Por María Corina y la dignidad, por Fernando Rodríguez
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Yo he escrito varias veces que ideológicamente me siento en las antípodas de María Corina Machado, es más, no comulgo con ninguno de los partidos opositores. Me confieso de izquierda, y no veo otro horizonte que el diseñado por Marx, pero que desde hace mucho tiempo ya, creo que esa izquierda debe ser democrática, y crítica al mismo tiempo de la democracia imperante, la de Trump para no complicar, la del billete grande que es casi toda.
Nunca hay que olvidar que el uno por ciento de la humanidad posee tanta riqueza como el noventa y tres o cuatro restantes. Pero a pesar de los límites y las perversiones de ésta (solo piense en Trump y en los millones de ciudadanos que lo apoyaron) la prefiero a la dictadura y, sobre todo, a la nuestra de este siglo que ha sido tan feroz que no solo destruyó el país político sino el país entero. De manera que en todos estos años siniestros de Venezuela, donde brotaron sus entrañas más oscuras, he pensado que hay que unificarse en una política frentista para salir del tirano, y además por la casi inexistencia en el país de una izquierda legítima, noble, de los que sufren.
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Esto es suficiente para justificar a María Corina que ha logrado casi milagrosamente, ella sola, levantar un país aletargado, silente, impensante, para alcanzar esa fecha memorable que es el 28 de julio. Dije que es una proeza y es una proeza. Tanto que llevó a la dictadura a uno de sus peores capítulos, el desconocimiento brutal de la soberanía popular. Y no es que no haya hecho en estas décadas muchas cosas parecidas pero ese día mostró su rostro más feroz y desvergonzado, más imperdonable. Nos humilló hasta más no poder. Y María Corina siguió peleando aquí y en medio mundo. Pero el enfermo siguió muriendo y no sabemos, no sabemos, si va a sanar en esta ocasión señalada.
A lo mejor María Corina pasará sin vencer, tantos han pasado, la historia es movimiento incesante e inclemente. Y habrá que inventar otra cosa. Pero por el momento hay que apoyarla, no solo por la épica que ha forjado sino porque no hay otra carta que jugar, la suya sigue viva, en este paupérrimo panorama político.
A no ser anotarse en unas elecciones en que se pide a los candidatos arrodillarse y jurar que Maduro ganó las elecciones y nunca más poner en cuestión los resultados de los Amorosos de turno. Y se prohíbe participar a la parte más señalada de la oposición por fascistas. Y seguramente sin supervisión internacional -¡somos venezolanos, carajo!- y con todos los trucos de vieja estirpe. Una basura, dijo alguien. Capriles, que tanto silencio cómplice ha tenido, casi siempre de vacaciones, saltó a inscribirse de los primeros en esas elecciones, las más insanas imaginables, por señalar uno antaño respetable.
“Hasta el final” es una metáfora. A lo mejor de la férrea voluntad de la señora Machado. Pero históricamente el final llegará o cuando caiga la tiranía o cuando ese setenta y tantos de venezolanos miren para otro lado, para otra opción liberadora, o dejen de mirar a su polis, a sus prójimos, sucede, a lo mejor es el estado natural del capitalismo reinante. Pero, por ahora, es una canallada tratar de apagar la esperanza que todavía y quién sabe hasta cuándo despertó la incansable dama. Es un deber, es una defensa de la dignidad y la soberanía popular. Es una posibilidad que a lo mejor María Lionza nos brindó, no le falles.
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