Prensa y libertad, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
Cuando desde el poder establecido se activan cualesquiera mecanismos y subterfugios encaminados a cercenar las libertades políticas, civiles y económicas que deben reinar en una sociedad cuya temporalidad y realizaciones se corresponde con la vigencia de la modernidad, se vulnera la propia condición humana, en tanto y cuanto dichas libertades son consustanciales a la persona misma al definir el ejercicio de su individualidad y encauzar su acción en la colectividad.
El acorralamiento de la libertad nunca es cuestión de magnitudes. Es decir, el hecho de que la manifestación concreta de determinada libertad se constriña jamás puede relativizarse a partir de pretender, absurdamente, medir la intensidad con que dicha negación opera. El eje transversal requerido para calibrar estas situaciones, donde el rostro siempre espantoso y feroz del autoritarismo se hace visible, se ubica en el marco de la validez universal de los principios.
Dicho de otra forma, ninguna libertad se limita más o se limita menos, simplemente se limita. Y ello, de por sí, es inadmisible para el canon democrático.
La libertad de expresión nutre el ejercicio tangible de la ciudadanía. Sin libertad de expresión es imposible la formación de opinión sustentada y calificada capaz de evaluar de manera crítica las acciones del poder y los poderosos. Para dejarlo en claro: la libertad de expresión es herramienta que empodera al hombre común para que pueda defenderse de los desaciertos, desafueros, extralimitaciones, desviaciones y perversiones en que los que incurran el poder y los poderosos y que a la corta o a larga le dañan, a veces irremediablemente.
Cuando la libertad de expresión se acorrala, la opacidad asienta raíces, las palabras requeridas para divulgar los argumentos que nutren la capacidad de elegir se ahogan sin llegar a pronunciarse y la defensa de otras libertades se hace prácticamente imposible, al tornar en invisibles los reclamos elevados para enfrentarse a la práctica malsana empeñada en entorpecerlas. Ninguna sociedad donde la expresión y la opinión enmudecen puede considerarse libre. Hay múltiples maneras en que la libertad del hombre se desvanece. De estas, sin duda alguna, una de las más nefastas la constituye el impedimento de manifestar desacuerdo, disenso, desaprobación u oposición.
Sin la existencia de medios de prensa independientes, léase no atados a ningún poder en ejercicio ni condicionados de cualquier forma por este, la libertad de expresión no pasa de ser mera quimera.
La prensa independiente es garantía de libertad y escollo para la entronización de sus perseguidores, pues como bien lo puntualizó hace ya casi 200 años Alexis de Tocqueville en La democracia en América, … «la servidumbre no podrá ser completa si la prensa es libre. La prensa es, por excelencia, el instrumento democrático de la libertad»…
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Debe entenderse con absoluta propiedad: cuando se pretende o efectivamente se silencia a un medio de información, no se acalla, tan solo, la voz de sus propietarios ni de quienes regularmente dan a conocer su opinión sobre diversos temas a través de ellos. En realidad, y esto es lo trascendente, se amordaza la voz de la gente que, en su indefensión, pierde los espacios requeridos para dar a conocer las carencias que le agobian, la violación que sufren sus derechos, el sufrimiento que padece ante la indolencia oficial que le abandona.
Sin prensa libre no hay grito de nadie ya que reina el silencio de todos.
Callar ante a la agresión que se adelanta contra un medio de comunicación es igual a callar frente a la agresión que se comete en contra de cada uno de nosotros. Así las cosas, cabe la pregunta en torno a qué puede ser más doloroso y, a la vez, más vergonzoso: no poder hablar o sentir miedo de hacerlo.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.
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