Radicalismos: pasiones y fracasos, por Félix Arellano
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Los radicalismos en sus diversas manifestaciones están ganando espacio en los procesos electorales de la región; en buena medida, por estimular las pasiones frente al malestar que está imperando en la mayoría de los países, pero en detrimento de la razón, la prudencia y el equilibrio; y con resultados complejos, en la mayoría de los casos, contradictorios; incluso, con tendencias autoritarias. Gracias a las bondades de las democracias, algunos de los proyectos radicales han logrado el poder, asumiendo esquemas autoritarios, iliberales; desarrollando estrategias para perpetuarse en el poder.
En estos tiempos difíciles, que se han exacerbado, entre otros, por las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19; las crecientes complejidades del proceso de globalización de la economía; la invasión rusa de Ucrania y el incremento de los focos de tensión; las propuestas radicales, que por lo general privilegian el nacionalismo, la xenofobia, el proteccionismo y la exclusión, resultan atractivas, apasionan al elector que aspira soluciones inmediatas para sus graves problemas y espera que las propuestas radicales logren los cambios esperados.
Lo que no dicen los radicales es que sus propuestas, por lo general, no resuelven nada, complican los problemas existentes y crean otros nuevos, tornando más dramática la situación. En ese contexto, para los radicales resulta fundamental controlar y manipular la información.
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El pensamiento crítico y reflexivo, que desmonta de forma racional y argumentada la farsa de la manipulación, es atacado aprovechando, entre otros, los recursos de la guerra hibrida y los guerreros del teclado. Descalificar y excluir la reflexión crítica es un objetivo fundamental, expresiones como “terroristas y traidores de la patria”, se presentan como parte de los recursos cotidianos del ataque.
Las narrativas radicales recurren a diversos recursos, entre ellos, aislarse o construir murallas, se posicionan como fundamentales. Pero, en un mundo de interdependencias complejas, donde todos los procesos se encuentran interconectados, aislarse no resuelve nada, todo lo contrario. En la realidad, el comercio, las inversiones, la tecnología; pero también la cultura, el deporte o la religión se desarrollan en un marco de redes a escala global.
En ese contexto, el que se aísla pierde y la reinserción es compleja y costosa. Debemos reconocer que cada día se torna más evidente la expresión que “los problemas globales, requieren de soluciones globales”; aislarse es un falso mito, que termina perjudicando al país.
Ahora bien, debemos tener presente que la inserción no significa la panacea, como todo proceso social, presenta oportunidades y limitaciones. Para enfrentar sus limitaciones o cuellos de botella, se requiere de un arduo y sistemático trabajo en equipo, tanto en el plano nacional, como global. La gran mayoría de países de la comunidad internacional constituyen potenciales aliados para la construcción un marco de gobernabilidad internacional eficiente, previsible, equitativo. La opción no es aislarse, por el contrario, deberíamos fortalecer nuestra capacidad de acción internacional, lo que seguramente permitirá lograr mejores resultados en los temas de nuestro interés.
En la diversidad de falsas promesas que presentan los radicalismos no podemos dejar de mencionar los mitos de: “destruir todo lo que existe” o “que se vayan todos”, que ilustran el carácter antidemocrático de los proyectos radicales, pues la democracia exige el respeto tanto de las instituciones, como de la diversidad y libertad del pensamiento. En la democracia se deben construir los mecanismos institucionales que permitan la convivencia.
Otro mito o falsa promesa, incluso la podríamos calificar como una trampa, muy común en algunas de los proyectos radicales, tiene que ver con la propuesta de “devolver los viejos tiempos”, “aquellos que fueron mejores”. Una propuesta que carece de toda racionalidad, no se puede devolver la historia, todo ha cambiado y seguirá cambiando, como se dice desde la filosofía: “lo permanente es el cambio”.
Debemos tener presente que, entre los grandes interrogantes que enfrentamos, destaca: ¿cómo manejar y aprovechar los cambios? No hay forma de volver al pasado, eso es simple manipulación, para estimular hormonas y pasiones. Luego, el resultado es un absoluto fracaso. Por tanto, para los radicales resulta fundamental el control de los medios de comunicación, para manejar la información que circula. Se busca impedir la reflexión crítica que resalte las inconsistencias de las falsas promesas.
La manipulación de los procesos históricos y sociales constituye otro de los recursos del radicalismo. Cuando luchan por el poder, el cambio se presenta como ley de la historia y, en ese contexto, entran hipótesis diversas, como la lucha de clases o los ciclos históricos; empero, cuando llegan al poder, prefieren una historia estática, que permita legitimar el objetivo de perpetuarse en el poder.
En ese contexto, la tesis de la “dictadura del proletariado” resulta otro recurso oportuno. En el fondo, los radicales aspiran perpetuarse, es decir, establecer una dictadura, pero se debe maquillar ante la opinión pública, como el gobierno de los pobres. Una farsa que aun atrae ingenuos y fanáticos.
La realidad nos indica que, en la cúpula del poder, una minoría, no precisamente del proletariado, goza de todos los privilegios e inmunidades; por el contrario, los amplios sectores de excluidos, el verdadero proletariado, se mantiene en condiciones infrahumanas, sometido a la represión y a las miserias de las dadivas del poder. Un proceso deliberado pues facilita el control social.
Al asumir el poder, en su mayoría los radicales inician el libreto del desmonte de las instituciones, las libertades y los derechos humanos. En esa dinámica, ha resultado oportuno, el apoyo que la geopolítica del autoritarismo despliega, a los fines de lograr nuevos espacios, en detrimento de los valores liberales. Acá nos encontramos con la afortunada coincidencia entre los movimientos radicales y el proyecto iliberal que promueven las potencias autoritarias como Rusia, China e Irán.
Desmantelar las instituciones democráticas y los derechos humanos representa la destrucción de la democracia y, ese lamentable proceso, también se manipula como una transición hacia una supuesta “sociedad más humana”. Una sociedad donde una minoría se mantiene en el poder con represión y lanza una campaña de destrucción de los valores liberales como individualistas, que deberían ser sustituidos por valores sociales y comunitarios que los define el poder.
Como se puede apreciar los retos que enfrentamos los ciudadanos en las sociedades democráticas se presentan colosales. Estamos en el centro de una guerra hibrida de falsa información, dirigida a la progresiva destrucción de la institucionalidad democrática. Pero también enfrentamos las limitaciones y cuellos de botella de la dinámica global, situación que los radicales aprovechan en la construcción de sus narrativas.
Las soluciones no son fáciles, menos aún para los más vulnerables, que representan muchos votos, en consecuencia, pueden decidir los procesos electorales. Sectores que enfrentan los flagelos de la pobreza, el hambre, la exclusión y, los cantos de sirena del radicalismo, los atrae. El pensamiento crítico y reflexivo es una de las opciones fundamentales para enfrentar los proyectos iliberales; empero, estamos conscientes que no es fácil pensar con hambre.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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