Raspados en viviendas, por Teodoro Petkoff
Ayer el presidente se quejó, no sin amargura, de la lentitud con la cual marcha el plan de construcción de viviendas. No es la primera vez que se refiere a este asunto, en los mismos términos de reclamo. Porque en este plano el fracaso de la administración chavista es clamoroso. Chávez, cuya concepción personalista del poder lo hace aspirar a entregar él mismo las llaves de cada vivienda, afirmó que tendría que alcanzar la edad de Matusalén para cumplir con ese propósito, cuyo desempeño marcha, palabra suya también, “a paso de morrocoy”. Hace poco aseguró que este año serían construidas 120 mil viviendas, entre otras cosas, gracias a los chinos. Pues bien, aquí vino una misión china y se sabe que después de conocer el mercado le comunicó que era una tontería importar casas prefabricadas desde China, que se olvide de eso, porque aquí hay una enorme capacidad constructora ociosa y elevados niveles técnicos y que lo que tenía que hacer era apoyarse en el sector privado.
También, no sin cierta sorna, le dijeron que si seguía creyendo en eso de la “autoconstrucción” y de las “cooperativas” iba a terminar, como ellos en su país, “fusilando” (aunque allá el término no es metafórico) a sus supuestos beneficiarios. En dos platos, le dijeron: aquí hay con qué, utilícelo.
Lo cierto del caso es que en este primer semestre se completaron 10.120 viviendas, el 8,4% de las 120 mil ofrecidas para el año y es obvio que, con la misma metodología, es bien poco probable que la meta sea alcanzada. Por séptimo año consecutivo, lo que era una rutina para los gobiernos anteriores (entregar cada año entre 60 y 90 mil viviendas), la cojitranca administración chavista no logra poner un ladrillo sobre otro. Además, existe un problema conceptual. Para el presidente, superar el drama del déficit habitacional consiste solamente en construir casitas y apartamentos.
Fue así como desde muy temprano el gobierno se desprendió del equipo que en Conavi dirigía Josefina Baldó, cuya concepción apuntaba a colocar el acento en la rehabilitación y humanización de las barriadas populares, aprovechando, aquí sí, el enorme potencial de capacidad autoconstructora y cooperativa existente en los barrios, para refaccionar viviendas, dotar de servicios públicos completos (con énfasis en recolección de basura y aguas negras), crear espacios públicos comunitarios, transformar, en suma, el hábitat, para elevar la calidad de vida de los sectores más humildes. Lo cual incluía un importante trabajo catastral, para la dotación de títulos de propiedad sobre terrenos y ranchos a sus actuales habitantes. Todo esto quedó en la nebulosa de la guerrilla burocrática y lo que bien pudo haber sido una política de vivienda verdaderamente revolucionaria fue descartada, para repetir los patrones tradicionales, que descansan exclusivamente en la construcción de casas y apartamentos. Aquí, sin embargo, con la manga de inútiles (y de ladrones) que pululan en la administración pública, se les trancó el serrucho.
Ahora bien, la culpa no es de los ciegos sino de quien les da el garrote.