¿Qué va a pasar con esto de los jueces de paz?, por Beltrán Vallejo
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Mis lectores, no hay espacio para el optimismo con esta elección de los jueces de paz, y como quisiera equivocarme: la realidad actual de Venezuela no le da cabida a los buenos augurios para esta figura, que por cierto es reconocida con cierto prestigio en otras naciones y que ya tiene años tratando de consolidarse en este país.
Dentro de esa perspectiva, se plantea convocar a la ciudadanía para que participe en una elección que está más llena de un inocuo propagandismo que de una verdadera información, y en donde por supuesto hay primacía de la comidilla del partido-estado-gobierno del PSUV que de dinámicas pluralistas y esencialmente democráticas. Es decir, con esta convocatoria espasmódica se termina de derrumbar las viejas aspiraciones sobre esta figura que honestamente apareció en Venezuela con la intención de llevar la justicia sobre todo a los sectores más humildes y más desprotegidos.
Se perfila también que con esa convocatoria se está preparando un ensayo enmarcado en las próximas elecciones municipales y regionales; en sí, se trataría de otro experimento de control político con el denominado «circuito comunal» que apunta a un modelo pseudo electoral y antidemocrático de ese tipo de convocatorias para elegir autoridades municipales como las que hacen en la sociedad totalitaria cubana. Igual que en aquel país cárcel, aquí es tan evidente todo lo que hacen y dicen los de la élite en el poder: partido único y pensamiento único.
Reitero que quisiera ser optimista, pero no puedo; la realidad se impone. Los que detentan el poder en Venezuela tienen demasiadas malas costumbres que van a tener su peso en esa elección. El juez de Paz que se pretende elegir, pese a su bellísimo origen histórico como medio alternativo para impartir justicia, no se vislumbra como solución para desburocratizar el funcionamiento de los tribunales; más bien se infiere el peligro de una ampliación de la partidización de la justicia o de la judicialización de la política a nivel de barrios y urbanizaciones.
Además, vemos que lo esencial de sus tareas radica en la implantación de procesos conciliatorios y de mediación para dirimir disputas y conflictos entre vecinos o para emitir sentencias en delitos de poca monta, por supuesto; y es allí donde caemos en preguntarnos: ¿habrá objetividad en estos «jueces» «electos» a troche y moche, sin contar con una capacitación cabal jurídicamente y técnicamente, y cuyos nombres surgirán primordialmente de un laboratorio del PSUV o de listados de consejos comunales y comunas partidizadas, clientelares, en donde varios de esos organismos se encuentran con denuncias de corrupción a cuesta por malos manejos de recursos monetarios provenientes de la financiación para proyectos del Consejo Federal de Gobierno?
Miren que por ahí se plantea la creación de los Comités de justicia de Paz Comunal y los Consejos de Justicia de Paz Comunal, que son figuras facultadas para impugnar las decisiones dictadas por estos jueces. Como si el poder popular en verdad existiera, como que si las Comunas y Consejos Comunales estuviesen «viento en popa» a lo largo y ancho del país, hoy pretenden montar estos sanedrines comunales; ¡ay de aquellos cristianos que llevarán a estos cenáculos!
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¿Quién no va estar de acuerdo en promover la paz y el civismo en cada barrio? ¿Quién no va estar de acuerdo en que se resuelvan los conflictos entre vecinos y familias, en que se proteja a la infancia y a las mujeres en cada esquina, en cada calle? ¿Quién no va estar de acuerdo con el desarrollo de las comunidades y en garantizar la calidad de vida de los vecinos?
Pero una cosa es todo esto, y otra cosa son las pretensiones de ese andamiaje donde se encuentra secuestrado este viejo proyecto de justicia de paz, una figura alabada históricamente por «tirios y troyanos», «por los de la izquierda y los de la derecha»; pero, para que ese juez funcione de verdad, debe existir la democracia en Venezuela.
Ante estas y otras escaramuzas de ficticia democracia promovidas por el régimen madurista, yo sí creo que hay que seguir enarbolando la bandera de la utopía comunal; yo sí creo en eso. No pasar la página de los conflictivos y dilemáticos hechos políticos de este año también significa construir un tejido social verdaderamente democrático que se resista a las prácticas cooptadoras, clientelares, persecutorias y burocratizantes del Estado-partido-gobierno que impera en Venezuela.
Beltrán Vallejo es Licenciado de la Escuela de Humanidades y Educación de la UDO.