Pupitres vacíos, por Roberto Patiño
Foto: Alfonzo Kras-BBC
A pocas semanas del reinicio del año escolar y a la estela de las medidas de emergencia anunciadas por el nuevo ministro de educación, la llamada «catástrofe educativa», según declaraciones de representantes sindicales del gremio, está muy lejos de cambiar, al país le siguen hipotecando el futuro con una política de Estado que cree que los problema se podrán resolver por medio de decretos, consignas y un espeso ocultamiento de las estadísticas sobre la situación educativa en Venezuela.
Un salario veintinueve veces por debajo del presupuesto requerido por un profesor para cubrir la canasta básica, según cálculos de la Federación Venezolana de Maestros (FVM), la supresión de los beneficios laborales (a través del llamado Instructivo Onapre), la persecución, detención y acoso a los líderes sindicales, la desprofesionalización del gremio y el abandono de la estrategias de trabajo que incorporen a la sociedad civil y los especialistas en el tema educativo, ha creado un sistema donde el principal interés parece ser la formación ideológica de nuestros chamos y la entrega de certificados educativos sin un componente real en la formación de los jóvenes.
La educación en Venezuela se ha convertido en el mejor de los casos, en una fábrica de títulos de bachillerato que no garantizan las habilidades requeridas para seguir estudiando, ingresar en el mercado laboral y apuntalar la madurez que van a necesitar las nuevas generaciones en las tomas de decisiones que les marcarán en su futuro.
No nos debe sorprender que en el país más de dos millones y medio de niños y jóvenes (tres millones según la FVM) hayan abandonado los liceos por razones de supervivencia y con la certeza de que la educación no es garantía para mejorar sus condiciones de vida.
La orden del nuevo ministro de poner fin al llamado «horario mosaico» (una estrategia empleada por los docentes para poder sobrevivir) y la solicitud para que los maestros jubilados se reincorporen a las aulas, son apenas medidas propagandísticas que no van a la raíz del problema, lo que se necesita es abrirse a la crítica, aceptar el apoyo de los especialistas, reconocer el tamaño del problema y avanzar, con pasos concretos, para acabar con un sistema donde nuestros docentes son esclavos modernos de un Estado que les exige compromiso de vida pero que es incapaz de reconocerles todo el esfuerzo que hacen por el país.
Como advirtieron los docentes agrupados en torno a la Plataforma de la Unidad Democrática, Venezuela está viviendo una crisis de pupitres vacíos, una ausencia que compromete nuestro futuro y al que se suma el doloroso saldo de 69 niños y adolescentes injustamente detenidos y torturados después de las elecciones del 28 de julio.
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Vivimos tiempos complejos que están poniendo a prueba nuestra capacidad de resiliencia y que nos convoca a un esfuerzo aún mayor por el futuro de nuestra familia y del país. El problema de la educación en Venezuela pasa necesariamente, por un cambio profundo sólo será posible con el retorno de la democracia en nuestro país y la recuperación de nuestras libertades políticas y gremiales. Nuestros muchachos, esos que están detenidos y los que no asisten a la escuela, cuentan con nuestro esfuerzo.
No podemos fallarles.
Roberto Patiño es Ingeniero de Producción-USB. Magíster en Políticas Públicas-Harvard. Cofundador de Alimenta La Solidaridad y de Caracas Mi Convive.
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