Rambo en jefe, por Teodoro Petkoff

El acto de ascenso del general de división García Carneiro al generalato en jefe y la subsiguiente transmisión del mando en el Ministerio de la Defensa al nuevo trisoleado, fueron tan absolutamente insólitos y tan carentes de antecedentes que por fuerza deben poseer una significación que hay que tratar de desentrañar. Formar en el patio de honor de la Academia Militar a integrantes de las cuatro fuerzas, hacer volar tres F-16 y dos helicópteros, lanzar paracaidistas y, en fin, adelantar aquella ceremonia con tan bombástica parafernalia, ¿qué objetivo tenía?
Desde los tiempos del general Pérez Jiménez no se producía un acto que transmitiera tan nítidamente la imagen de un gobierno que desea subrayar su condición de gobierno de la Fuerza Armada. El significativo paso adelante que fue la designación de un civil para ocupar el cargo de Defensa ha quedado atrás. El Ministerio de la Defensa es de los militares, no de los civiles, se nos quiere decir ahora. La opulencia de la ceremonia marca la recuperación de una posición perdida.
Pero simultáneamente, la clara incursión del ministro saliente y del entrante en los territorios de la política más inmediata, mostró también que se trata del gobierno de una facción de la Fuerza Armada. Esta, en tanto que institución, debe obediencia al Presidente de la República, y así debe ser, pero tal condición obediente no implica discutir las políticas gubernamentales, ni a favor ni en contra.
Simplemente obedecer. García Carneiro habló como dirigente del chavismo militar y no como jefe de la institución, y brindó respaldo a la conducta política contingente de Chávez en un tono marcadamente autoritario y agresivo. Fue más allá de la obediencia, para postular una fuerza armada comprometida con la política partidista de quien hoy ocupa la primera magistratura. Más que con la República y sus instituciones, el general García Carneiro quiso remachar la imagen de una Fuerza Armada comprometida con Chávez el jefe político de un partido, no con Chávez el Presidente de la República.
La fastuosa ceremonia encerraba también un mensaje implícito: la lealtad al jefe político se premia. García Carneiro, el número 60 de su promoción y no el más brillante de ella, al decir de compañeros suyos, ascendió a la más alta jerarquía de la carrera y a la más alta posición de mando por virtud del compromiso no sólo con la política de secta de Hugo Chávez sino con éste en persona. El compromiso no es con la República, ni con la democracia, ni siquiera con la “revolución”, sino con el propio Jefe Supremo.
El nombramiento de un militar activo en el Ministerio de la Defensa tiene además otra significación. Un ministro civil ejercía un cargo meramente administrativo. Era la bisagra entre el Ejecutivo y la institución castrense. Tenía mando pero no comando. El militar activo, sobre todo si es general en jefe, tiene mando y comando. En otras palabras, tiene tropas. Todos los comandantes de fuerza son sus subordinados directos.
García Carneiro es ahora el hombre más poderoso de la Fuerza Armada Nacional. Será interesante oír lo que se comenta hoy en los casinos militares.