¿Qué pasa con las empresas del Estado?, por Rafael A. Sanabria M.
Vivimos en carne propia el declive de las empresas del Estado. La profunda crisis en la que están sumergidas han generado un sin fin de problemas que destruyen el equilibrio del tejido social.
Mucha gente se pregunta ¿Qué pasa con las empresas del Estado? Por qué hay tantas fallas y no se observa su operatividad, ¿realmente serán fallas? O es que están desfalcadas, no tienen los recursos necesarios para satisfacer las necesidades del cliente.
Es un tonto pretexto argüir que somos afortunados por vivir en un país donde los servicios públicos tienen un bajo costo y que en muchos casos ni se cancelan, aunque tampoco funcionen. Con orgullo dicen que como Venezuela no hay otro país que brinde este beneficio, ya que en otras naciones los servicios tienen un elevado costo. Sin tomar en cuenta el muy alto precio que paga el pueblo por tener bajo costo en electricidad, telefonía y agua. Ese precio se resume en cortes de electricidad constante, racionamientos o ausencia permanente de agua, ausencia de líneas de teléfonos o en su defecto carencia de internet y señal que permitan mantener fluidez en las comunicaciones.
El siglo pasado, en la década de los sesenta, se dejaba en Caracas que la gente en los barrios hiciera tomas ilegales de la electricidad y el Estado a su vez le facilitó ciertas prebendas a La Electricidad de Caracas a manera de compensación.
Era una manera del gobierno de reducir la presión popular ante el costo de la vida, a la que ahora algunos llaman populista (pero que preferiría llamar realista), porque el peor servicio es el que no se presta. Y el más caro.
En amplias zonas del Zulia tienen electricidad sólo medio día. Es donde peor sufren la carencia y es también, no casualmente, donde siempre el consumo eléctrico ha sido muy por encima del promedio nacional. No se les hizo antes moderar el consumo haciéndoles conocer gradualmente su verdadero costo y ahora sufren algo peor.
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No es un secreto que en estos días, muchas zonas en Venezuela claman por una gota de agua. Hay lugares de Venezuela, en especial del interior del país donde más nunca hubo teléfono de Cantv y por ende de internet (mi caso: dos años sin internet, ni Cantv ni Movilnet), aunado esto a los problemas de electricidad que han acabado con los pocos artefactos eléctricos que tienen los hogares venezolanos.
También como continuar un proceso de educación a distancia si quien lo establece no brinda las herramientas. ¿Hasta cuándo tanta mediocridad, engaños y discursos vacíos que no llegan a nada?
Nos enfrentamos a una pandemia que no solo altera la salud sino el orden social, educativo, cultural, político y espiritual del país. Pero lo curioso es el lenguaje como lo aborda el gobierno, no como una situación de salud, sino como una batalla.
A veces entiendo el término, pues quien verdaderamente batalla de verdad es el pueblo ante las diversas medidas que sugiere el gobierno, que hace sin la mínima intención de sentarse a reflexionar.
Basta de decir que una iguana dejó por 48 horas sin electricidad al país, que se están reparando los pozos para llevar agua al pueblo y lo irónico es que hidrocentro no tiene ni un pico, pero los gerentes tienen soberanos camiones cisternas donde le venden el agua que el mismo pueblo paga. Qué paradoja y si deseas que te llegue el internet consíguete unas lechugas y al instante navegas. Esa es la cruel verdad pero el gobierno ciego y sordo.
¿Dónde está el Estado que no da la cara, pero con sinceridad?
Tal vez le conviene que todo esto suceda, pues debe quedarle su mesada por algún contratito extra que tenga para engordar la billetera.
Llegó el momento de hablarle claro al pueblo, decirle que las empresas del Estado están en la ruina. Sus responsables se comieron y bebieron sus recursos. No se cuenta con presupuesto para resolver las diversas problemáticas, que no afectan a los poderosos sino a la gente de a pie.
No sigamos incubando la esperanza mientras el Estado no reflexione y entienda que estas empresas requieren de una auténtica revisión y reorientación. Seguiremos nadando en un mar de calamidades producto de la ineficiencia de los servidores públicos.
Me he referido sólo a los renglones absolutamente indispensables que no deben fallar ni un minuto. Pero también son un desastre las empresas alimenticias, transporte (aéreo, buses, trenes), industrias básicas mineras y todo un demasiado largo etcétera. Además de las llamadas misiones. Nos han acostumbrado a sus fracasos y aun así nos sorprenden.
Fácil es señalar a otros, echarles la culpa, evadir responsabilidades. La cuestión es enfrentar el problema, desenmascarar la vil corrupción de los actores que dirigen y han dirigido esas instituciones del Estado que las ha llevado al colapso total, para eso se necesita entereza y fuerza de voluntad, reconocer que se ha fracasado.
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