¿Qué es lo que quiere Putin en Ucrania?, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Este artículo es un extracto modificado de mi ensayo «Las razones de Putin» publicado en polisfmires.blogspot.com
Putin no quiere territorios en Ucrania. Putin quiere al estado de Ucrania
Continuamente se habla en términos condicionales si Putin gana o pierde la guerra en contra de Ucrania. No obstante, pocos se detienen acerca del real significado del verbo «ganar». ¿Qué quiere decir ganar en este caso? Simplemente, cumplir objetivos. Y bien, esos objetivos los definió Rusia desde un comienzo, entre otros: impedir que Ucrania se convierta en un país occidental, con todos los derechos y deberes que esa conversión implica. No se trata entonces como dijo una vez Kissinger, de un par de kilómetros cuadrados. Se trata, y este es el punto, de eliminar toda posibilidad para que Ucrania se convierta en una nación independiente y soberana. Justamente esa intención fija los objetivos de Ucrania.
Ganar la guerra a favor de Ucrania significa que «siga siendo una democracia soberana, con derecho a elegir sus propios líderes y hacer sus propios tratados» (Anne Applebaum).
La dependencia de Ucrania con respecto a Rusia pasa por supuesto por la ocupación territorial. Pero eso no significa que Putin esté interesado en los territorios de Ucrania. Su interés es el estado de Ucrania. Eso quiere decir que Ucrania, si es que Putin «gana» la guerra, podría seguir siendo una nación, pero no independiente.
El modelo de Putin es Bielorrusia, donde no controla un solo centímetro de territorio, pero controla a todo su estado. O dicho así: a Putin, menos que la soberanía territorial, interesa la soberanía política de Ucrania. Eso es lo que no han logrado entender los gobernantes europeos ni mucho menos los columnistas «bien pensantes» que presionan a Zelenski a negociar. ¿A negociar qué? ¿el estado de Ucrania? Pero ni el estado de Ucrania ni el de ningún país del mundo es negociable. Sin ese punto no se entiende nada.
Concordamos entonces con los politólogos alemanes Gerfried Münkler y Amin Nassehi, cuando afirman que la posibilidad de llevar a Putin a la mesa de negociaciones pasa por derrotarlo militarmente, o en su defecto, por convertir su victoria en algo tan costoso y difícil que al final Putin decida desistir de ella. Algo muy difícil si consideramos que, para Putin, Ucrania no es un fin sino un medio en un proyecto que comienza en Ucrania, pero va mucho más allá de Ucrania. Afirmación que lleva a la pregunta: ¿Qué es lo que quiere Putin después de Ucrania? Ese objetivo no es otro –lo ha dicho el mismo Putin– que restituir mediante la guerra al antiguo imperio ruso. En otras palabras: la política internacional de Putin es radicalmente revisionista.
Revisionismo histórico y geográfico
Revisionismo significa revisar el pasado a fin de reconstruirlo independientemente a los acuerdos establecidos en convenciones internacionales. En el caso particular de Ucrania, Putin cree, como lo demostró su artículo del 2021 (Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos) que Ucrania, el norte de Kazajistán, Bielorrusia y Rusia, poseen una misma raíz étnica (eslava), religiosa (ortodoxia cristiana) y lingüista, proveniente de la antigua Rus. Se trata de una concepción premoderna de nación, similar a la que reclamaba Hitler para la “raza” germánica en su imaginario “espacio vital”. Sobre la base de una mitología, Putin ha elaborado así una nueva narrativa de la geografía y de la historia rusa.
Desde el punto de vista geográfico, el núcleo central, formado por la resurrección de la antigua Rus, donde él, Putin, ejercería el rol de un nuevo Pedro el Grande (con quien continuamente se compara), deberá ser el eje central de naciones satélites, sobre todo en la región caucásica y en Asia Central. «Eurasia», llama a esa construcción Aleksandr Dugin.
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Desde el punto de vista historiográfico, el pasado reciente que dio origen a Ucrania deberá ser también drásticamente revisado. Por eso, para comenzar, Putin decidió romper nada menos que con un mito fundacional, con el pasado bolchevique que dio origen a la URSS.
