Ser preso político, por Sergio Arancibia
Todo aquel que en algún momento de su vida ha pasado por la circunstancia de estar preso por sus ideas políticas, se siente solidario con todos los presos políticos del mundo, sin importar si sus opresores se dicen de izquierda o de derecha.
Todo aquel que ha estado preso por razones políticas conoce la angustia de no saber cuánto tiempo se prologará su cautiverio, ni en qué condiciones se desenvolverá. El que ha sido juzgado, en cambio, por delitos contemplados en los códigos, y que ha sido condenado a una determinada pena, sabe a qué atenerse respecto a su futuro. Aun cuando piense que la condena es injusta, sabe cuánto tiempo durara, y sabe la razón de su encierro. Y aun cuando esté preso, tiene determinados derechos que la sociedad le asegura, por lo menos en los países medianamente civilizados. El preso político no sabe nada de aquello. Estará preso hasta que su carcelero lo estime conveniente y las condiciones de su encierro pueden cambiar de la noche a la mañana. Carece de todo derecho.
Todos los derechos más elementales que le dan sentido y dignidad a la existencia humana quedan sujetos a la arbitrariedad de su carcelero. Este puede alimentarlo o no; puede permitirle ver a sus hijos o a sus esposas o no permitirlo; puede torturar su mente o su cuerpo o dejarlo tranquilo; puede permitirle literatura o correspondencia o dejarlo sin ellas.
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No hay defensa ni apelación posible cuando se desconoce la acusación. No hay alegato posible cuando no hay juez ni tribunal. Nada de lo que haga o de lo que diga puede determinar sus condiciones de existencia cotidiana ni su cercanía con la libertad. Su impotencia es total. Su situación no es solamente una situación distinta a la del ciudadano que camina por las calles. Es la negación misma de toda ciudadanía.
Al preso político todos los derechos contemplados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la Constitución de su país y en los demás códigos legales le han sido negados.
Todos los avances de la humanidad a lo largo de los siglos, en el campo de los derechos humanos, se han esfumado para el preso político. La civilización no solo se detuvo para él, sino que retrocedió unos cuantos siglos. No tiene derecho a nada
Depende en forma absoluta de la arbitrariedad de su carcelero. Queda sujeto a la incertidumbre total sobre su presente y su futuro. No tiene, para soportar todo aquello, sino el cariño incondicional de sus familiares más cercanos, la solidaridad de sus compañeros de dentro o de fuera de la cárcel, la fuerza de sus ideas y la certeza de que el futuro pertenece a los justos, a los demócratas, a los que tienen hambre y sed de justicia y a los que creen en la fraternidad entre todos los hombres.
Me alegro, por lo tanto, por cada preso político menos que haya en nuestra América. Me alegra más aún si varios de ellos han recuperado su libertad. Me alegra también que la sociedad no se olvide de los que están en la terrible circunstancia estar preso por sus ideas políticas.