Posincredulidad, por Carolina Gómez-Ávila
Cuando en 2016 el Diccionario Oxford anunció “post-truth” como la palabra del año sus editores ofrecieron, en un solo vocablo, un panegírico a Orwell y su neolengua. ¡Vaya manera nueva para denotar mentiras!, pensé socarronamente. Pero en el par de años transcurridos, su uso y trascendencia política me piden una segunda mirada.
Tal vez los editores del Diccionario Oxford tuvieron visión de los tiempos que se avecinaban y conciencia de su influjo porque su brindis a “1984”1 invitaba a releerlo incluyendo a la obra y a su autor en el debate. Además, conociendo el peso de ese idioma, estas posibles intenciones no tendrían por límite al mundo angloparlante sino que estaban dirigidas a la humanidad.
Una alerta que bien podría ser sobre la creciente necesidad política de no decir nunca directamente lo que se piensa o lo que se pretende, de no ofender nunca incluso si para ello hay que contradecirse, de encontrar nuevos giros del idioma y formas de expresar las ideas que describan largas parábolas para llegar al punto o, mejor, no llegar nunca o apenas rozarlo.
Pareciera que en estos tiempos eso es lo único que nos está permitido mientras el mundo se nos cae a pedazos. Nadie busca la verdad mientras se nos va la vida sin incidir en aquello que queremos cambiar.
En una entrevista2 hace 5 días, Jonathan Haidt (especialista en la psicología de la moral y las emociones morales, profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York) describió a los individuos de las nuevas generaciones: “frágiles, hipersusceptibles y maniqueos. No están preparados para encarar la vida, que es conflicto, ni la democracia, que es debate. Van de cabeza al fracaso”.
No encuentro mejor explicación a por qué la neolengua se ha convertido en el método político que manda en los albores de este siglo y por qué era necesario, para intentar despertar a esta clase de individuos, un término como “post-truth”. ¿O fue esa práctica la que nos heredó a esta bochornosa generación de seres humanos?
Volviendo a “post-truth”, Orwell fue un estudioso de las emociones en la política y de su innecesaria relación con la razón y la verdad. Los editores del Diccionario Oxford introdujeron el término como un adjetivo que se aplica a lo que está «relacionado con lo que denota circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen menos para moldear la opinión pública que apelar a las emociones y creencias personales”.
La Academia de la Lengua Española parece menos timorata. Para empezar registra la traducción como sustantivo y no como adjetivo, lo que ya le da otra connotación, y denuncia una intención: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
A las generaciones que describe Haidt, si no quieren ser aún más y peores esclavos de lo que ya están empezando a ser, habrá que explicarles que el giro afectivo de las palabras los predispone y que quienes les hablan como les gusta, lo saben. Saben que cada término usado es una experiencia emocional, física incluso, más allá de lo que la palabra representa. Y que esto es usado contra ellos mismos para provocarles atracción o rechazo a propuestas que no entienden porque jamás se ocuparon de razonar sino de sentir.
Para ellos la verdad está devaluada. Probablemente no la crean susceptible de ser comunicada; quizás se sepan incapaces de comprenderla o rechacen intentarlo porque entienden que eso requiere un esfuerzo que no están dispuestos a hacer.
Lo que esa generación sí sabe, pero no admite, es que en Internet es muy fácil convertir en una fórmula sus barreras emocionales y sus conceptos mal aprendidos para mantenerlos muy lejos de la verdad que reclaman. Rasgar el velo de su sesgo de confirmación es un reto para los políticos que conocieron la libertad y que quieren gobernar dentro de límites éticamente razonables.
Siguiendo con las alertas de los editores del Diccionario Oxford, su palabra del año 2017 fue “fake-news”. La de 2018 se espera en noviembre. ¿”Post-disbelief”, quizás?
1 “1984” fue publicada en 1949.
2 http://www.elmundo.es/opinion/2018/10/08/5bba0870268e3ebc3a8b45cc.html