¿Quién se queda con el apartamento?, por Tulio Ramírez

Hace 15 días el tema del divorcio fue lo que me permitió cumplir con mi entrega quincenal al periódico. Una conversación casual en el abasto entre dos cajeras, me dio luz sobre que escribir. Entre ellas comentaban que tenían mucho tiempo sin conocer a alguien que se estuviera divorciando. Esto hizo que me cayera la locha. Últimamente tampoco he escuchado sobre parejas que se estén divorciando. En el pasado reciente, divorciarse era tan normal como casarse.
Lo cierto fue que decidí escribir sobre el asunto. La idea era más para reflexionar sobre algunas posibles causas de su aparente disminución entre los venezolanos, que para lograr brindar una nota entretenida y ligera para contrarrestar tantas noticias malas y peores.
Contra todos los pronósticos, al segundo día de publicado el artículo, muchísimos lectores me enviaron mensajes por diferentes vías. Me ilustraban sobre sus teorías acerca de la disminución de los divorcios y, sobre todo, narraban las experiencias propias y ajenas en los procesos de separación, cómo evitaron el trámite legal y, muy importante, cómo eludieron la bendita separación de bienes.
Fueron tantas las situaciones narradas que me sería imposible contarlas en el poco espacio del cual dispongo. Pero se me ocurrió algo mejor. Agrupé en categorías los diversos tipos de parejas dependiendo de las decisiones que tomaron con respecto a la separación de bienes.
Después de analizar cada situación, culminé con una tipología que probablemente sirva de herramienta a los futuros científicos sociales para caracterizar la variedad de salidas que, en esta época tan dura, las parejas en Venezuela han construido para eludir una institución necesaria, pero costosa, como es el divorcio y sus secuelas patrimoniales. Veamos.
En primer lugar, están las parejas agrupadas bajo la categoría de «Señor y Señora Smith». La denominación tiene que ver con aquella película protagonizada por Angelina Jolie y Brad Pitt en 2005. Son las parejas que no se toleran entre sí y que tampoco ceden, pero por necesidad tienen que vivir juntos. Dividen el apartamento con una tiza. De aquí para acá es mío y de aquí para allá es tuyo. El hombre por lo general instala una cocinita eléctrica y una neverita ejecutiva en su cuarto, porque «la señora Smith» tiende a apropiarse de la cocina. El problema se agudiza cuando el apartamento tiene un solo baño.
Luego están los que se agrupan bajo la figura de «Sociedad con Responsabilidad Limitada». Viven en el mismo apartamento, pero ninguno afloja de sus bolsillos para honrar las deudas por servicios, mantenimiento, condominio, impuestos, etc. Responden con los bienes de la sociedad o bienes gananciales del matrimonio. Si hay una cuota extra de condominio venden la lavadora y pagan, si hay que arreglar la nevera, venden la licuadora y la plancha y pagan. Cada uno come en la calle, compra lo que necesita y lo guarda en su cuarto. Así, luego de vendida la licuadora, cada uno compra la suya para uso personal.
Luego están las parejas identificables como «Salvajemente Neoliberales». No se divorcian y tampoco venden la vivienda. Saben que con el producto de la venta no podrán comprar algo mejor. Acuerdan el «sálvese quien pueda». Comparten espacios, pero no hay ayuda mutua. «Si te enfermaste cúrate y vete a trabajar. Los gastos comunes van por mitad, pero debes pagar lo de uso personal, y si te presto dinero, te cobro intereses». Es la supervivencia del más apto.
Luego están los que tienen un apartamento vacacional y no lo quieren vender. Ellos son las parejas «Resort». Al igual que las multipropiedades por tiempo compartido, establecen fechas del año para que, cada uno y por separado, disfrute del inmueble. Entre ambos pagan el condominio y los servicios, pero sus fechas son intocables. Si no las disfrutan no se acumulan para el año siguiente.
Finalmente, tenemos el grupo «Misión Vivienda». Son los que dicen «ni pa´ti, ni pa´mi, los apartamentos son para los muchachos». El de Caracas para la niña y el de Caraballeda para el niño. Así, cuando se casen tendrán vivienda asegurada. Pagaremos entre los dos el condominio y los servicios, hasta que cumplan mayoría de edad para traspasárselos.
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Finalmente hay un grupo misceláneo compuesto por los maleteados(as) y autoexiliados(as). Son los llamados «Solo por joder». Si uno de los dos quiere vender para «terminar con eso», el otro(a) responde «sobre mi cadáver». Luego, si este último con el tiempo decide que «lo mejor es vender para evitar la desvalorización de la propiedad», el otro(a), antiguamente dispuesto a vender, responde «¿ahora si quieres?, pues ahora será sobre mi cadáver».
Amigo(a) lector(a), si usted terminó su relación y no se ha divorciado ni han separado bienes, ¿cuál de estas categorías describe mejor su situación?
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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