¿Qué pasó en la OEA?, Teodoro Petkoff
Lo que ocurrió ayer en la Asamblea General de la OEA puede ser calificado, en estricto sentido y sin hipérboles, como algo realmente histórico. América Latina y el Caribe rechazaron la proposición del gobierno norteamericano de reformar la Carta Democrática de la OEA en el sentido de crear un mecanismo de “monitoreo” sobre los gobiernos de la región.
La derrota norteamericana era previsible. Lo que no significa, sin embargo, que los países de la OEA tendrían que desentenderse de lo que ocurre en cada uno de ellos. En este sentido, Alí Rodríguez no tiene razón cuando dijo, como planteamiento general, que “la OEA no está facultada para hacer evaluaciones sobre el estado de la democracia de los diferentes países”.
Por el contrario, la OEA, para tener relevancia tendría que actuar, como fue resuelto (al modificar sustancialmente la proposición original), a partir de una política e instrumentos creados con base en principios generales –aprobados consensualmente y no motivados por situaciones coyunturales–, para contribuir a la vigencia de la democracia en el continente. Ese fue el cometido encargado a Insulza, quien deberá presentar un proyecto al respecto.
Hace dos días, el lunes, apuntábamos: “Es muy difícil que un planteamiento estrechamente asociado a los intereses políticos circunstanciales del gobierno de Bush, que responde claramente a los intereses políticos de este en relación con el gobierno de Chávez y no a los intereses generales de América Latina y el Caribe, encuentre eco en la mayoría de los gobiernos de la región”. Eso explica por qué gobiernos que no tienen especial simpatía por el de Chávez también se negaron a aceptar el proyecto norteamericano.
El resultado confirma esta apreciación. América Latina y el Caribe están cambiando. Los “halcones” yanquis no entienden o no quieren entender el sentido de este proceso y están comenzando a pagar largos años de desaprensión y de subestimación, de unilateralismo, de injerencias descaradas, e invasiones y golpes de Estado patrocinados por “la embajada”. Los latinos en general, salvo excepciones, no queremos bronca con Estados Unidos sino una reformulación de las relaciones, para que ellas operen en pie de igualdad y de respeto mutuo. Ese es el sentido de la decisión de la OEA. Esa fue la tónica general de quienes, sin chillidos pero con firmeza, rechazaron el proyecto de Bush. No porque la idea abstracta de atender colectivamente al desempeño democrático en cada país no sea digna de consideración sino porque ella, como siempre ocurrió en el pasado, está dictada por intereses norteamericanos, sin tomar en cuenta las razones latino-caribeñas.
La proposición de Bush no estaba movida por una preocupación genuina por la democracia en el continente sino por la intención de crear un instrumento para darle legitimidad a sus particulares confrontaciones.
Pero ya el continente no está para esos juegos. Esta Asamblea de la OEA marca el principio del fin de la Ley del Embudo, que ha regido hasta ahora la concepción norteamericana de sus relaciones con el Sur.
Estados Unidos necesita urgentemente políticos capaces de entender esta nueva realidad.