palabra que usé para calificar lo que hicieron los 4 Gobernadores adecos al juramentarse ante el esperpento constituyente, la misma que gritamos todos a los diputados alacranes y luego a los que se confabularon para robarse Acción Democrática, Primero Justicia (en veremos) y Voluntad Popular. Por cierto, no vi a nadie dar monsergas llenas de moralina para relativizar esas traiciones como las que he visto para intentar quitarle el peso a Capriles. Pero en todo caso, incluso si Capriles decidiera recular, lo estará haciendo por la razón equivocada.
La imagen que acompaña este artículo es de una cara del relicario de Thomas Becket y describe su vil asesinato en 1170. Becket fue arzobispo de Canterbury en vida y santo 3 años después. Thomas S. Eliot describió su historia y su carácter en el poema Asesinato en la catedral. Tal parece que poco antes de que le dieran muerte, Becket comprendió que la ambición aparece cuando el vigor juvenil se apaga y que, cuando ya no nos parece posible alcanzar ciertas cosas, la tentación del pecado se esconde tras la práctica del bien.
O sea, eso que no han entendido quienes publican fotos en las que dan de comer al hambriento para que todos digamos que son buenos, ni quienes aguantan el escarnio público con voz queda para no perder seguidores en las redes sociales. Eso es lo mismo que tampoco han entendido los populistas que contaminan la actividad política, como Capriles, a quien parece haber dejado este mensaje Santo Tomás de Canterbury en la pluma de Eliot:
«Ahora mi camino está despejado, ahora el significado está claro.
La tentación no vendrá de esta manera otra vez.
La última tentación es la mayor traición:
Hacer lo correcto por la razón equivocada»
1 https://youtu.be/ShpIOLFdM40 (24:46 – 25:00)
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