Por una Asamblea Nacional democrática
La democracia, en cualquier parte del mundo, para que funcione con algún grado de eficiencia requiere de poderes independientes. De pesos y contrapesos. Así fue diseñada y así se ha constituido en muchos países. En Venezuela, antes de la llegada del chavismo, los poderes tenían cierto grado de independencia entre ellos
Este domingo los venezolanos tienen la oportunidad de convertir a la Asamblea Nacional en un verdadero poder o mantenerla en la misma condición en que está desde el año 2000, totalmente plegada a las órdenes del Ejecutivo. Así fue mientras el finado Hugo Chávez ocupó la silla de Miraflores y así ha sido con Maduro en la Presidencia.
La democracia, en cualquier parte del mundo, para que funcione con algún grado de eficiencia requiere de poderes independientes. De pesos y contrapesos. Así fue diseñada y así se ha constituido en muchos países. En Venezuela, antes de la llegada del chavismo, los poderes tenían cierto grado de independencia entre ellos, no la que deberían tener, pero mucho más de la que exhiben los actuales poderes.
Asimismo, el Parlamento en cualquier parte del mundo es el foro político por excelencia. En Venezuela eso es una misión imposible. En estos cinco años, los debates han sido de un nivel bajísimo y lamentable, donde privan los insultos y las descalificaciones. Peor aún, no se debaten los graves problemas que atraviesa el país y, por supuesto, menos se les buscan soluciones. Ha sido un ente que se ha manejado como un cuartel, más que como un espacio parlamentario.
Cuando se elaboró la Constitución vigente el chavismo quiso ser más papista que el papa y le agregaron dos poderes a los tres tradicionales ya existentes. Como en otros aspectos, en este también se produjo una estafa a los ciudadanos, pues el CNE no es más que el departamento electoral del PSUV, mientras que el poder moral solo ha servido para perseguir judicialmente a quienes el Ejecutivo ha querido.
Durante estos 16 años la mayoría chavista no ha ejercido las funciones que constitucionalmente le corresponden al Parlamento.
Ni siquiera ha cumplido con su rol más elemental como es el de la elaboración de las leyes, pues buena parte de ese trabajo lo han delegado, mediante leyes habilitantes, al presidente de la República. Tampoco han controlado al poder Ejecutivo en ningún momento. Con Chávez se mantuvieron firmes y a discreción. Ahora el capitán acepta apoyar a Maduro a cambio de cuotas de poder en el tren ministerial.
Una de las funciones legislativas, como es aprobar el presupuesto nacional y hacerle seguimiento al gasto público, no ha sido cumplida. No ha investigado las diversas denuncias de actos de corrupción que se han producido y que los sectores democráticos plantearon en el seno de la AN para que fueran precisadas. Recordemos solo algunas: el caso de Pudreval, el fondo de pensiones de Pdvsa, los 20 mil millones de dólares que, según Jorge Giordani, algunos vivos se llevaron a través de empresas de maletín de Cadivi. En estos y otros casos actuaron como el avestruz.
De la inseguridad no han querido ni hablar, lo mismo que de la inflación crónica que padecemos, así como de la escasez y desabastecimiento que afloran ante sus ojos. Buena parte de su tiempo lo han perdido recordando actos heroicos de algún comunista en cualquier parte del mundo o celebrando los triunfos de la revolución rusa, china o cubana. Nada productivo.
Los electores tenemos la posibilidad de lograr una mayoría democrática en el seno de ese poder. Una mayoría que comience a reflejar el pluralismo de la sociedad venezolana, que se preocupe y ocupe en la búsqueda de soluciones al drama nacional; que controle a los demás poderes. Que sea un espacio para el debate civilizado, donde se puedan dirimir las diferencias con tolerancia, con respeto, con responsabilidad.
Donde se puedan construir consensos, que hoy lucen indispensables para salir del hueco en el cual está sumido el país. Solo hay una alternativa para que esto se concrete.
Abajo y en la esquina izquierda. Ese es el camino.
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