Sobre prisiones ideológicas endógenas, por Rafael Uzcátegui
Rafael Uzcátegui | @fanzinero
No es fácil, por motus propio, desaprender la manera en que se ha construido el pensamiento para hacerlo de otra manera, desde otros referentes, bajo otros ángulos. Pero es más difícil cuando se intenta hacerlo sin desagradar al auditorio anterior, debido al temor de la soledad, en estos casos, intelectual.
Lo anterior viene a cuento debido a la curiosa posición, para decirlo de alguna manera, de quienes desde una posición de izquierda se han distanciado del gobierno bolivariano pero quieren evitar la confrontación de sus pares, intentando matizar sus críticas – a estas alturas- con una crítica igual de mordaz, incluso con mayor centimetraje, a los partidos políticos opositores al régimen madurista.
Personalmente fui de aquellos de los que intentó, durante muchos años, construir un referente “de izquierdas” que antagonizara al chavismo, cuyo mejor momento fue la realización de un Foro Social Alternativo, y abiertamente crítico, al estatizado Foro Social Mundial realizado en Caracas a comienzos del año 2006. Razones que serían largas de explicar no permitieron prosperar este deseo. Para esa fecha todavía podía caracterizarse el conflicto venezolano, como lo hacía Margarita López Maya, como una lucha hegemónica entre dos bandos, más o menos similares cualitativa y cuantitativamente. Finalmente logró por imponerse la hegemonía chavista, como lo demostró la victoria electoral de Hugo Chávez en el año 2012 con un programa de gobierno abiertamente inconstitucional: El Estado Comunal.
La irrupción de la crisis económica catalizó la crisis de representación política del lado chavista, y en diciembre de 2015 el oficialismo pierde elecciones, transformándose en una minoría electoral. Pero a pesar de no contar con los votos, Maduro activa todos los resortes del poder real en Venezuela para transformarse en una dictadura en el año 2016, frente a una oposición desgastada e impotente, que no podía mostrar las fortalezas de diez años atrás. El gobierno de Nicolás Maduro hoy es una dictadura moderna, por lo que es un dislate seguir invocando el argumento de la polarización o los dos demonios, de la corresponsabilidad a partes iguales. Esto no significa olvidar quien es quien en el escenario sociopolítico del país, pero sí reconocer que el poder ha sido centralizado y está siendo usado para su principal vocación: La autoperpetuidad.
Intentaré explicarme mejor con un ejemplo concreto. Imagínense ustedes que en el año 1998 uno cuestionara públicamente la dictadura de Alberto Fujimori en el Perú, pero dedicara gran parte del esfuerzo para despotricar, en el mismo discurso, de Alan García o Alejandro Toledo. Haberlo hecho era desconocer la naturaleza del gobierno instaurado por “el Chino” junto a Vladimiro Montesinos, relativizando cargas y responsabilidades. ¿Era legítimo participar en la resistencia antifujimorista a pesar de saber que quienes iban a capitalizar el recambio burocrático eran los políticos del status quo peruano? Claro que sí. La democracia, imperfecta siempre, que vino después permitió la investigación y sanción de los propios Toledo y Humala, algo impensable bajo la hegemonía fuji-montesinista para sus propios beneficiarios. Poca gente relativizó, no obstante, pero era más sencillo no tartamudear: Fujimori no tenía un discurso zurdo.
Sin embargo, para un gobierno de izquierda, porque duélale a quien le duela el chavismo-madurismo lo es, aunque en los hechos concretos sea peor que los de derecha hay más consideraciones. Sus pretendidos compañeros de ruta críticos nunca abandonan la esperanza que sus camaradas rectifiquen. No importa su historial, un izquierdista siempre se sentirá más cerca de un, digamos, Nicolás Maduro, que de un, por citar un nombre, Henrique Capriles. Es como el hermano drogadicto de la familia, que ha robado y violado para saciar sus vicios, pero es sangre de nuestra sangre y en secreto lo queremos, porque sabemos “que en el fondo es un buen muchacho”, y rezamos todos los días por su rehabilitación. Este espíritu de cuerpo ahora se ha vuelto una prisión ideológica para los zurdos, siempre más cerca de Stalin que de cualquier anónimo estudiante liberal del IESA.
Para quien piensa que el mundo se divide, sencillamente, en izquierda y derecha, le aterra ser execrado de la comunidad de quien siente como sus pares, y encontrarse en un mundo ajeno, el “de la derecha”, o sencillamente en un no-lugar, fuera de su zona de confort. Por eso muchos intelectuales progresistas callan las arbitrariedades de los gobiernos que antes apoyaron entusiasmadamente, pues no desean espantar prematuramente sus potenciales lectores de textos sobre otros temas. Es difícil ser un “chavista crítico” si tu fuente de información sigue siendo Telesur, lo más, un poco en desacuerdo con Nicolás Maduro.
El pensamiento propio requiere mucha personalidad y valentía, de no amilanarse frente a las reacciones sobre lo que se siente como verdad. Aunque uno este acompañado o en solitario. Lo que está mal estará mal para todos lados. Lo contrario es politiquería. El madurismo es una dictadura. Sus contrarios serán buenos o malos demócratas, pero demócratas a fin de cuentas, y se les podrá investigar y sancionar si pretenderán, a futuro, coaccionar a cualquier persona a cambio de una bolsa de comida.