Predicciones del pasado, por Julio Túpac Cabello
Detendremos la desnutrición. Los maestros poco a poco estarán completos. Desaparecerá la hiperinflación y lograremos tener una moneda entendible. A todos nos importará el estado de los hospitales y la capacidad para atender a gente que está en emergencia y sin recursos. Celebraremos la libertad no sólo en los medios, sino en la calle y con creatividad. La noche caraqueña volverá a ser la infinita y calurosa cosmogonía de exabruptos caraqueñas que nunca ha debido dejar de ser. Margarita volverá a ser la isla de las playas más bellas (aunque de seguro habrá muchos otros centros interesantes pata hacer turismo).
Pero todo será distinto.
Con la misma raíz esencial, esa mezcla de caribeño y andino, de llanero e indígena que nos caracteriza, Venezuela saldrá adelante con un color nuevo. Será de estreno toda su lingüística callejera, distintos sus traumas, mayores sus valentías, más evidentes sus desmitificados mitos.
La Venezuela del futuro defenderá sus logros porque sabrá cada gota de sangre que le ha costado y su risa profusa no se reirá del prójimo porque sabe de los riesgos que implica excluir al vecino.
Hay un país que -no sólo por el paso del tiempo sino sobre todo por la fuerza destructiva que el chavismo se ha empeñado en ejercer durante tanto- no estará de relieve otra vez. Hay cuentos, medios, locales, costumbres, recetas, ritos y canciones cuyos significados no han podido pasar de generación en generación que se han quedado en el camino y que en una Venezuela por venir significarán nada.
Son partes de nuestra historia contemporánea que han viajado fuera del país, o se han extinguido o han quebrado ante la insaciable sed de muerte de quienes secuestran el poder por más de dos décadas ya.
Sin embargo, en el futuro, al mismo tiempo, ese país seguirá estando.
El que nos hizo, al que le descubrimos sus bares, el que nos enseñó a apreciar el mundo a través de las artes plásticas en el Maccsi, el que nos puso a entender que la economía es un reflejo de la vida, gracias al estudio del liberalismo en la universidad. El que nos enamoró con Yordano y recorrimos de costa a costa por sus inevitables playas, el que nos hizo reír y retorcernos, a contemplar la profundidad y la importancia de la cultura y la historia y el imprescindible riesgo y pragmatismo de los negocios, el país que nos hizo vivir en democracia, que nos enseñó a ser críticos, a aspirar a un mundo mejor y a ser solidarios, a reírnos del día y a ser creativo desde el despertar. La nación cuyos hijos fueron herederos de una multitudinaria familia rural que se prestó a venirse a las ciudades para que sus herederos tuviesen mejores oportunidades.
Ese país que es infinito y cuya nostalgia aburre y aburrirá cada vez más a quienes no lo conocieron, en el futuro, seguirá ahí.
En nuestro imaginario, en la idea que nuestros hijos tienen de él, no importa cuál sea el lugar en el mundo en el que estemos. En nuestra motivación para ayudar al país del presente y de los años por venir.
Hay una idea de país que dio a lugar otra idea de país que dio a lugar otra idea de país. No tiene caso seguir añorando un país que se convirtió en otro y serán otro aún mejor. Pero sí vale mantenerlo vivo en nosotros, hacerlo cuento y semilla, transferirlo en forma de cultura a los que están por venir.