El mito de Lenin como padre totémico de la revolución rusa ha comenzado a ser desmontado. Lenin, según Putin, era un europeísta. Al fundar a la república socialista de Ucrania, arrancó a Ucrania de la Madre Rusia. En cambio, según el discurso ideológico del nuevo totalitarismo, Stalin, al reintegrar violentamente a Ucrania, reconectó a la historia rusa con su pasado zarista.
Después de un largo interregno post-estalinista, Gorbachov retomó las líneas de Lenin y Trotzki e intentó unir el futuro democrático de la URSS con el de las democracias occidentales. Eso explica la campaña furibunda desatada desde fuentes gubernamentales rusas en contra de Gorbachov, hasta el punto de que incluso a sus funerales le fueron negados honores de estadista. Para Putin, Gorbachov fue el creador de la que él ha considerado «la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX», la disolución del imperio de la URSS. Por el contrario, Putin ha decidido pasar a la historia universal como el creador de la antigua y a la vez de la nueva Rusia.
Bajo la luz de la nueva Interpretación de la historia, se entiende perfectamente el significado metafísico que tiene para Putin, Ucrania. Sin Ucrania no hay antigua Rus y sin ella Putin no tendría nada que restituir. En ese sentido Putin parece haber ligado su destino personal con su visión de la historia. Ucrania es solo un eslabón en la cadena de un proyecto mundial autocrático.
Un nuevo proyecto autocrático mundial
Sería sin embargo equivocado limitar el proyecto Putin a una simple recuperación de un imaginario pasado. Putin cree ser un político de dimensiones mundiales. Eso significa que el pasado solo le interesa en relación con un futuro, el que, como todo futuro, es, aún más que el pasado, imaginario. Ese futuro, lo ha repetido sin cesar en sus últimas elocuciones, apunta hacia la construcción de un nuevo orden mundial, y de esa construcción, él quiere ser su arquitecto. Un nuevo orden mundial cuyo objetivo será liquidar lo que él llama unilateralismo, vale decir, la dominación de Occidente.
La invasión a Ucrania es concebida por Putin como el comienzo de una revolución mundial en contra de Occidente, y a ella se unirán las naciones patriarcales y religiosas de Europa, las naciones antioccidentales del islamismo, los partidos de ultraderecha europeos e incluso los gobiernos y partidos de la ultraizquierda latinoamericana a los que Putin habla con una jerga de tipo castrista, guevarista y chavista (en contra del imperialismo norteamericano y de su «brazo armado», la OTAN)
Nunca ha dicho Putin con qué economía ni con cuales ideas piensa superar a Occidente. Tanto en la producción de ideas como en su proyección económica, Rusia sigue, y probablemente seguirá siendo, un país atrasado. Solo cabe pensar en que, lo que nunca logrará Putin por medios civilizados, intentará conseguirlo mediante la aplicación sistemática de la fuerza bruta. Putin es el matón de ese barrio llamado mundo. De ahí que, imperiosamente necesita a China (aunque si bien lo pensamos, China no necesita demasiado a Rusia) para llegar a cuestionar lo que él llama dominación económica de Occidente.
Como sea, Putin, en sus afiebradas ambiciones, ha descubierto la posibilidad de arruinar a Occidente. ¿Cómo? No hay otra respuesta, con lo único que tiene: fuerza militar. Es decir, mediante la prolongación de la guerra, o si se prefiere, mediante una guerra permanente.
Ignoramos si la destrucción sistemática de Occidente fue la idea originaria que llevó a Putin a invadir a Ucrania o si fue esa invasión la que abrió perspectivas para realizar su objetivo de dominación mundial. Más bien nos inclinamos por la segunda posibilidad. El odio a Occidente manifestado por Putin parece no tener límites, pero al comienzo de la guerra a Ucrania era solo eso: un simple odio-deseo. Tal vez fue el error que lo hizo pensar en una guerra de tres días para ocupar Ucrania, el punto de inflexión que lo llevó a comprender que una prolongación de la guerra podría tener efectos más perjudiciales para los países occidentales -sobre todo para los europeos– que para Rusia.
