Prejuzgar, por Gisela Ortega

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Quien esté libre de prejuicios que tire la primera piedra, porque todas las personas, incluyéndome, hemos defendido alguna vez una opinión de segunda mano. Puntos de vista que no han sido meditados con detenimiento, sino que se han ido imponiendo por el uso y considerados como afirmaciones categóricas, juicios a priori casi veredictos, a veces inamovibles.
La palabra prejuicio se utiliza desde el inglés medio alrededor del año 1300. Proviene del francés antiguo. «Prejuicio» procede del latín «praeiudicium», que significa «juicio previo» o «decisión prematura». . .
El prejuicio es multifacético y complejo, involucra factores, sociales, culturales y psicológicos. Universalmente, persiste en diversas formas. Consiste en criticar de forma positiva o negativa una situación, una persona, un género o una nación, sin tener suficientes elementos previos. Es una actitud que puede observarse en todos los ámbitos y actividades de la sociedad, en cualquier grupo social o de edad, e implica una forma de pensar íntimamente relacionada con comportamientos o actitudes de discriminatorias.
Un informe reciente del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) revela que los prejuicios contra las mujeres se mantienen a nivel mundial, con casi nueve de cada diez personas conservando creencias sexistas.
Este testimonio, centrado en el Índice de Normas Sociales de Género, destaca que estas actitudes perjudiciales no solo afectan a las mujeres, sino que también frenan el desarrollo humano y la igualdad de género
Los raciales pueden surgir durante la infancia y tener implicaciones en el comportamiento de los niños, como con quién juegan o a quién eligen como líder.
Las personas pueden decir no tener prejuicios y que son muy tolerantes. Por desgracia, las cosas no son tan simples como parecen y los cambios no han sido tan grandes como nosotros tendemos a pensar. Si se utilizan métodos más sofisticados para medir los prejuicios, en los que no se pregunta directamente a los individuos sino a través del análisis de su respuesta., se verá que muchos estereotipos se aprendieron en la infancia, al emular la forma de pensar y hablar de los adultos sin intención maliciosa, y están muy arraigados en la sociedad y forman parte de nuestros procesos mentales.
El prejuicio surge por conveniencia, para discriminar, descartar o dominar a otros seres humanos sin reflexionar si eso es bueno o malo, o si es una opinión objetiva o subjetiva. Actualmente el prejuicio no ha mermado sino que se ha vuelto «más sutil».
Por lo general, es una actitud hostil o menos frecuentemente, favorable hacia un miembro que pertenece a determinado grupo simplemente por el hecho de pertenecer a esa agrupación, en la presunción de que posee cualidades negativas o positivas atribuidas al mismo. La opinión se produce respecto a la comunidad prejuiciada y después incorpora a la persona.
Dado que ningún hombre puede saberlo todo, ni juzgar cualquier hecho con referencia a su experiencia individual, es inevitable que en las conversaciones estas opiniones generalizadas se transformen en una reacción automática. No hay nada en contra de ellas, siempre que permanezcan sin ninguna consecuencia: pero como creencias se convierten fácilmente en convicciones profundas muy costosas de rectificar: la testarudez tiene una existencia increíblemente larga.
¡Qué rápidos somos en juzgar, haciendo uso de nuestros prejuicios! Alguien podría responder que esas ideas no hacen daño a nadie, pero en realidad pueden desembocar en un criterio falso que no se ajusta a la realidad.
La causa que los prejuicios sean tan inamovibles reside en el propio ser humano, demasiado cómodo para pensar con detenimiento. Cuando no nos podemos basar en algo, que otros muchos antes que nosotros ya habían dado por sentado, nos sentimos más seguros que cuando intentamos defender nuestros propios conceptos expuestos a la crítica. Echar por tierra los prejuicios significa trabajar por un juicio crítico mejor y más justo: lo que no es otra cosa que poder tomar decisiones más acertadas.
El prejuicio ha llevado a que algunas personas sean excluidas injustamente de trabajos, barrios, oportunidades educativas, préstamos bancarios, eventos sociales y asociaciones. Ciertos individuos reciben insultos muy hirientes, son atacados y golpeados, se les paga injustamente menos aunque hagan el mismo trabajo.
Los grandes genocidios de la historia se deben a los prejuicios, como el armenio, entre 1915-1923. El holocausto, 1945, el crimen colectivo más relevante de la historia de la humanidad.
El prejuicio se agudiza por el ambiente o medio social: el racismo, la homofobia, los puntos de vista políticos, religiosos o espirituales firmemente sostenidos, surgen ante un enemigo potencial como posición defensiva que «Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio» decía Albert Einstein,-1879-1955, Premio Nobel de Física, 1921.
La sociedad está compuesta por distintos actores sociales que sostienen diferentes ideas, estatus sociales, origen étnico, entre otros, en tanto, si nos dejamos ganar por los prejuicios que existen alrededor de razas, religiones, condiciones sexuales, se producirán enfrentamientos que terminaran por quebrar la armonía social y sembraran el odio. Es sin dudas en este aspecto sobre el cual, los padres y los educadores, entre otros, deben trabajar para formar personas libres de prejuicios.
Combatir los prejuicios requiere autoconciencia, empatía y disposición para cuestionar nuestras propias creencias.
Gisela Ortega es periodista.
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