¿Rambush?, por Teodoro Petkoff

Estados Unidos ya comenzó el despliegue de su formidable máquina militar. El mundo contiene la respiración, a la espera de las acciones que debe ordenar el presidente Bush. Este, en su mensaje de anoche, pidió a sus compatriotas paciencia, porque, según él, esta será una «guerra larga», para la cual exigió una definición prácticamente a todos los países del mundo: no hay grises en esta lucha, ella es en blanco y negro, «se está con nosotros o se está con ellos».
¿Qué quiere decir esto exactamente? ¿Que todos los países deben estar al lado de los Estados Unidos, hagan lo que hagan estos? Si es así, el asunto merece una discusión. Si se trata de condenar categóricamente el terrorismo y de reprimirlo implacablemente, no hay problema. Mas, en este caso, habría que establecer que ningún terrorismo es admisible. Que no hay terrorismo «bueno» ni terrorismo «malo». Que ni el terrorismo «privado» ni el terrorismo de Estado son tolerables. Y que tampoco, en la lucha contra el terrorismo, se vale apelar a los mismos procedimientos de este. Algunos dicen que contra el terrorismo no se puede luchar sin traspasar la frontera de la ley. Entonces es bueno recordar que esa filosofía inspiró el patrocinio de la CIA a gentes como Noriega (Panamá), Montesinos (Perú) y el propio Osama bin Laden. Si en la lucha contra el terrorismo son aceptables operaciones como las del coronel North, quien «gerenciaba» con los iraníes un comercio triangular de cocaína y armas, para abastecer a la «contra» nicaragüense, entonces esta «guerra» terminará por ser una sórdida batalla entre agentes secretos y terroristas de lado y lado. Es bueno recordar a Mahatma Gandhi: «En el ojo por ojo, todos quedaremos ciegos».
El del terrorismo es un cáncer que se nutre de un caldo de cultivo político. Ese discurso acerca de que los aviones de las Torres Gemelas y el Pentágono fueron un ataque a la «civilización occidental» es totalmente desenfocado. Los aviones suicidas no embistieron contra los Estados Unidos como sociedad sino, de un modo absolutamente perverso, contra la política norteamericana. Dejando de lado grupos terroristas más bien locales (ETA, IRA), el hiperterrorismo globalizado se nutre hoy, básicamente, de un problema político no resuelto en el ombligo del mundo: el Medio Oriente. Cincuenta años de tensión y conflicto árabe-israelí han precipitado la emergencia de grupos terroristas que cabalgan sobre el irredentismo árabe, así como de un terrorismo de Estado en Israel, que se alimenta igualmente del interminable conflicto.
Si Estados Unidos y las otras potencias quieren librar una «guerra» exitosa contra el terrorismo tienen que preocuparse, primero que nada, por quitarle la espoleta a la bomba del Medio Oriente. Por quitarle el agua al pez. Y este es básicamente un problema político y no policial ni militar. Eso significa trabajar a fondo por una solución justa, que partiendo del reconocimiento tanto del Estado de Israel como del de Palestina, aísle a los extremismos árabe e israelí y extraiga las espinas irritativas que cada una de las dos naciones clava sobre el cuerpo de la otra. Si no se procura con urgencia una salida política, entonces esta guerra no será prolongada sino infinita. Esta no debiera ser la hora de Rambush sino de la política