Prudencia, por Gisela Ortega

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La prudencia es una de las cuatro virtudes cardinales, la que permite al hombre discernir, distinguir y determinar lo que es bueno y lo que es malo. Supone, por lo tanto, conocimientos de las actividades humanas del mejor modo de conducirlas y la posibilidad de dirigir la conducta racional de la manera más acertada y adecuada. Requiere y exige en consecuencia, moderación y buen juicio. Para los antiguos era considerada la virtud más bella que el hombre tenía a disposición, guía de todas las demás.
La palabra «prudencia» proviene del latín prudentia, término compuesto por las voces pro– («antes») y videntia («visión», «contemplación»). Significa «sabio», «hábil» o «inteligente», se utilizó con más frecuencia durante la Edad Media en los siglos XVII y XVIII. De manera que la prudencia consiste en la capacidad de examinar de manera anticipada las posibles consecuencias de nuestras propias acciones.
Aristóteles define la prudencia como «aquella disposición que le permite al hombre discurrir bien respecto de lo que es bueno y conveniente para él mismo».
Para la ética cristiana, la prudencia dispone la razón a discernir el verdadero bien del mal para cada circunstancia, y a elegir los medios adecuados para realizarlo. Es origen de los demás valores, indicándoles su regla y medida
A pesar del simbolismo maléfico y negativo de la serpiente, esta adquiere un sentido positivo. Jesús también enseña a sus discípulos a que “sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” (Mt 10,16). La serpiente no se expone al peligro; más bien, se esconde en grietas o debajo de las rocas, donde puede observar lo que sucede sin ser vista, y se mueve sigilosamente, evitando llamar la atención
Se simboliza a Prudence, que con la mano izquierda, sostiene a la distancia del brazo extendido el doble atributo de un espejo («Conócete a ti mismo») con un mango en forma de serpiente que se muerde la cola. La serpiente es tradicionalmente sabia («…sed, pues, prudentes como las serpientes», Mateo 10:16).
Los egipcios representaron la prudencia, por una serpiente de tres cabezas: una de perro, otra de león y otra de lobo, dando tal vez a entender con ello que el hombre prudente debe poseer la astucia de la serpiente, la paciencia del perro, la fuerza del león y la agilidad del lobo.
La prudencia es la virtud de proceder de forma justa y con cautela; de comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cuidadoso y apropiado, así como actuar respetando los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas. Es, en general, moderación y buen juicio.
Una persona prudente es sensata, juiciosa, cautelosa, precavida, reflexiva, razonable, comedida, discreta y moderada.
Son normas de la más elemental prudencia: no gastar más de lo que se puede, ni todo lo que se tiene, ni en lo que no se debe; ni prestar para que se nos deba, ni pedir prestado para quedar debiendo, sobre todo cuando es mucho lo que se tiene y no hay excusa para que no se siga teniendo.
La prudencia aconseja: dar a lo que se tiene adecuada inversión: no malversar, ni despilfarrar, ni malbaratar; ni impedir que otros lo hagan; castigar a quienes lo hacen; enseñar lo que no se hace; dar ejemplo de cómo se debe hacer; dar y respetar a cada uno lo suyo.
La contrapartida está en la imprudencia. El imprudente como consecuencia de su actuar precipitado y poco razonado, es probable que ponga en riesgo su propia vida y en serio peligro la de un número mayor de sus semejantes.
Son ejemplos de imprudencia: las personas que al mismo tiempo que conducen su automóvil hablan por el celular. La atención dividida es de dioses, no de humanos. Uno puede pensar que tiene la situación totalmente contralada, pero no es así. Las estadísticas no los confirman. Los que no respetan las señales de tránsito. Quienes realizan un uso inadecuado de armas de fuego para festejar el triunfo de su equipo de béisbol o de fútbol, disparando al aire –pueden, con tal detonación,– llegar a una persona y ocasionarle la muerte. .
Quizás la prudencia, en ciertas circunstancias, nos lleva a situaciones de excesiva cautela en momentos en los que sentimos que corremos un peligro inminente. Quizás la inseguridad cotidiana y la violencia en una ciudad como Caracas constituyen una prueba de imprudencia de quienes se aventuran a exponer sus propias vidas, o de una prudencia que en muchos casos se ha convertido en miedo, ya que las autoridades a quienes compete resguardar las vidas de la ciudadanía no ejercen de manera cabal y convincente su rol, con lo cual nos han transmitido el mensaje de que la simple prudencia no basta.
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Pero el colmo en la escala del 1 al 10, ocupando el mismo número 10 son los motorizados. Persiguiendo la fantasía de que son Verstappen, Nuvolario, Fittipaldi, zigzaguean entre los carros creando oportunidades de accidentes, desastres e incidentes callejeros. Un motorizado es un pequeño ser sobre dos ruedas y de ninguna manera ¡el gran centauro que cree ser! Tal vez hemos convertido la prudencia en temor, lo cual, por el constante peligro que nos acecha, nos aleja de la moderación, del buen juicio y de la verdadera libertad. Ciertamente, es sensato preservar la vida, pero ¿es sensato vivir así?
Gisela Ortega es periodista.
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