¿Quién lanzó a Diosdado?, por Teodoro Petkoff
La «revolución bonita» nos proporcionó la semana pasada otro de esos episodios estrambóticos en los cuales ha sido tan pródiga. Este, cual novela de Agatha Christie, podría tener por titulo «El extraño caso de los afiches de Diosdado». La avenida Libertador de Caracas fue profusamente «ornamentada» con unos grandes afiches, muy bien elaborados y en los cuales sobresalía la rubicunda faz de Diosdado, apoyada sobre unas letras que decían «Diosdado Presidente». Al rato, tan rápidamente como fueron colocados, desaparecieron. Aunque Diosdado negó que hubiera sido él el responsable de esa «batida» propagandística y, por inercia y regla de juego, acusó a la oposición de haber tramado la jugarreta, es obvio que ni él mismo cree esto.
Demasiado bien sabe que es entre los suyos donde se fraguó y llevó a cabo la jugada. Sabe que es parte del soterrado batiburrillo armado en el PSUV por la herencia del Líder Máximo entre varios de los dirigentes del partido, sin excluir al propio Diosdado, quien hasta ahora se ha proyectado más que los otros y, por lo visto, hay quienes creen llegada la hora de darle un parao al jefe de la llamada «derecha endógena».
El caso admite varias interpretaciones especulativas. La primera es que ciertamente, Diosdado, en una arriesgada jugada maquiavélica, haya sido quien ordenó colocar los afiches con su vera efigie, contando con que, por serle aparentemente desfavorable la jugada, los ojos mirarían hacia otros pero nunca hacia él. Cree que habría matado tres pájaros de un tiro. Uno, se victimizó. «Pobrecito Diosdado, sus adversarios lo tienen a monte». No hay nada como la lástima para suscitar simpatías. Si no que lo diga el Presidente enfermo. Dos, implícitamente, lanzó la chupa hacia otras cabezas. Hay gente en el partido que pretende tener más méritos que él y querría apartarlo de la carrera. Todo el mundo sabe quiénes son, así que por allá fumea. Tres, sin embargo, eventualmente, sacó del closet partidista lo de su aspiración a suceder al Gran Timonel, que hasta ahora no había alcanzado al gran público. En el cálculo de Diosdado podría haber sido una artimaña rentable.
Pero una interpretación diferente señalaría más bien hacía Elías Jaua y/o Nicolás Maduro, otros aspirantes al trono. No es arbitrario ni descabellado. Todo lo contrario, muy «cabelludo». Se colocan tales afiches y se da por sentado que la mayoría, tanto en el partido como fuera de él, no podría pensar en nadie más que en Diosdado como responsable. Él es, entre todos, quien ha hecho más visible su objetivo y por tanto no puede descartarse su culpa. La treta demostraría, según sus creadores, que Diosdado está atragantado y además atorado con lo de su posible candidatura. Habría quedado mal parado ante el partido y ante el Jefe.
Cabe todavía otra explicación. Ni Diosdado ni Jaua-Maduro. Fueron los cubanos, con la anuencia de Chávez, para comenzar a eliminar el incordio en que paso a paso ha ido transformándose el monaguense para los unos y el otro. Y estos sí que tienen agallas para adelantar tamaña osadía.
Bueno, todo esto es política-ficción, pero como entre cielo y tierra nada permanece oculto, pronto sabremos a qué atenernos.
Como diría Buck Canel, aquel viejo narrador deportivo: «No se vayan, que ahora es que esto se pone bueno».