Que Las Tejerías sea la última tragedia planificada, por Rafael Antonio Sanabria Martínez
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Las Tejerías, desde el 8 de octubre, es noticia en el mundo por la catástrofe ocurrida que los ha dejado en profundo dolor. Lo acontecido debe ser motivo de acucioso estudio multidisciplinario para analizar con objetividad las causas de lo ocurrido. Esta eventualidad debe llevarnos a la reflexión para impulsar la reingeniería del espacio geográfico.
Es positivo el sentido humano de solidaridad que se ha demostrado, pero es necesaria la reconstrucción espiritual de dicha localidad, que se alcanza con sensibilización profesional. Están viviendo un proceso de duelo que debe sanar muy bien, no están para marketing.
La sociología de las catástrofes es una disciplina que ha florecido en los últimos decenios, en parte por las catástrofes suscitadas en el mundo: catástrofes naturales, guerras, atentados, accidentes o pandemias que provocan la muerte colectiva.
La muerte colectiva es punto de inflexión entre la humanización o deshumanización como respuesta ante la tragedia que vive Las Tejerías. En un intento del campo disciplinar por definir qué se considera una catástrofe, encontramos que es, de hecho, la presencia de la muerte masiva, que «sensibiliza» ante la tragedia.
No es el hecho de diferenciar un atentado de un accidente, ni el hecho de politizar la tragedia. Lo que indigna es el hecho de no colocar los pies sobre la tierra para buscar definiciones alternas a una negligencia que viene ocurriendo en Venezuela desde hace más de un siglo, por deficiente planificación. La negligencia aplica ante todas las catástrofes y la de Las Tejerías no es la excepción.
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Indigna, por ejemplo, que se permita la construcción de casas cercanas a zonas hidrográficas y se descubra que los permisos de construcción podrían haber hecho caso omiso de la reglamentación. La catástrofe de Las Tejerías indigna cuando los más afectados son aquellos que cuentan con menos recursos para tener sus propiedades bien cimentadas en lugares fuera de peligro. Y justo los estudiosos de las catástrofes desde el punto de vista sociológico lo señalan.
Indigna, no la presencia de accidentes, sino la falta de prevención; es la negligencia en las condiciones de vida de los actores de una comunidad. Lo que indigna son las condiciones previas de desigualdad por las que suceden las catástrofes.
Cuando suceden las catástrofes –que en sociología bien se tiene cuidado de no denominarlas accidentes– siempre el debate está en el origen del drama, que constantemente busca en las responsabilidades humanas una parte de la causalidad.
Según Gaëlle Clavandier, la cuestión central es cómo una sociedad hace frente a sus muertos hoy en día –entiéndase por sociedad no solamente a los ciudadanos sino a las instituciones y a los representantes de esas instituciones–. Es de alto interés entender las catástrofes no solo desde el punto de vista de la prevención de riesgos sino también desde el punto de vista de la asunción de responsabilidades humanas, cuando esas catástrofes pudieron haber sido prevenidas. Es en el papel que adoptan las instituciones, los representantes y los ciudadanos, donde viene el verdadero punto de quiebre en el que la desconfianza hacia las instituciones se acentúa.
Hablemos con propiedad. Basta de decir que los desastre son naturales porque generalmente los desastres son provocados por los seres humanos. No son las catástrofes las que matan a las personas, lo que mata a las personas es el muro mal construido, la teja mal puesta, la desestabilización de los terrenos por deforestación. Eso es responsabilidad de los seres humanos.
Terminemos de entender que «los desastres no son naturales, son producto de prácticas equivocadas que, en una tormenta, la gente más afectada es la que no se ha protegido». Si en 1999 se vivió la catástrofe de Vargas, ese evento debió marcar pauta para corregir gradualmente el enfoque centrado en el desastre a un enfoque centrado en el riesgo, o sea, a una cultura de la anticipación; pero, lamentablemente, no fue así. Todavía falta mucho camino por recorrer, debemos sentar las bases de la planificación.
Debe haber mayor conciencia del tema, para que haya mayores avances y mayores retos. El problema no es que llueva más, sino las casas que hay en riesgo, pero las casas en riesgo no son culpa de la naturaleza, sino de los seres humanos.
Es decir, la inadecuada planificación es en verdad la planificación de tragedias
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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