Que no falten los amigos, por Carlos M. Montenegro
Ya el 2019, con su Nochebuena y su Navidad, el añoviejo con sus uvas, quien pudo claro, y su añonuevo se fueron para no regresar jamás. Hasta los Reyes Magos de Oriente continuaron su trashumancia otros doce meses hasta que su estrella los guíe de nuevo al destino de siempre. Deben conocerse de sobra el camino, pero ya se sabe que la tradición es la tradición, además viven de eso como los comerciantes de juguetes. Qué no habrán visto esos magos en sus 2.020 años peregrinando. Y los que les faltan.
Viéndolos acercarse al horizonte, se puede hacer recuento, aunque sea por encima, de las cosas buenas que se han acumulado con el tiempo, e incluso de las que aún nos falta acopiar. Es como un “loop” que cada año se presenta sin avisar como las temporadas de metras, perinola o papagallos.
Durante estas celebraciones he recibido, seguro que ustedes también, felicitaciones por WhatsApp, Facebook, twitter, Tumblr o Instagram y las cada vez más infrecuentes cartas o postales navideñas de los amigos más veteranos, preocupados de paso por cómo sobrellevamos este patético surrealismo, gente de buena voluntad sin duda. Este cúmulo de cosas son las que me ha puesto a cavilar sobre lo importante que es tener verdaderos amigos*, los que se acuerdan de nosotros.
El término amistad parece estar en boga, pero se parece muy poco a como se entendía y practicaba no hace tanto; ha perdido gran parte de su contenido, se ha quedado como ese atractivo y crujiente celofán que envuelve algo trivial.
Aunque, eso sí, abunda la literatura pedagógica de andar por casa, sobre la conveniencia de que a nuestros hijos debemos educarlos con sentimientos positivos… ¿Quién puede estar en contra?
Psicólogos, catedráticos, maestros y enterados de todo, sin duda bien intencionados, lo aseveran en libros, revistas programas de Televisión, radio y cuantas redes sociales hay en uso. Si no pregunten a Google.
Nos dicen que los niños y jóvenes serán más felices y que los que carezcan de amigos no lo serán tanto, y hasta pueden tomar otros caminos menos deseables. Por eso nos advierten que los padres debemos estar muy pendientes de la calidad de amistades que nuestros hijos adquieran, no sea que las malas compañías nos los echen a perder y, ya saben, toda la retahíla de verdades tan obvias y manoseadas que de redundar tanto se vuelven puro trasnocho y letanía.
Por eso prefiero recordar sin tantos atavíos a los amigos de antes, de quienes guardo los mejores recuerdos desde la infancia, la juventud e incluso los de la edad que transito, en fin: los de toda la vida, me hayan felicitado o no en estas pascuas.
Los primeros amigos suelen surgir en primaria y secundaria en el colegio. A pesar de tantos años transcurridos, ahora en que a veces no recuerdo qué cené la noche anterior, podría nombrar docenas de aquellos amigos, incluso con nombre y apellido. Esos amigos que siguiendo su camino se desconectan de nuestra cotidianidad, con pocas excepciones suelen ser también los primeros en reflejarse cuando echamos una ojeada al retrovisor de nuestra vida.
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Probablemente uno de ellos para echárselas de espabilado, un día fue el que nos amargó las vacaciones al informarnos de lo que hacían nuestros padres la noche en que nos mandaban tan temprano a la cama, y quiénes se comían los exquisitos dulces y se bebían los licores puestos junto a la ventana para obsequiar a los Reyes Magos, en mi caso, aunque estoy seguro que lo mismo pasaba en las casas visitadas por San Nicolás, Papá Noel o Santa, según el caso.
Una vez pasado el mal trago de descubrir la verdadera identidad de los Magos fuimos creciendo, no solo de estatura, y llegó la pubertad, ese atrio de la adolescencia en que, junto a los cambios orgánicos, suele haber cambio de guardia, con nuevos compinches que se incorporan al día a día; son los años que nos liberábamos de la tutela de los mayores y nos adentramos en un descubrimiento fantástico: la libertad, que dependiendo de la familia podíamos transgredir más o menos, pero libertad al fin.
