¿Qué pasó en Fuerte Mara?, por Teodoro Petkoff
¿Qué significa exactamente eso que dijo Chávez de que asumía la “responsabilidad total” por la información falsa que difundió sobre los soldados quemados en Fuerte Mara? En puridad, nada. Asumió la responsabilidad, ¿y? Nada, no pasa nada. De hecho, simultáneamente dejó claro que no renunciaría. O sea, nadie paga. Ni él, supuesto responsable, por confesión propia, ni los de más abajo. Al librar de toda responsabilidad a quien le suministró la “información incompleta”, que fue Jesse Chacón, así como al Alto Mando de la FAN y a los oficiales de Fuerte Mara, dejó impune la grave cadena de mentiras que lo hizo aparecer, a su vez, como un mentiroso. Ese es el significado esencial del discurso del domingo pasado: la garantía de impunidad para los errores o los delitos que pudieran cometer los próceres del proceso.
Su mea culpa sólo sirvió para restituir a Jesse en su chamba y para librar al Alto Mando de cualquier culpa. No ha pasado nada, pues.
Independientemente de lo que ocurrió en verdad en el calabozo de Fuerte Mara, sobre cuyos detalles el Presidente no se sintió obligado a informar, no hay ninguna duda de que el tratamiento del hecho por parte de las autoridades militares y del propio Presidente estuvo dirigido a engañar a la opinión pública.
De no haber mediado la lamentable circunstancia de que uno de los soldados quemados muriera, la versión de los hechos que prevalecería hoy sería la que Chávez quiso dar el Domingo de Ramos: un accidente sin mayor importancia. Se habría consumado el engaño.
Algo irregular tiene que haber pasado en Fuerte Mara como para que los oficiales del cuartel hayan intentado endulzar los hechos, minimizándolos, iniciando así una serie de mentiras o verdades a medias que, pasando por toda la cadena de mando en la Guarnición del Zulia así como por el ministro de la Defensa y por el de Comunicación e Información, terminó en «Aló, Presidente». Hay algo que no podía haber escapado al primer oficial que entró al calabozo: algunos de los soldados distaban de haber sufrido “quemaduras leves”. Si el incendio fue accidental o fue provocado por los propios reclusos, ¿por qué mentir acerca de sus consecuencias? ¿Por qué no admitir de inmediato que, por lo menos, dos de las víctimas presentaban quemaduras graves? El ocultamiento de este “detalle” ya llama la atención acerca del origen de las llamas y compromete la responsabilidad de los oficiales del fuerte zuliano. ¿Por qué intentaron estos, así como sus superiores, disminuir la gravedad de lo ocurrido?
Aquí está el punto. ¿Hasta dónde la tradición de brutalidad en el trato a los reclutas ha desaparecido de la FAN? ¿Cabe la posibilidad de que este tipo de procedimientos de “castigo” todavía esté vigente? ¿No ha sido suprimido el castigo corporal en la FAN? Son preguntas que el propio Presidente debería responder la próxima vez que se vea obligado a referirse al asunto, porque a fin de cuentas él, como comandante en jefe, es responsable supremo del estado de cosas en la FAN.