Postales de Taipéi, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
A mediados de 2008, una amable invitación de la Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipéi en Caracas me hizo posible viajar a Taiwán en visita técnica cuya importancia valoré más y más con los años. Tiempo antes, en 2003, los chinos taiwaneses se habían enfrentado a un virus entonces desconocido responsable del denominado Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por sus siglas en inglés). Perteneciente a la familia de los coronaviridae, la partícula viral de marras fue denominada SARS-CoV, la primera de una terrible estirpe viral que fuera el preludio, como lo vaticinaron Kleiman y Watson en su libro de 2006, de la más grande pandemia que habría de ver el mundo en 100 años: la Covid-19, causada por un cercano pariente de aquel extraño virus al que hoy conocemos como SARS-CoV-2.
Los chinos taiwaneses me explicaron con generosidad y profesionalismo el detalle de sus planes de entonces; planes a partir de los cuales llevaron a cabo un amplísimo despliegue sanitario destinado a contener aquella epidemia. Tres valiosos consejos finales me dieron mis amables anfitriones asiáticos: “acepte los hechos, prepárese para lo peor y, sobre todo, nunca mienta. Porque si miente verá erosionado su último y más importante escudo ante la opinión pública: su credibilidad. Sin ella, usted estará perdido”.
Al año siguiente, ya en casa, me tocaría ponderar en el terreno de los hechos la valía de aquellas confucianas recomendaciones. En 2009, como se recordará, una epidemia muy distinta a la actual, la de influenza AH1N1, arribó a Venezuela tras estallar en México. También en aquella oportunidad, la siempre parsimoniosa OMS/WHO deshojó la margarita durante semanas antes de declarar la situación de pandemia.
Correspondió a los servicios de sanidad municipal de Los Salias y a los del estado Miranda, estos últimos para entonces bajo mi dirección, diagnosticar el “caso cero” de dicha epidemia en Venezuela. Me acordé de los amigos chinos y convoqué una rueda de prensa. Fue un 28 de mayo, día que difícilmente olvidaré.
*Lea también: ¿Cuán difícil es mantener el control de la pandemia?, por Marino J. González R.
La epidemia de AH1N1 en Venezuela se saldó en 2009 con casi cinco mil casos. La primera reacción del estado chavista fue negar la magnitud de los hechos, con una para entonces titular de la cartera de Salud insistiendo en cada oportunidad que tuvo en que se trataba de un “brote”, o sea, de una epidemia “chiquita”.
Sucesivas oleadas de influenza por AH1N1 siguieron hasta 2013. Solo en 2009, de acuerdo con cifras oficiales, murieron 116 personas por influenza AH1N1.
Dato que asumimos haciendo un acto de fe, como cada vez en la que nos hemos visto en la necesidad de citar estadísticas oficiales venezolanas. AH1N1 ya era para entonces una realidad, quisiera el estado chavista así reconocerlo o no.
El apresto sanitario nacional para enfrentar aquel desafío estaba en 2009 posiblemente en su peor momento en varias décadas. Estudios técnicos a cargo de la Red de Sociedades Científicas Médicas contabilizaron para entonces algo más de 10 camas hospitalarias operativas por cada 10 mil habitantes, apenas un tercio de las disponibles en nuestra sanidad pública en tiempos del presidente Leoni, cuando éramos un país de unas 10 millones de almas. Específicamente en Miranda la tuvimos muy difícil como consecuencia del desmantelamiento de su sistema sanitario regional a partir del decreto presidencial No. 6534 del 4 de diciembre de 2008, que dispuso la adscripción forzosa de la totalidad de los hospitales y ambulatorios estadales al Ministerio de Salud en una maniobra de marcada vileza política que el chavismo mirandino jamás tuvo la valentía de reivindicar.
Como pudimos salimos a ver de aquellos enfermos. En Higuerote, mi colega y amigo Raimundo Terán – abnegado, astur y marabino- los visitaba, maleta en mano, casa por casa. El nivel de preparación y apresto hospitalario en Miranda y Venezuela era de horror y recordando otra vez a los taiwaneses, lo denunciamos.
Años más tarde, la Encuesta Nacional de Hospitales se encargaría de demostrar, sin que hasta hoy haya podido ser refutada, el carácter estructural de un viejo drama que el chavismo vino a acrecentar desde 2004 con la entrega de nuestra sanidad pública a los estafadores cubanos de Barrio Adentro.
