¡Que Enredo!, por Teodoro Petkoff
Hay un ambiente extraño en el país económico-social. Las cifras del Banco Central (que todavía creemos no maquilladas) registran que el sector no petrolero, tanto público como privado (que es el que emplea a la inmensa mayoría de la población ocupada), ha venido creciendo sostenidamente desde el cuarto trimestre de 2000 (4.5, 4.1 y 4.8% en cada uno de los tres trimestres). No es el empuje que se necesita para un crecimiento impetuoso de la economía, pero, en todo caso, está por encima de la tasa de crecimiento de la población, así que es real. (Lo que hace que el conjunto de la economía no crezca al mismo ritmo es el descenso de la actividad petrolera. En el primer trimestre de 2001 el producto petrolero se incrementó en 3% y en el segundo decreció: -2.3%.) No se puede decir, por cierto, que el crecimiento del sector no petrolero sea debido al incremento del gasto público, porque la ejecución del presupuesto hasta ahora escasamente llega al 30% de lo acordado, de modo que la expansión de la economía no petrolera posee un dinamismo propio.
¿Por qué, entonces, domina un sentimiento negativo y pesimista, no sólo en el mundo empresarial sino en la población en general, respecto de cómo van las cosas? Varias explicaciones deben ser consideradas. En primer lugar, el crecimiento económico, hasta ahora, ha mostrado una débil capacidad empleadora. La tasa oficial de desempleo sigue por encima de 13% al final del primer semestre. Eso es demasiada gente sin trabajo: un millón largo de personas que no encuentran ocupación. Tal cosa pesa mucho en la percepción general negativa sobre la marcha de la economía. En segundo lugar, la impresión de chambonería que produce el gobierno. El episodio esperpéntico del decreto sobre el salario mínimo, con sus vueltas y revueltas, y el no menos grotesco de la restricción de importaciones, con sus marchas y contramarchas, no son como para que el gobierno proyecte una imagen de que sabe lo que hace. Todo lo contrario.
En tercer lugar, la catatonia informativa del Banco Central y del gobierno. El venezolano de a pie tiene la impresión de que a la vuelta de la esquina está esperándonos un control de cambios o una macrodevaluación y de que el precio del dólar va como un cohete hacia la estratosfera. Es lógico que la gente se desconcierte. Primero se nos decía que íbamos hacia un cambio fijo y, de hecho, la tasa de cambio durante meses apenas si se movió, pero ahora, el Banco Central la ha dejado deslizar con mayor rapidez sin explicar las razones de este cambio de velocidad. ¿Resultado? Lo que en verdad es una tentativa de corregir la sobrevaluación, luce como un dólar desbocado, que se fue de las manos de la autoridad monetaria. Con reservas internacionales de casi 13 mil millones de dólares (lo cual es mucho músculo), sin contar con cerca de 7 mil en el FIEM (lo cual debería dar confianza en cuanto a la capacidad fiscal del país de hacer frente a una improbable caída libre de los precios del petróleo), el gobierno y el Banco Central no alcanzan a disipar las aprensiones acerca de control de cambios o macrodevaluación.
¿Por qué? Porque no hay política económica. Es una paradoja sangrienta. El discurso contra el neoliberalismo es vociferado por un gobierno al margen de las definiciones estratégicas fundamentales de política económica que corresponden al Estado. Como nadie sabe qué es lo que quiere o se propone el gobierno, el país nacional va a la deriva y sólo atina a tratar de protegerse comprando dólares.