¿Quo vadis?, por Américo Martín
Nadie entiende la saga de un país que, habiendo ostentado durante decenios el más alto ingreso per cápita de Latinoamérica, súbitamente se derrumbó cual zigurat de piedras de dominó. Con él, sucumbió el socialismo (siglo XIX, XX y XXI) amasijo teórico rechazado en los muchos países donde plantó cara, desde la Comuna de París (1872) y la revolución leninista (1917) hasta el sol de hoy.
En la aurora del marxismo, se esmeró Engels en reducir a cartilla barata el socialismo que Marx revestía con la coraza de la ciencia, para diferenciarlo de las utopías de Saint Simon, Fourier, Owen, incompatibles con “la lucha de clases”. La vestidura científica deslumbró a bakuninistas y “maximalistas”, dados a imponer de una sola vez sus floridos programas, preferiblemente mediante la violencia.
Aquella “ciencia” no resistiría la prueba del tiempo. Marx, Engels, Lenin, Mao y sus epígonos resultaron ser –ellos también– socialistas utópicos. En el tercer tomo de Mis Memorias, “Triturado por los extremos”, explico cómo fue que los cazadores fueron cazados. ¡Tanto desestimar “Utopía” de Tomás Moro (creador de ese término en 1516) para repetir su medular endeblez! Comunismo, socialismo-científico y marxismo, imposibles teóricos, jamás cristalizaron. Jamás lo harán.
La caída del Muro (1989) puso el epitafio a saberes que habían arrancado a Lenin esta jactanciosa tautología:
- El marxismo es omnipotente porque es verdadero
El marxismo-leninismo, editado tanto como la Biblia, hoy yace en algún oscuro sepulcro, junto a la bipolaridad. Proliferan el nacionalismo a ratos separatista y una miríada de creativas organizaciones civiles que recogen el agudo malestar político-social y reintroducen la diversidad en la globalización.
¿Cómo encaja todo eso en Venezuela?
Los polos enfrentados no son de análoga índole. Miraflores es vocacionalmente totalitario; San Francisco, democrático. Maduro allá, Guaidó y la AN, aquí. Aquel enfatiza la Fuerza Armada, la represión y hegemonía mediática; éste, la mayoría social, la solidaridad mundial y el descontento en los sectores que respaldan a Miraflores. Sin embargo, la crisis genera contradicciones en ambos universos. De ella emanaron dos demasías: la invasión y la desmesura represiva. Basta –aseguran- que Guaidó invoque el 187,11 constitucional, para que divisiones militares foráneas expulsen a Maduro y sus amigos. He leído esa norma y disiento de lo que esperan de ella pero más allá de reservas legales, es obvio que las potencias no mueven tropas sin ver todo cuidadosamente. Consideraciones geopolíticas, estratégicas y electorales pesan en las decisiones. Los aliados de Venezuela parecen inclinarse más a la negociación sin trampas que a movilizar tropas.
La Unión Europea se endurece. Anuncia una ola de sanciones si Miraflores burla la negociación. Guaidó y Maduro tienen motivaciones distintas. Guaidó liga su destino al cambio democrático, Maduro a su reelección personal.
Critican incomprensiblemente a Guaidó por exigir elecciones limpias, como lo hacen sus aliados internacionales. El liderazgo democrático no juega con soldaditos de plomo. ¿Y Maduro?
¡Ah! Debería comprender que su mejor salida es la que ponga su suerte al abrigo de la Constitución. Si en lugar de gruñir negociara seriamente contaría al final con que el resultado será respetado y ganadores y perdedores también. ¡Atrévanse a encontrarse con la oposición! ¡Libérense de miedos y odios sembrados por quienes le huyen al sufragio y apelan a lo que sea para evitarlo!
Insistiendo en una vía como esa probablemente quienes pasaron de la afiliación a la neutralidad o de la neutralidad al nuevo compromiso, se multipliquen. Al fin y al cabo es lo que conviene a los venezolanos –a todos, sépanlo o no- impelidos a escapar de la tragedia que hoy nos abruma.