¡Qué lo hagan otros!, (pero no nosotros), por Carolina Gómez-Ávila
Me apesadumbran quienes se relacionan con sus derechos como si se tratara de objetos de su propiedad -de los que abusan o con los cuales comercian- sin creerse obligados a rendir cuentas o a dar compensación alguna.
Culpemos a la mala formación ciudadana y a las ofertas populistas de los mediocres de la política, pero remediémoslo
Cada derecho se fundamenta en la premisa de que el resto de la sociedad cumpla sus deberes, eso es el Pacto Social. Parece obvio pero no es fácil encontrar ciudadanos conscientes de que su derecho a la seguridad o a la salud, por poner un par de ejemplos gruesos, dependen de que todos cumplamos nuestro deber de pagar impuestos y de que los funcionarios cumplan el suyo, de administrarlos con honestidad y transparencia.
Así que cada vez que alguien quiera reclamar sus derechos, antes haría bien en revisar quiénes no están cumpliendo sus deberes en la cadena que se los garantizaría; quizás se sorprenda descubriendo que él mismo está entre los culpables.
“Yo tengo derechos porque tú cumples tus deberes; tú tienes derechos porque yo cumplo mis deberes”, sería una consigna para formar ciudadanos siempre que se les aclare que este “tú” no apela en exclusiva al receptor del mensaje sino que invoca a este y al conjunto a la vez, y que nada de esto exime al Gobierno de la responsabilidad última de garantizarlos a través de políticas públicas al efecto.
En cuanto a los derechos políticos -únicos que, jurídicamente, nos convierten o no en ciudadanos- el asunto se resumiría al derecho a elegir y/o a ser elegido, a ser admitido en cargos públicos, a ejercer la Contraloría Social y a dirigir peticiones al Ejecutivo y/o al Legislativo (en sus niveles municipal, estadal y/o nacional) para exponer necesidades o con la intención de influir en la legislación. Más o menos con esto quedan expresadas las características representativa, participativa y protagónica del Ejercicio Ciudadano.
Votar, como se ve, es sólo uno de estos derechos -el derecho a elegir- y como desde 1999 no es un deber, usted puede tratarlo como un objeto: usarlo, no usarlo o incluso venderlo. Y también puede creer que por lo que haga, no está obligado a rendir cuentas o a ofrecer compensación alguna. Por lo tanto no le preguntaré qué va a hacer con su voto, pero sí le pregunto: ¿Cuántos más de los derechos enumerados no ejerce?
Puede que votar sea el último de los derechos políticos que usted entregue sin ofrecer resistencia alguna, señal de que se siente impotente y de que no sabe qué hacer (o de que cree que no puede hacer nada) que permita cambiar la situación de todos… excepto pedir a gritos que lo hagan otros. Pero nunca, nosotros.