Post Semana Santa, por Marisa Iturriza
Después de experimentar la más singular Semana Santa de todas las vividas, lo último es que aquí no hay la gasolina que producía localmente una de las petroleras N°1 del mundo y ahora hay que importarla, quien sabe si hasta quizás desde la isla de la cual somos protectorado, adonde se envía llueva, truene o relampaguee gracias uno de esos “donativos” cometidos por el proceso desde su mero inicio bajo la consigna “con lo que nada nos cuesta, hagamos fiesta” acabando en el siglo 21 lo que se había logrado en 40 años de democracia defectuosa pero perfectible.
En el exterior llama la atención nuestro comportamiento en “cuarentena” del “coronavirus”. Lo que pasa es que ahorita allá eso les mortifica, mientras nosotros, que antes pensábamos mañana será mejor, hace rato estamos en eso porque meses atrás bastaba con ver como a partir de las 6 pm la ciudadanía huía de las calles de manera que a las 7 parecía casi media noche debido al transporte deficiente, a que muchos negocios desaparecieron y con ellos muchos trabajadores y a que mañana puede ser peor.
Por falta de gasolina el tráfico disminuirá porque no todos podrán llenar “el tanque”.
Solo unos cuantos autorizados según día de semana y número de placa; lo cual, debido al obligado ocio actual, hace recordar la visión de San Juan de Patmos (que aborrecía la conducta de los nicolaítos) que en el Apocalipsis dice que nadie podrá comprar ni vender si no lleva en la frente o mano derecha la marca de La Bestia o el N° 666.
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Aparte de eso, lo positivo es que la congestión vehicular ha bajado (en las gasolineras por lo antes descrito), hay mas silencio, menos transeúntes. La contaminación debe haber disminuido; dicen que hasta los animalitos se animan a regresar. A la terraza acude el cristofué, la ardilla, el colibrí liba la flor del riki-riki, pasan las guacamayas, los loros y la guacharaca alborota lejos.
Y como esta mañana caminaste hacia la feria que no vino este miércoles, pero conseguiste una “comunizada” en la cual haces cola para entrar y en la otra no; al regreso, con lo que conseguiste y con “tapabocas”, imaginas que en el futuro “des-carriado” el constructor debería recordar los aleros coloniales que protegían del sol y de la lluvia al peatón, construirle aceras dignas e instalar bancos para que descanse o socialice y hasta colocar tomas de agua potable para calmar la sed. No es mucho pedir pero no lo olvides: Ten un sueño.