De acuerdo a la lógica de Putin, los países europeos son débiles porque son democráticos y son democráticos porque son débiles. Tras años de convivir pacíficamente con Europa, Putin ha captado que gran parte de la estabilidad política de los países europeos reside en el bienestar de sus clases medias. Ahora, si impide ese bienestar -los medios energéticos para hacerlo los tiene- esas clases medias consumistas no tardarán en volverse en contra de sus gobiernos, generando inestabilidad política. Desde esa perspectiva, Ucrania dejaría de ser solo un fin para convertirse -gracias a la prolongación de la guerra- en un medio destinado a demoler las estructuras sociales y políticas europeas.
De acuerdo a los más probables cálculos de Putin, Rusia, dominada por normas dictatoriales puede permitirse una gran caída económica. Putin, a diferencia de los gobernantes democráticos, no teme a ninguna oposición, y si aparecen opositores, ya sabe cómo tratarlos: los aplasta en la prisión, o los envenena, o los «suicida». De modo paradójico, Putin ha logrado convertir a las democracias y al «estado de bienestar» en aliados estratégicos de una guerra dirigida objetivamente a Europa. Su plan parece estar dando resultados, sobre todo en países cuyos gobernantes carecen de liderazgo emocional, como es el caso de la Francia de Macron y de la Alemania de Scholz.
La presión social sobre los partidos políticos es muy fuerte en los países europeos. Los cada vez menos disimulados llamados a Ucrania a negociar –en verdad, a capitular– no logran ocultar que, para los sectores menos politizados de las naciones europeas, Ucrania, y, sobre todo, su presidente Zelenski, comienzan a ser vistos como lastres que impiden llevar una vida «normal». Como dijo el representante del comercio manufacturero alemán, «esta no es nuestra guerra».
Los llamados al cese de la ayuda militar serán, y de hecho son, cada vez más estridentes. Y los partidos extremistas, sobre todo los de ultraderecha, aliados confesos de Putin, aumentarán su caudal de votos, si es que no llegan al poder, como ya lo hicieron en Hungría y Serbia. Ya la extrema derecha –no necesariamente putinista– alcanzó el gobierno de Suecia. Otras más putinistas, como la italiana, lo harán pronto. Putin conoce muy bien a sus caballos de Troya.
El miedoso gobierno alemán vacila siempre al enviar las armas que solicita con urgencia Ucrania. Pablo Iglesias va mucho más lejos: llama a humillarse en nombre de la paz (que la humillación será ucraniana y no española, no lo dice)
Imponiendo las condiciones de «su paz», espera Putin doblegar la voluntad democrática de Europa, erigirse como campeón en una guerra de las civilizaciones, y dictar condiciones a ese otro Occidente, el no europeo, liderado por los EE UU. En las palabras de la recientemente asesinada, la muy putinista intelectual Daria Dugina: «la situación en Ucrania es realmente un ejemplo de un choque de civilizaciones; puede ser vista también como un choque entre una civilización globalista y una civilización euroasiática» (la entrevista a Dugina se encuentra en la revista Geopolitika: http://www.geopolitika.ru)
Así como Dugina piensa Putin, así piensan también la mayoría de los dictadores, y –hay que decirlo– así piensan también los trumpistas al interior de los EE UU.
¿Logrará los objetivos Putin?
Nadie puede negar que Putin tiene buenas cartas. Occidente, claro está, deberá contar con deserciones y divisiones dentro de la UE. Por ejemplo, la Italia de Meloni será celebrada en Moscú como una conquista militar, y las elecciones suecas si bien no ponen en entredicho la entrada de Suecia a la OTAN, dejará fuera del gobierno a los defensores más leales de la UE.
Cualquiera sea el resultado de la guerra, una parte de Europa occidental resultará económica y políticamente lesionada. Pero otra parte de Europa, me refiero a naciones que conocieron en su propia piel el terror ruso-soviético, emergerá fortalecida. A esos países pertenece también Ucrania, cada día más ucraniana y cada día menos rusa. Debemos agregar la posibilidad de que si la guerra a Ucrania se alarga más allá de lo presupuestado por Putin (de hecho, esto ya ocurrió) regiones y naciones doblegadas por Rusia en Europa Central y en la zona caucásica, entre otras Azerbaiyán (apoyada por Turquía), Osetia del norte y Abjasia, intentaran buscar vías independentistas.
Podría entonces suceder que, dentro del nuevo orden mundial, su supuesto impulsor, Putin, sea al final el gran perdedor.