Fue aquel también un tiempo en el que la verdad oficial quiso aplastar a la verdad epidemiológica. En Miranda todavía recordamos a cierto funcionario ministerial que, agitando en la mano un oficio en el que supuestamente se le designaba como “máxima autoridad sanitaria del estado”, recorría de punta a punta el estado refutando diagnósticos y desdiciendo de todo lo que hacíamos tratando de capear aquel temporal con escasísimos medios.
Porque para el chavismo nunca se trató de planificar acciones sanitarias eficaces con base en información verificable sino de construir matrices de opinión a la medida de sus propios intereses políticos, ni más ni menos que como ahora.
Pero los hechos terminaron hablando por sí mismos. En materia sanitaria suele ser así. El tiempo y sus verdades son los encargados de poner a cada cosa y a cada quien en su sitio y Venezuela no iba a ser la excepción. La mentira nunca paga.
He vuelto a recordar aquella importante visita a Taiwán y lo valioso de las reflexiones compartidas con sus expertos contrastando lo que allá me mostraron con lo que hoy veo en Venezuela: un estado negador de los hechos, impreparado y ausente de la realidad, que miente sistemáticamente al punto de estar siendo él mismo víctima hoy de su propia mentira.
Ha sido la propia realidad la que dejó en el hombrillo toda la narrativa para tontos que el chavismo urdió frente a la covid-19; narrativa que declaró a SARS-CoV-2 como un “virus colombiano”, traído al país por “burgueses que viajan a Europa por Iberia” y que redujo a “arma biológica” a la Venezuela peregrina que languidece en la frontera tratando de volver a casa.
Narrativa que hizo del mito del país “blindado” su mejor argumento para procrastinar durante la costosa cuarentena que estábamos pagando los venezolanos y del interferón de los cubanos y ahora de la vacuna de los rusos sus mejores prospectos de pócima salvadora.
Necedades por ese estilo. Tomaduras de pelo televisadas desoyendo la vocería experta y amenazando hasta con cárcel a quien publicara alguna evidencia científica en contrario, todo con el afán de encubrir la ausencia de una elemental política de estado para enfrentar la amenaza de la covid-19.
Notable contraste con lo que me mostraron mis amables anfitriones allá en Taipéi, capital de la única República de China que existe. Porque la República de China en Taiwán es la heredera directa de aquella que en 1911 fundara el doctor Sun-Yat sen, médico y antiguo alumno del Queen´s College, cuyas instituciones terminaron refugiándose en la isla de Formosa acosadas por el imperialismo japonés, los señores de la guerra y, finalmente, por la traición comunista encabezada por Mao- Zedong.
Ojalá y algún día puedan y quieran regresar a Venezuela aquellos buenos amigos taiwaneses tras la vergonzosa expulsión de la que fueran objeto por parte de Hugo Chávez después de uno de sus célebres cólicos mentales. Mucho tendríamos nosotros que aprender de ellos, lo mismo que el mundo.
Porque para la historia universal de la infamia habrá de quedar el caso omiso que Tedros Adhanom, director general de OMS/WHO, hizo de la notificación que por vía electrónica el gobierno de Taipéi le hizo llegar el 31 de diciembre de 2019 advirtiéndole sobre lo que acontecía al otro lado del estrecho de Formosa, donde los casos de cierta “neumonía atípica” aumentaban sin cesar en la ciudad de Wuhan.
Y todo a cuenta de que ahora es la representación del régimen de Beijing la que se sienta en la sede de ese organismo como consecuencia de las peripecias diplomáticas de Richard Nixon en 1972, como nos lo relata JAG Roberts en su magnífica obra A history of China de 2006.
No necesita uno decir que son los chinos beijineses los que hoy pagan buena parte de las cuentas de los mundialmente cuestionados burócratas de la OMS/WHO, por muchos años más dedicados a recorrer los cafés de la Vieille Ville ginebrina que a atender la marcha de los graves problemas de la salud pública en el mundo.
Referencias:
- Kleiman A, JL Watson. SARS in China: prelude of a pandemic? Stanford University Press, Stanford, California, 2006, p.35 y sucs.
- Red de Sociedades Científicas Médicas Venezolanas. Comisión de Epidemiología. Los Hospitales Públicos en Venezuela. Visión general. Nota Técnica N· 47, Caracas 5 de mayo de 2012. En: www.rscmv.org.ve, p.6.
- Roberts JGA. A history of China, 2nd.ed. Palgrave McMillan, New York, 2006, p.290.
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