Quiero un premio nobel, por Fernando Rodríguez

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Es posible que lo que parecía un chiste tonto resulte una insólita proposición. Que le den el Premio Nobel de la Paz al simpático de Donald Trump. Es posible y no quiero faltarle los respetos a los que otorgan dicho mundial galardón, es muy probable que no sea así, pero… es que posee tanto poder y lo maneja con tal dosis de egolatría, infantilismo, crueldad y perversión que utilizará cualquier artimaña para presionar al jurado noruego. Por ejemplo, ponerle al pacífico país un 90% de aranceles o movilizar hacia sus costas algún crucero de la armada norteamericana, con todo y material nuclear, capaz de asustarlos. Puede que éste sea otro chiste malo, seguramente lo es y es mío.
Pero que un sujeto que lucha ostensiblemente contra los valores humanos, que pretende obtenerlo porque sí y que ya cuenta con casi media docena de países que lo apoyan, quién quita que se salga con las suyas. Trump y más ampliamente los Estados Unidos para ser más justos han sido las grandes alcahuetas de Netanyahu y su cohorte de enfermos religiosos que ha perpetrado el más vil genocidio de nuestro siglo, la destrucción de Gaza desde sus cimientos y decenas de miles de muertos, al menos veinte mil niños, muchos por hambre. Apoyo muy concreto, el aporte de armamento de punta o de vetos en el Consejo de Seguridad para evitar el justo castigo a semejante barbarie, entre otras cómplices vilezas. Por no hablar del bombardeo a Irán, para coadyuvar, teatral o realmente, la gesta guerrerista de Netanyahu
O la manera tramposa, codiciosa, como ha querido sin lograrlo, la paz en Ucrania, cobrando en minerales preciosos su ineficaz ayuda. Y además Putin, su noble amigo, ha resultado tan maula como él y amenaza con proseguir sin límites la guerra que Donald iba a acabar en «dos días». Ahora lo amenaza, como vejó las justas reticencias del presidente Zelenski delante de todas las cámaras posibles.
El atropello sin igual a los migrantes, millones, en el fondo por razones racistas, aunque se disfracen de otras maneras, para justificar un nacionalismo burdo, belicista cuando fuese necesario, con un solo norte: una supuesta pérdida de grandeza de Norteamérica, con la cual justifica la violación de toda legislatura entre naciones y pisotea cualquier derecho de migrantes que han colaborado a construir el país y sus valores esenciales. Es asunto bien conocido, aun entre nosotros venezolanos, migrantes de la dictadura que padecemos y al parecer constructores de un verdadero ejército paralelo que amenaza el continente, el Tren de Aragua.
Y aunque sea muy sucintamente recordemos su desprecio por otros valores humanos, hijos de la paz, las universidades –las grandes universidades gringas–, la cultura en general, la ciencia misma que ahora gerencia un aprendiz de brujo, de un apellido famoso, que no cree en vacunas y otras diabólicas confecciones médicas.
Su negación del cambio climático. Y todo ello convertido en acciones destructivas. Una cachetada a la Universidad de Harvard, la más famosa del planeta, por defender a Palestina. El retiro de millones de dólares destinados al saber humanístico y artístico o las diversas defensas de los derechos humanos. La ruptura con el Tratado de Paris, el esfuerzo mayor de la especie por salvar su hábitat.
Y, por último, no olvidar que se le daría el preciado galardón a un delincuente convicto, por una fétida y perversa actuación. Y a quien esperan otros delitos en tribunales, todos contrarios a los derechos de la civilización y el humanismo.
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