¿Por qué Bolsonaro y Putin odian a los homosexuales?, por Fernando Mires
@FernandoMiresOI
Las cosas han cambiado. No es que los homosexuales ya no son discriminados, lo siguen siendo. Pero la idea hegemónica, o matriz, dice que las diferencias, incluyendo las sexuales, son parte de la condición social y de la condición humana. Para los sectores más esclarecidos de las sociedades modernas, ser homosexual o lesbiana es algo tan normal como no serlo. En las grandes ciudades occidentales cada uno puede elegir el color de pelo, la vestimenta que más le gusta, la religión que más lo interprete, y por cierto, la orientación sexual que más convenga a su modo de ser.
En fin, parece que estamos entrando a una cultura de la diversidad, a esa “sociedad abierta” deseada por Karl Popper.
De ahí que cuando son cometidas agresiones a homosexuales, surgen olas de indignación. Esas agresiones pertenecen a un pasado ominoso relacionado con el auge del fascismo que hizo de la persecución a los homosexuales, así como a todas las minorías, un credo, una ideología y una guía. Sin embargo, para políticos de corte autoritario como Putin y Bolsonaro ese pasado no ha pasado. Para ellos seguimos viviendo bajo las normas que impusieron Hitler, Franco, (Fidel) Castro, y otros famosos de la homofobia desatada.
A la vanguardia de la nueva contrarrevolución (o regresión) cultural se encuentran hoy Putin y – el todavía candidato brasileño- Jair Bolsonaro. El primero, criminalizando toda sexualidad contraria a su modelo hetero. El segundo, por sus violentas agresiones -por ahora solo verbales- a la condición gay, a la que vincula al tráfico de drogas y a otras actividades delictivas. En otras palabras, ambos son exponentes de lo que Karl Popper llamaba “los enemigos de la sociedad abierta”.
Lejos están los tiempos en los cuales ser homosexual era un caso clínico. El mismo Freud joven, en su clásico Tres ensayos de teoría sexual (1905) entendía a la homosexualidad como una desviación respecto a una supuesta normalidad genital. No obstante, Freud revisaría posteriormente sus teorías originarias hasta llegar a desahuciar la tesis de la homosexualidad como perversión. Fue cuando descubrió que la polimorfía sexual, a saber, que parte del cuerpo podía ser un órgano sexual, no correspondía a un atavismo de la época infantil reprimida, sino que, por el contrario, es condición de toda sexualidad. Para decirlo en lenguaje más coloquial: cuando amamos lo hacemos con los cinco sentidos.
Lo importante es que partir de un determinado momento, la sexualidad para Freud dejó de estar solo vinculada a la genitalidad, aceptando él la posibilidad de una sexualidad separada del instinto de reproducción. Y si la sexualidad podía ser multiforme en cada individuo, en las unidades colectivas no tenía por qué no serla. Al fin, Freud, tal vez después de lidiar consigo, asumió la tesis de la bi-sexualidad de cada ser, es decir, que lo femenino y lo masculino coexisten en cada uno de nosotros. Ese fue “el escándalo de la ambivalencia”, para decirlo con las palabras de Zigmunt Bauman.
En sus estudios sobre las fobias, Freud adelantó la tesis de que la neurosis proviene de un acto de auto-represión donde una parte del ser no deja vivir a otra parte del ser. Combinada esa teoría con sus tesis sobre los mecanismos de proyección, llegó a la fácil conclusión de que las fobias -en sus formas de odio, aversión y miedo- no eran sino extrapolaciones de la auto-represión interna hacia el espacio externo. Detrás de cada fobia hay un deseo reprimido, fue su conclusión. Así como la xenofobia es la proyección hacia afuera del miedo “a lo extraño” (lo extranjero, lo incomprensible, lo unheimlich) que hay en cada uno, la homofobia es la proyección agresiva del sexo opuesto interno que anida en cada ser.
Como siempre Lacan completó a Freud sin intrincarse demasiado en el tema de la sexualidad. De acuerdo a dos de sus premisas, la que dice que el objeto no produce su deseo sino el deseo al objeto, y la segunda: la que afirma que el objeto del deseo no es el verdadero objeto del deseo, llegó a entender que el goce del ser no está en el objeto sino en la búsqueda del objeto. Visto así, el deseo, tanto homo como hetero, son dos caminos que conducen a la búsqueda del objeto oscuro (y desconocido) del deseo y, por lo tanto, ninguno puede alegar primacía sobre el otro. El objeto del deseo, para decirlo en clave de síntesis, es para Lacan una creación provisoria del deseo y, en consecuencia, no hay objeto privilegiado. Y sin ese privilegio, no hay, no puede haber desviación alguna.
