Putin en la UDO, por Nelly Arenas
Twitter: @Nellyarenas
Circula un video por estos días que produce profunda indignación. Forma parte, a decir verdad, de varios testimonios que a lo largo de los últimos dos o tres años, han dado cuenta de la salvajada cometida contra el alma mater del oriente del país. No sabría explicarlo, pero este último testimonio, sin embargo, me ha generado más dolor que los anteriores.
Se trata de una grabación elaborada por un egresado y empleado de la biblioteca de la Universidad de Oriente, núcleo Sucre, con sede en el sitio conocido como Cerro Colorado en la ciudad de Cumaná. Con perceptible pesadumbre y asombro en la voz, el autor nos va guiando por distintos lugares del complejo arquitectónico universitario, sin duda, el más importante que se haya construido en aquella ciudad en toda su historia. Un recorrido desgarrador que muestra el rostro de la barbarie más descarnada que está presente a veces en lo humano.
Fundada en noviembre de 1958, cuando apenas se insinuaba la democracia en Venezuela, la creación de esa universidad perseguía formar equipos profesionales y técnicos que contribuyeran con el desarrollo del país y, particularmente, de la región oriental.
Por más de diez años fui profesora de esa importante casa de estudios. Parte de la ruta que hace quien filma el video, la seguí cada vez que iba desde mi cubículo hasta los salones donde impartía clases. Con el extraordinario paisaje del golfo de Cariaco por delante, bajaba las escaleras de piedra hacia el lugar donde estaba emplazado el confortable conjunto de espacios ocupados por las ciencias sociales.
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Recuerdo las instalaciones maravillosas de la UDO: el imponente auditórium con sus butacas de madera, el confortable edificio de la biblioteca, la amplísima barra circular de su cafetín principal, sus excelentes canchas deportivas, los cuidados jardines que embellecían sus distintos ambientes. Viene a mi memoria con particular agrado, una dependencia que me inspiraba especial respeto por la imponencia del recinto y la dedicación afanosa de sus investigadores: la del Instituto Oceanográfico en cuya entrada se exhibía con orgullo científico, desde 1977, uno de los tres ejemplares del Celacanto que existían en el mundo. Era este un pez proveniente de las islas Comores (África), perteneciente a un orden que se daba por extinguido hace 70 millones de años.
Desgarrador es ahora el paisaje. No hay paredes, ni vidrios, ni puertas, ni cablería, ni aires acondicionados, ni pisos, ni estanterías, ni pocetas, ni lavamanos, ni vidrios, ni aluminios, ni maderas, ni pisos… Hasta las cabillas fueron extraídas de sus columnas. Los libros de su otrora bien dotada biblioteca central, esparcidos por el suelo, ofrecen la más penosa estampa del vandalismo y la crueldad que se apoderó de la universidad.
El Instituto Oceanográfico es ahora una ruma de escombros. Hasta las uniones de cobre de sus pisos de granito fueron sustraídas. Nada se ha salvado de la furia depredadora de la barbarie. El Celacanto se escapó porque hace unos años fue trasladado al museo marino de la ciudad. Se comenta que este crimen fue perpetrado por los vecinos de las comunidades aledañas al conjunto universitario.
Sus edificaciones fueron convertidas en una gigantesca ferretería a la orden de la miseria y la rapacidad. La Universidad de Oriente que creó identidad y sentido de pertenencia; la que democratizó la educación superior en la región (porque en ella estudiaron sin distingo, ricos, pobres, clase media, hombres, mujeres, propios y extraños) es ahora desolación y ruina. La furia de Putin cuyo frenesí por destruir a Ucrania la tenemos presente hora tras hora en los noticieros, parece haberse descargado también aquí.
Recibo con estupor la información de que la poca actividad universitaria se realiza ahora en instituciones ajenas a la universidad, como la escuela de enfermería, o la antigua sede de la extinta Corporiente. ¡Qué absurdo! Se cuenta y no se cree.
Un crimen como este no se perpetra en un día ni en dos, ni siquiera en meses. Se necesitó mucho tiempo y, sobre todo, el silencio y la indiferencia cómplice de las autoridades locales. ¿Quién paga por este crimen? Seguramente nadie porque desde hace mucho rato las universidades y los universitarios, nada importan a los dueños del poder.
Nelly Arenas es profesora titular de la UCV, doctora en Ciencias Políticas
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