Que la mentira no siga imperando, por Beltrán Vallejo
En días pasados los hermanos Rodríguez dieron una demostración más de la adicción por la mentira y la desinformación que predomina en el desgobierno de Maduro. Tanto Jorge como Delsy Eloina convocaron una rueda de prensa bien filial donde manifestaron que Venezuela no tiene una crisis de emigración masiva, más otros aderezos de desinformación e irrealidad con el propósito de minimizar el fenómeno de una salida masiva de connacionales hacia países con economías sanas o “normales”.
En fin , en esa rueda de prensa sicodélica trataron de ocultar el drama actual de que no hay algún vecindario de ciudad o de pueblo de Venezuela donde no se haya ido alguien para Sudamérica, EEUU, Centroamérica o Europa, en búsqueda de trabajo, comida, medicina o seguridad
En esto radica la naturaleza de este gobierno: mentir, falsificar información, desvirtuar, ocultar, confundir, manipular. El gobierno de Nicolás Maduro, implicando a toda su élite de funcionarios civiles y militares, desde la Alcaldía más remota, hasta el palacete ofídico de Miraflores, es una posverdad pura y simple.
Ahora bien, siempre han existido gobiernos y políticos mentirosos. Venezuela tuvo presidentes embusterísimos, pero con Chávez y con Maduro, su “hijo”, se puede hablar de una intensificación del termómetro de falsedades como política comunicacional, tanto en cantidad como en “calidad”. El chavomadurismo es fuente de mentiras descomunales, como aquella de Maduro sobre la capacidad agroalimentaria de Venezuela, al punto de que “iba a enviar comida a Qatar”.
El otro componente de la era chavomadurista, que resalta en comparación de aquellos tiempos del blanco y negro embusteril de la cuarta república y las singladuras verborreicas de un Lusinchi, de un Luis Herrera o de un Carlos Andrés, es el enorme aparato comunicacional del gobierno, con apoyo internacional del entorno mediático ruso, establecido mediante un amplio dispositivo de medios masivos y de redes sociales que aturden y embrutecen a esos receptores cautivos, pasivos y genuflexos que reciben un río crecido de embelecos retóricos, cifras maquilladas e insultos estrambóticos que encumbran a la mentira sobre un trono de gríngolas, sobre un trono de recepción selectiva y de percepción selectiva progobierno que alienta el fanatismo de algunos, que alimenta el desaliento y la desesperanza en otros, que enriquece la picardía de esa sinvergüenzura arrastrada, clientelar, flojona y habladora de pistolada, como la que pulula por la Plaza Bolívar de Caracas o alrededor de cualquier alcaldía o gobernación chavomadurista.
Lamentablemente hay adoradores de esta religión de la mentira; hay proclives a asistir al culto de lo irreal y del montaje que presiden todos los funcionarios del gobierno; hay hasta viejas beatas que se rasgan las vestiduras por el idilio madurista; hay venezolanos que si Maduro no les miente no viven, no respiran, no se emocionan o languidecen; hay venezolanos adictos a la retreta de embustes que sale de la boca de un Jorge Rodríguez; e incluso, aunque parezca un imposible, hay hasta zulianos que creen a pie juntillas las falacias de un Motta Domínguez sobre la crisis eléctrica en esa entidad y en Venezuela.
Nos queda a los demócratas seguir llamándoles la atención a esos “chaquiros”; seguir alertando al país todo y al mundo que un gobierno de este talante es un riesgo gravísimo hasta para él mismo. Vean ahí que el principal problema del “pobrecito” Maduro, en relación a su programa económico, es su falta de credibilidad para un mayoritario pueblo que aprendió la lección sobre los peligros que significan los cantos de sirena de un liderazgo pérfido como el que él encarna.