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Razón de la sinrazón, por Américo Martín



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FARC
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Américo Martín | @AmericoMartin | abril 4, 2021

Twitter: @AmericoMartin


Admitamos que la situación internacional, por lo que concierne a Venezuela, Colombia y otros países que de alguna manera no guardan relaciones saludables con el gobierno de Maduro, se ha complicado de una manera tan peligrosa que no parece vislumbrarse alguna salida limpia, clara, democrática y convivencial entre los factores actualmente en pugna.

Tengo más de una década advirtiendo que la concentración de motivos críticos entre dos países hermanos, separados por una frágil y mil veces amenazada línea fronteriza, podría dar lugar a una o varias chispas capaces de encender praderas.

Ha corrido el tiempo y, lejos de apreciarse acercamientos y diálogos, el ambiente se ha llenado de pólvora e intemperancia. Pero, más grave aún, es la forma cómo está incidiendo el músculo financiero del narcotráfico y el alocado accionar de guerrillas colombianas, paramilitares y otros activos factores anarquizantes que, en su conjunto, pueden obrar como detonantes.

Ha sido impresionante la involución de un éxito tan notorio como el de la paz negociada entre el gobierno colombiano y las FARC.

Pensamos que sería un acuerdo sustentable al observar la desmovilización y el desarme de las fuerzas, alguna vez conducidas por Marulanda y el Secretariado de las FARC, que llegaron a adquirir la reputación de invencibles, evidentemente falsa como lo preanunció la Operación Jaque. Fue el primero de los grandes golpes desencadenados por el presidente Uribe y Juan Manuel Santos, su ministro de Defensa. Las FARC se revelaron como esa gramínea llamada bambú, muy dura por fuera y hueca por dentro.

*Lea también: Variante mortífera, por Fernando Luis Egaña

En mi libro La violencia en Colombia (Libros El Nacional. 2010), prologado por el exsecretario general de la OEA y expresidente de Colombia, César Gaviria, expliqué porqué Jaque fue el principio del fin de la lucha armada, concebida como guerra de  movimientos y captura de territorios liberados, paso previo a la repetición de victorias similares a la de Fidel y Ortega. Me basé, además, en las declaraciones del nuevo jefe de las FARC, Guillermo León Sáenz, alias Alfonso Cano, sucesor del mítico Manuel Marulanda, quien emitió la orden de regresar a la formación guerrillera. Para mí, la evidencia más clara de que, después de Jaque, la guerra a lo Fidel y a lo Ortega se alejaba para siempre del horizonte de las FARC. Porque la guerra de guerrillas solo sirve para molestar y huir; con unidades militares de esa naturaleza jamás se tomará el poder.

El Che Guevara le atribuía a la guerra de guerrillas tres garantías de eficacia: movilidad constante, sospecha constante y no fijarse al terreno ni a la población, pero esperaba que, con el tiempo, crecieran las unidades, sus operaciones se aproximaran a las regulares de los ejércitos y, entre maniobras y batallas grandes, se decidiera el triunfo final.

La renuencia de Marulanda a negociar con los presidentes colombianos se debía a que disponía de 20.000 hombres. Con ese dispositivo, esa estrategia y la reputación de invicto en los combates con el ejército, era perfectamente lógico que su gran objetivo militar fuese la toma del poder, conforme a los ejemplos de Cuba y Nicaragua. Al volver a la formación guerrillera se renunció a retener territorios liberados e integrarse orgánicamente a la población, porque ya no podrían sostener la esperanza de derrotar al ejército.

Para mí, Alfonso Cano estaba renunciando a continuar la guerra y se acercaban las negociaciones de paz, incluyendo el desarme y la desmovilización de las FARC.

Uribe y Santos aceptaron las negociaciones y se logró ponerle fin a la guerra, declarada por las FARC en 1962.

Pronto, un sector desprendido de las FARC se alió con el ELN y retomó la lucha armada, quizás aprovechando las ventajas financieras del narcotráfico y el intenso activismo de los paramilitares.

Lo grotesco, y a la vez peligroso, de semejante retrogradación ha sido la utilización a fondo, como escenario, de muchos poblados de Venezuela. Ya no hay propiamente utopía ideológica ni causa revolucionaria en juego, sino la desnuda toma del poder, la riqueza y las alianzas cada vez más audaces.

Menudean también acusaciones alusivas a Cuba y Venezuela, lo que ha hecho sonar alarmas con motivo de los enfrentamientos del Ejército venezolano con una de las varias disidencias de las FARC y la exacerbación de las muy tensas relaciones entre los mandatarios de los palacios de Nariño y de Miraflores. Esa creciente tensión se desenvuelve en el marco de los muchos países que reconocen el interinato de Guaidó y desconocen la legalidad de la presidencia de Maduro. En medio de la atmósfera de pólvora y violencia latente, las operaciones de las FARC y de los uniformados venezolanos no han dado lugar a la esperanza de un retorno a la paz y a negociaciones constructivas.

¿Qué sentido tiene, entonces, el lenguaje hostil de autoridades oficialistas y la absurda reticencia a liberar presos políticos, respetar los medios y las ONG?

Hasta los presidentes más célebres en las históricas represiones del pasado liberaron presos políticos. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez dictaron amplias amnistías. Por no mencionar a cultores de la Constitución o dictadores a lo Guzmán Blanco, todos los cuales exhibieron momentos de flexibilidad liberal y tolerancia política.

¿En razón de qué Miraflores no entiende hoy las causas humanas, políticas y hasta el perdón y la clemencia para asegurarse, por lo menos, algún buen recuerdo de su tránsito por el poder?

Américo Martín es abogado y escritor.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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