Por qué votar no, por Teodoro Petkoff
Se argumenta que un acto claramente inconstitucional, como es la aprobación por la Asamblea Nacional de la reforma, no debería ser convalidado mediante la participación electoral de quienes la adversan. Ciertamente, estamos ante un fraude constitucional. Partidos y personalidades de oposición lo han señalado así y también el general Baduel, PODEMOS, y hasta quien es considerado como el cerebro jurídico del régimen, el magistrado del TSJ Jesús Eduardo Cabrera, han realizado el mismo diagnóstico. Entonces, se preguntan algunos, ¿cómo cohonestar un acto inconstitucional sin hacerse cómplice de éste?
Sin embargo, la política exige atenerse al principio de realidad. Salvo acontecimientos «sobrevenidos», es decir, imprevistos, el referéndum está ahí, delante de nosotros y una parte del país lo asume como apropiado y se dispone a participar en él. Queramos o no, el referéndum tendrá lugar, a menos que sea retirada la reforma –cosa que exigen hasta sectores del chavismo–. Si se le pospusiera, finalmente se llegará a la fecha de su realización, de modo que el dilema de votar o no continuará planteado. ¿Eludirlo, entonces, o asumirlo como un terreno para la lucha? Tal vez un ejemplo ayude a pensar este dilema. Si los chilenos que se oponían a la dictadura de Pinochet hubieran razonado a partir del criterio de la inconstitucionalidad, habrían podido llegar a la conclusión de que el plebiscito convocado por el general felón partía de un gobierno ilegítimo e ilegal, puesto que había surgido de un golpe de Estado contra un gobierno constitucional, y que por tanto era tan ilegal e ilegítimo como el propio gobierno, y no se debía convalidarlo participando en ese proceso. Por supuesto que el único resultado de esta conclusión es que Pinochet habría continuado al mando, respaldado por los votos de sus partidarios, hasta morir tranquilamente en su cama. En cambio, la decisión tomada fue la de aceptar el desafío, aún a sabiendas de las obvias desventajas en que se encontraba la oposición chilena. Esta enfrentó la realidad sin concesiones a tecnicismos legales o constitucionales.
El plebiscito era un hecho político, que se daría independientemente de la voluntad de quienes adversaban a Pinochet, así que lo que el sentido común político aconsejó, fue meterse en los terrenos del toro. Eso sí, con testigos en cada mesa electoral. Si quienes rechazan la reforma, que hoy van más allá de la oposición tradicional, actúan de esta manera y organizan su participación y su maquinaria electoral, la victoria es una opción abierta.