Primera visita a la capital, por Marcial Fonseca
Ya pensaba en sus vacaciones de fin de año de sexto grado; y estaba muy emocionado porque iba a estudiar en el colegio local porque Duaca no tenía ningún otro establecimiento que impartiera secundaria; pero lo que más anhelaba del período vacacional era la visita a Caracas, que de paso sería su primera vez en la capital.
Por supuesto, ya él había averiguado todo lo que tenía que saber del viaje. El primer tramo, hacia Barquisimeto, era la parte más sencilla y ya muy conocida; desde ahí tomarían un autobús que los llevaría hasta la ciudad, ciudad que para él era la más grande del mundo; también supo que tomarían el camino más largo por ser el más barato, diez bolívares por persona en vez del escandaloso pasaje de quince bolívares que cobraban si el autobús tomaba vía por Nirgua; ellos se irían por la costa. Cuando se viajaba a Caracas, el recorrido era tan pueblerino como la vida local, aunque él ya se había preparado, leyó todo lo que encontró en la biblioteca de su padre sobre los sitios a visitar.
Una vez instalados en la casa de la tía, se fueron a recorrer la ciudad. Y estaba muy contento; fueron a la Plaza Bolívar, aquí disfrutaba explicando a su padre que la orientación era de acuerdo a normas de la época colonial de España. La Plaza Mayor debía tener situada la Iglesia en la parte noreste, tal como era en metrópolis como Lima y Ciudad de México, para ese entonces, las más importantes de imperio español.
Le mostró la Casa Amarilla, el Palacio de las Academias, sede original de la Universidad de Caracas y luego del Tribunal Supremo de Justicia. Visitaron el Nuevo Circo, decorado este con fotos de los luchadores de moda del catch as catch can, Basil Batah y Dragón Chino.
Se pasearon por el Panteón Nacional; aquí le explicó por qué el sepulcro de Francisco de Miranda era uno cenotafio; el progenitor no podía sentirse más orgulloso de su hijo.
De la Pastora pasaron a la entrada de la UCV, siempre en autobús por supuesto, y le mostró el Edificio Polar, famoso por ser un rascacielos de acero y vidrio.
Lo que más le llamaba la atención al padre era la cantidad de gente en la calle, por lo que concluyó que había mucho desempleo. En su pueblo, los únicos en la calle eran las esposas que necesitaban algo para completar el condumio familiar.
En su caminata, llegaron hasta la esquina de Bárcenas, conocieron la sede de Radio Caracas Televisión. El hijo siempre dirigía la caminata. Tomaron un autobús, llegaron a la Plaza Miranda, luego caminaron, y otro autobús hasta la avenida Andrés Bello.
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Cerca del liceo de mismo nombre iba una mujer muy elegante ella; se veía en su caminar, caminar que era muy sinuoso y muy lateral y que llamó la atención del muchacho.
–Papá, papá, mira, mira, esa es Lolita Sacristán –gritó el hijo, señalándola muy emocionado y se volteó para ubicar a su padre.
Este se había escondido en un cafetín por lo embarazoso de la situación. La artista simplemente se sonrió.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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