Reprimir en sí mismo la búsqueda del objeto conduce a un empobrecimiento del ser en cuanto ser, del que se defiende cada sujeto agrediendo a lo que niega fuera de sí, vale decir exteriorizando la negación del sí mismo en contra de otro seres. Ahí se encuentran los soportes básicos de la homofobia. Y si alguien no ha entendido lo que he querido decir, he de recomendar dos excelentes, antiguas y clásicas películas, dos que dicen más que cualquier tratado sobre la homosexualidad. Una, Reflejo en un ojo dorado de John Huston (1967) con el enigmático Marlon Brando y Elizabeth Taylor, más linda que nunca. La otra es El Sargento de John Flynn (1968) con el inolvidable Rod Steiger. En ambas películas podemos ver la tragedia de dos militares formados según los cánones de la más estricta masculinidad, reprimir su homosexualidad interior para proyectarla de modo radicalmente sádico en contra de personas de rango inferior. Tal como lo hacen políticos como Putin y Bolsonaro
No deja de ser interesante constatar que tanto Putin como Bolsonaro, así como Brando y Steiger en sus respectivas películas, tengan formación militar (en Putin derivada de su profesión de agente secreto). Ambos son masculinistas hasta la exageración. Rinden culto al cuerpo viril, practican el desprecio hacia las personas débiles y exaltan los valores del mundo militar. En breve: aman (desean) a los hombres.
En los cuarteles militares la homosexualidad sigue siendo vista como una desviación antinatural. Allí, quizás más que en monasterios, conventos y claustros, opera la más estricta represión a la feminidad que late en cada hombre. Razón de más -continuando con Freud- para suponer que tanto Putin como Bolsonaro también son homosexuales. Algo muy normal, si es que no se tratara de dos que niegan su sexualidad y, por lo mismo, intentan destruirla en los demás.
Decía en ese sentido Freud (La Denegación, 1925) que mientras mayor es la fuerza y énfasis que imprimimos en una negación, más delata esa negación la existencia interior de lo que se desea no negar. Para ilustrar esa afirmación freudiana vale la pena recordar otra gran película. Se trata de la producción alemana Das Untergang, 2004, donde su director, Oliver Hirschbiegel, deja ver (ver, no entrever) que Hitler -Bruno Ganz interpreta al mejor Hitler del cine- estaba profundamente enamorado del arquitecto Alfred Speer. Probablemente Hitler percibía ese amor como algo sucio, algo que había que eliminar, no en él (eso era imposible) sino en el mundo exterior. ¿Cuántos fueron los homosexuales asesinados en los campos de concentración por culpa de la neurosis de Hitler? No se sabe todavía. Fueron sí, muchísimos.
Así podemos entender por qué el brasileño Bolsonaro divide a los homosexuales en dos grupos: la minoría, que según él viene al mundo con “defectos de fábrica”, y la mayoría que llega a ser homosexual como consecuencia de la corrupción, sobre todo de la que ejercen los traficantes de drogas. Frente a lo corrupto que perciben en sí, Putin como Bolsonaro intentan erigirse como paladines que luchan en contra de la corrupción, sobre todo en contra de esa que yace en la naturaleza de cada ser: en su más íntima sexualidad. Pero entiéndase bien la tesis: El problema de fondo no reside en la lucha en contra de la corrupción- algo que hacen todos los políticos cuando buscan el poder- sino en la sexualización de la corrupción (y por ende en la corrupción de la sexualidad) En nombre de la lucha en contra de las perversiones, ambos políticos terminan corrompiendo a la política.
Putin y Bolsonaro imaginan seguramente ser representantes del bien. Los gays -o maricones u homos o como se les quiera llamar- representan el mal. Es por eso que la lucha en contra de la homosexualidad adquiere para ambos un formato religioso. Punto importante, pues no es casualidad que tanto Putin como Bolsonaro sean, o digan ser, profundamente religiosos. El primero muestra una devoción fanática a la confesión ortodoxa -tanto o más reaccionaria que el Islam radical-. El segundo es seguido con pasión por las sectas evangelícales.
Hay, se quiera o no, una relación casi directa entre religión, política y sexualidad. Tres religiones, el cristianismo (en sus modos católicos, protestantes, ortodoxos y evangelicales), el islamismo y el judaísmo ortodoxo-radical, descubrieron a su debido tiempo que para elevar el alma de los humanos hacia los cielos era necesario ejercer control sobre los cuerpos, y como el cuerpo es un aparato sexual, sobre los órganos sexuales de cada cuerpo. La receta la han entendido muy bien los dictadores de todos los tiempos: para controlar el alma ciudadana será necesario controlar el cuerpo de cada ciudadano y, por lo mismo, su sexualidad. Lo importante es que no haya desviación ni ambivalencia. El cuerpo humano deberá ser ajustado a las normas dictadas por el bio-poder (Foucault, Vigilar y Castigar)
Ha llegado entonces la hora de responder a la pregunta inicial. ¿Por qué políticos como Bolsonaro y Putin odian tanto a los homosexuales? Hay tres respuestas.
- Porque se odian a sí mismos, es decir, a su innegable parte maricona.
- Porque han hecho de la política una religión del poder estatal y por eso intentan controlar al ser ciudadano ejerciendo su poder sobre las partes más íntimas del cuerpo, en el lugar más íntimo de toda intimidad: la cama.
- Porque intentan representar una política de la pureza para así elevarse al rol de misioneros salvadores en contra de la corrupción, asociando de modo perverso la corrupción con la sexualidad y, por lo tanto, sexualizando a la política.
A fin de cuentas odian a los homosexuales porque Bolsonaro es un hijo de Putin y Putin es un hijo de Putin.