Pueblo en contraflujo, por Teodoro Petkoff
Decía el sabio Einstein que sólo hay dos cosas infinitas: el universo estupidez humana. La corroboración más reciente de esta apreciación vendría a ser el inútil cuanto truculento esfuerzo de Diosdado Cabello por sabotear la implantación del contraflujo en la autopista Petare-Guarenas. Lo único tan estúpido como esto es el mismo empeño de Jorge Rodríguez por obstaculizar el plan “Vía Libre” en el área metropolitana.
Las razones de ambos funcionarios pueden ir desde su propio resuello por la herida hasta la obediencia a las órdenes de Chacumbele, que, tal vez, es lo más probable, porque, para ser justos, en sus respectivos casos, tan necio no se puede ser por cuenta propia. En todo caso, es obvio que se trata de una pura y simple estupidez. En el caso del contraflujo el éxito lo aseguró la reacción de los transportistas. Le han dado una lección de sentido común y de determinación a los estúpidos.
“No importa quién lo haga; es bueno para nosotros y para los pasajeros y si ustedes (se dirigían a la Guardia Nacional) lo impiden, vamos a trancar la autopista”. Los guardias, abochornados por el rol de estúpidos que se les quería hacer jugar, se retiraron y las busetas pasaron triunfalmente hacia Caracas, tal como en la película de Eisenstein, el acorazado Potemkin lo hiciera entre los buques de la flota rusa. Los primeros testimonios fueron concluyentes. El tiempo de viaje se redujo significativamente, los transportistas pudieron hacer un mayor número de recorridos diarios. Pueden adivinar quién quedó rumiando un despecho inconsolable.
En el caso del plan «Vía Libre», su éxito y, por tanto, la derrota de la estupidez, dependerá también, como en el caso del «contraflujo», de la acción de la colectividad. Si la gente asume voluntariamente las horas de parada que le tocan, se logrará descongestionar un poco las atiborradas calles y avenidas caraqueñas.
No es una solución definitiva pero puede ayudar mientras son aplicadas medidas más «estructurales». Sin embargo, este plan necesita más publicidad e información, porque todavía no es suficientemente conocido.
En definitiva, la idea increíblemente estúpida de sabotear la gestión de las autoridades no pertenecientes al oficialismo chocó de frente contra el sentido común. El mismo que demostraron los habitantes de El Café, pequeño poblado barloventeño, donde el alcalde del municipio intentó impedir la remodelación de la placita del pueblo, emprendida por la Gobernación de Miranda a solicitud de los habitantes del caserío.
«Aquí somos chavistas pero esta obra va», dijo Fuenteovejuna, al tiempo que se oía el rastrillar de los machetes contra el pavimento. El alcalde saboteador puso pies en polvorosa.
Estúpidos son los que creen que la gente es estúpida.