Putín, Putón, Plutón…, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Dicen los expertos que Putín no quiere ser un zar de medio pelo ni encabezar más una nación de glorias marchitas, a la que Europa y los gringos desdeñen apenas él les dé la espalda. Quiere una corona, pero no así como está, retorcida, mohosa y empañada. Latón al fin.
Putín quiere, siguiendo a los analistas, no lo sólo lo más cercano a la antigua territorialidad del imperio ruso, toda la que sea posible, sino también reverdecer los laureles de gran potencia que una vez se ciñó la URSS.
Uno diría que si Putín hablara nuestro idioma también estaría irritadamente inconforme con apellidarse así. Putín le sonaría demasiado a pudín, orín, aserrín o violín. Violín definitivamente no, cuando él lo que quisiera ser, si de instrumentos musicales se tratara, es una tuba, pasar a bombardino y terminar en un Ousafón Júpiter, una tuba gigantesca cuyas notas tronantes y fogosas vuelen por encima de todas las cabezas de la banda. Y si es posible se las quite.
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El problema está en esa bendita I, tan flaquita, tan escuálida, tan finita e insignificante. Tal vez quisiera verla hincharse hasta transformarse en una O, una O bien inflada, bien en mayúscula. Y ahora sí: en vez de Putín, Putón, que a su paso las multitudes lo aclamen Putooooón, y de allí, enceguecido, levantarse luego transformado en Plutón, el fatídico vástago, decían los antiguos, de Cronos y de Rea, el señor tiempo y la señora tierra.
Pero que mal, señor Putín que, como un Plutón cualquiera, díscolo y perverso, su elección haya sido emular al dios de los Infiernos y que en estos tiempos terrenales no le avergüence desatar la muerte, el temor y la repugnancia general.
Usted lleva más de una semana en tan demoníaca tarea en suelo de Ucrania a la que su soberbia no le permite reconocer como otro país del mundo. Mire qué paradoja, su aventura ha cohesionado a esa nación, sus hijos están dando su vida por ella, no se han rendido a pesar de la furia de un invasor que lo aventaja diez a uno y fanfarronea con sus armas nucleares. En tiempos modernos nunca había surgido ante el mundo tan nítidamente la imagen de una Ucrania amada, que se asume independiente, libre y soberana.
Putin bombardea y ametralla lo que se mueva, dispara sobre edificios vacíos porque la invasión no le basta, como no le bastaría adueñarse de Ucrania y sus riquezas. La demolición es la revancha que cobra su orgullo de zar frustrado que se estrella frente a un pueblo heroico que entrega sus vidas, todo lo que tiene por su patria y su libertad.
Es muy posible que tenga la victoria militar, que será el triunfo tétrico de la muerte. Amenazará con sus armas nucleares. Pero eso no va a darle relumbre a su corona. Todo lo contrario, la incursión militar que hoy se circunscribe a las fronteras de Ucrania es una guerra mundial en el campo económico. Su tiro expansionista está condenado a salir por la culata, justo en medio del pecho.
Putin se siente amenazado por Europa y la OTAN, la misma Europa a cuyas inversiones, proyectos, préstamos y tecnologías le ha abierto de par en par los brazos. Pero el choque global que ha producido generará recesión e inflación, menos crecimiento, menor demanda, altas tasas de interés y altos costos del financiamiento. Lo va a padecer todo el planeta en esta hora terrible que ha iniciado Putín, pero una Rusia, aislada del resto de Europa, bloqueada y sancionada, caerá más abajo.
De cara al colapso sabremos de qué le servirá entonces el coro de los enanos autoritarios de toda laya con sus babosas apologías, que por estos predios han surgido de los extremos de derecha e izquierda. Que los nuevos tiempos los vean sucumbir juntos en medio de un repudio planetario.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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