Quien pega primero, pega dos veces, por Marcial Fonseca

Twitter: @marcialfonseca
Mire, hijo, los hombres no se cuadran para pelear; eso es de bolsas, de pendejos. Si usted ve que una discusión va a terminar mal, muévase con cautela, vigile las manos, y ¡zas! tire un coñazo y verá que ese hombre gateará, huirá de la pelea. Era el consejo que a Manuel le venía a la mente cuando pensaba en su padre, como ahora cuando se dirigía a su automóvil luego de un día normal de trabajo.
El golpear primero lo trasladó a la juventud valiente que no tuvo. No fue peleador y él no ocultaba que nunca vio la necesidad de comprobar qué ganaba el que pegaba primero.
No se imaginaba la presencia de un ladrón en aquel estacionamiento tan solitario, pronto descubriría que los delincuentes eran atrevidos; y torpes.
—Quédatequietoquédatequieto —le dijo sin pausas el malandro que salió a su encuentro.
Lo amenazaba con un simple puñal y Manuel no se atrevió a actuar. El consejo paterno le decía que eso sería como cuadrarse. El asaltante insistió.
—Quécargajahíquécargajahí.
—Solo esto —contestó Manuel, y le mostró la billetera.
—Vengaesereló.
—Tómalo, y aquí tienes el anillo también.
Mientras tuviera el arma, no tenía sentido contrariarlo.
—Quémajtienejahí —insistió el malandro mientras señalaba los bolsillos y se aproximaba con la mano extendida, por ello no vio un saliente metálico; tropezó y se fue de bruces.
Manuel fue más rápido; logró apoderarse del puñal y lo inmovilizó poniéndole el pie sobre su cabeza y el puñal en la garganta.
—No te muevas, quédate quieto —dijo Manuel con mucha parsimonia.
—Mira… —reaccionó el asaltante.
—¡Qué! —cortó Manuel, con el tono propio de quien ha pegado primero.
—Mátame —pidió el malandro, ya su boca era una mancha de sangre.
—No te complaceré, no te mataré,
—Mátame, no joda —ya no atropellaba las palabras—, te pesará, trabajas por aquí y te encontraré.
Manuel pensaba rápidamente ya que parecía que no había pegado primero; tenía que hacer algo, y lo hizo, hundió el puñal entre dos vértebras bajas. El grito atrajo la atención de un vigilante, Manuel se escabulló por el sótano donde estaba su carro. Saliendo del estacionamiento, por el espejo retrovisor vio la ambulancia que llegaba.
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En la noche, frente a su televisor, una emisora logró entrevistar al asaltante. A la pregunta de quién había hecho aquello, contestó,
—Eso no importa, solo sé que le pesará.
Era claro, se dijo Manuel, que todavía faltaba pegar primero; pero se sentía vencedor e ideó un plan de tres certeros golpes; el primero estaba ejecutado, la acción del puñal; ahora visualizaba los otros dos y era como verlos ya ejecutados.
Luego de varias visitas al hospital se fijó en que todos los jueves sacaban al delincuente, esposado a una silla de rueda, a un área verde. Se decidió a dar el golpe. Vio cuando lo traían y lo pusieron cerca de un árbol frondoso, y que otros pacientes evadían por su presencia. Inmerso entre los pacientes y los visitantes, se le acercó.
—Dijiste que me pesaría, acá estoy —el paciente, sorprendido por la misma voz que lo apuñaleó, levantó la cabeza y vio una pequeña hacha que iba directo a su mano esposada, esta rodó por el suelo; los gritos le permitieron a Manuel huir sin problemas.
Dejó pasar un mes; esta vez tuvo que llegar al piso donde lo tenían recluido, no lo llevaban al parque del hospital. Manuel fue al piso como un visitante más. Se le acercó sin que lo notara.
—Mira desgraciado, aquí estoy.
El delincuente se volteó, trató de llevarse la mano derecha al pecho, pero su ausencia se lo impidió; por lo que quiso llevarse la otra, y como estaba esposada, se inclinó hacia ella. La piel empezó a amoratársele, ladeó la cabeza, un rictus de dolor desdibujó su cara. Manuel no tuvo necesidad de sacar el hacha, solo gritar
—Un infarto, un infarto…
De todas maneras, se quedó unos minutos más para cerciorarse de si realmente había pegado primero; y sí, había pegado dos veces, el asaltante no se levantaría, estaba muerto.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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