Aquellos amigos, los del barrio, temporalmente fueron más trascendentes que la propia familia, nos juntábamos al final del día y se nos iba el tiempo volando. En aquella época de “teenagers” aprendíamos empíricamente las cosas que generalmente no nos enseñaban en casa.
Eran tiempos en que nuestros padres, tan conservadores, respondían con evasivas a las impertinentes preguntas, producto de nuestra ignorancia de casi todo; sin embargo esos temas se resolvían con nuestros amigos tan desinformados como nosotros, y así nos íbamos malinformando de casi todo para enfrentar lo que viniera el resto de nuestra vida.
Eran los años que descubrimos que las chicas causaban en nuestros cuerpos sensaciones que no habíamos sentido antes, y hasta rivalizamos también por ellas. A menudo y sin haberlo catado, en el aula de la esquina conveníamos que lo del sexo era algo estupendo; el grupo se ampliaba con nuevas adquisiciones del sexo contrario que, por cierto, nos llevaban una buena ventaja en lo de “la vida”, a pesar de que ante ellas presumíamos de estar de vuelta de todo, sin haber ido.
Nuestras madres recelaban de aquellos amigotes cada vez que soltábamos impertinentes comentarios en familia escandalizándolas, mientras los hermanos mayores nos “chalequeaban” y los padres sonreían socarronamente haciéndose los locos ante los típicos: ¡No le vas a decir nada a este desvergonzado¡
Ya pasados los 20, en la Universidad o mientras estudiábamos cualquier otra profesión, las cosas solían cambiar de nuevo y se ampliaban las relaciones abandonando la cuadra, aunque no a la pandilla. Ya no cumplíamos los horarios, teníamos llaves de la casa, novia, moto, automóvil “prestados” por el padre, y a veces incluso carrito propio.
Al terminar los estudios y encontrar trabajo las cosas se complicaban un tanto, los amigos eran de otra laya, se hacían amistades pero de otra variedad, algunas pocas, perduraban, pero otras eran más circunstanciales y no llegaban tan adentro.
Nos convertimos en hombres hechos y derechos, algunos más derechos que otros. Nos correspondía, ahora sí, decidir qué camino tomar.
Aquellos amigos son los que recordaré siempre; para bien o para mal fuimos todo lo felices que es posible ser… Con ellos, importante cosa para mí me he reído mucho, cogimos inolvidables borracheras, presumíamos de galanes y de cautivar a las chicas, mentiras que ni nosotros creíamos, hicimos auténticas tonterías y locuras de las que, por supuesto, casi nadie se ha arrepentido.
Los amigos, mis buenos amigos, los frecuente o no, siguen estando ahí, me lo han demostrado con creces en las buenas y en las malas. Para mí la palabra amigo encierra mucho y expresa todo. Por eso, estén donde estén, este 2020 brindo por ellas y ellos. Por todos los amigos
* Mientras escribía este artículo sobre la amistanza y rebuscaba unas cuantas frases ingeniosas para mejorar mi texto, me he olvidado unas horas de lo mal que anda el mundo. Hasta eso le debo a mis amigos.
El hombre más rico del mundo no es el que conserva el primer dinero que ganó, sino el que conserva el primer amigo que tuvo.
Un amigo es el que sabe todo de ti, y a pesar de ello sigue siendo tu amigo.
Los turcos dicen que el que busca un amigo sin defectos, se queda sin amigos.
Amigos son aquellos extraños seres que nos preguntan cómo estamos y esperan oír la respuesta.
Quien no buscó amigos en las Buenas Que no los pida en las malas
La mejor forma de destruir a su enemigo es convertirle en su amigo. Abraham Lincoln
Créanlo, los tres pilares fundamentales que sostienen el vivir son: la familia, la salud y los amigos, pues éstos son la familia que uno elige.