Realidad y desafíos en las relaciones Brasil-Venezuela, por Paulo Afonso Velasco Júnior
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Con el avance de la crisis venezolana a lo largo de la década de 2010, especialmente tras la toma de posesión de Nicolás Maduro en 2013, se produjo un progresivo descenso del comercio bilateral entre Brasil y Venezuela, habiéndose reducido el flujo comercial total a menos de 1.000 millones de dólares en los últimos cuatro años.
Las relaciones en la década de 2000
Esta situación, contrasta con la de la década de 2000, cuando la asociación bilateral con Venezuela se fortaleció en un contexto marcado por la llamada «ola rosa» (la serie de victorias electorales de los partidos de izquierda) en la región y la construcción de una agenda más armonizada entre los gobiernos de Lula y Chávez.
Es cierto, sin embargo, que también hubo espacio para el desacuerdo, como cuando el presidente brasileño trató de promover la diplomacia del etanol como base para la integración energética en la región y fue desafiado por el líder venezolano.
En ese período, además de los proyectos de patrocinio conjunto, como la Comunidad Sudamericana de Naciones (CASA), luego transformada en la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), también hubo grandes avances en el comercio bilateral en un escenario marcado por el esfuerzo brasileño de diversificar las asociaciones y avanzar en los intercambios con los países del llamado sur global.
A principios de la década de 2010 el comercio con Venezuela alcanzó la marca histórica de 6.000 millones de dólares anuales (en 2012 y 2013), con un gran superávit comercial brasileño.
De hecho, las ventas brasileñas se mantuvieron entre 4.500 y 5.000 millones de dólares anuales entre 2012 y 2014, lo que sitúa a Venezuela entre los mayores mercados para las exportaciones del país.
En una comparación con las dos mayores economías europeas, antiguos socios de Brasil, las ventas a Venezuela fueron ligeramente inferiores al volumen exportado a Alemania en el mismo periodo (entre 6.600 y 7.300 millones de dólares) y superiores a las ventas a Francia (entre 2.900 y 4.100 millones de dólares).
El declive del comercio y la desvinculación ante la crisis venezolana
Históricamente, Brasil ha mantenido una posición de articulador de consensos y mediador en los conflictos de su región, y ha sido importante para mitigar las crisis en diferentes periodos, así como para ayudar a poner fin a las guerras entre vecinos. En la década de 1930, por ejemplo, fue posible ver el activismo brasileño, junto con Argentina, en la mediación de la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. Más recientemente, en la década de 1990, el país fue fundamental para negociar la paz entre Perú y Ecuador en la Guerra del Cenepa (1995-1998).
En ese mismo período, podemos reconocer la importancia del país en la preservación del orden democrático en Paraguay ante el intento de golpe de Estado liderado por el general Lino Oviedo en 1996, así como la rápida reacción contra el golpe de Estado en Venezuela que derrocó al gobierno de Hugo Chávez durante menos de 48 horas en 2002. A finales de ese mismo año, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso envió un barco de Petrobras con combustible a Venezuela para ayudar a abastecer al país en el contexto de una huelga general.
Sin embargo, se observa que con la intensificación de las críticas al gobierno de Maduro desde la administración de Michel Temer, Brasil parece haber renunciado a un mercado clave para las ventas brasileñas en la región, con un volumen de exportaciones que oscila en torno a solo 500 millones de dólares al año.
La ineptitud de Brasil ante la crisis venezolana es aún más evidente con la controvertida decisión del gobierno de Bolsonaro de reconocer a Juan Guaidó como presidente legítimo encargado de Venezuela, siguiendo la posición de los Estados Unidos de Trump, acompañado también por miembros de la Unión Europea.
Al decantarse decididamente por un bando y asumir una retórica agresiva contra Maduro, con el excanciller Ernesto Araújo denunciando una «narcodictadura» y un «complejo político-criminal» chavista, Brasil se ha alejado en gran medida de la moderación que siempre le ha caracterizado en el trato con sus vecinos y ha minado las perspectivas de actuar como mediador entre gobierno y oposición.
Señales positivas pero insuficientes
La nueva administración del embajador Carlos França en el Ministerio de Relaciones Exteriores (Itamaraty) ha adoptado un tono más moderado en su manejo de diversos asuntos internacionales y en su postura ante la crisis venezolana. Al asumir un perfil más pragmático, el canciller reconoce que, ante la permanencia de Maduro en el poder, con el apoyo de las Fuerzas Armadas y de sectores estratégicos, es importante que Brasil restablezca los canales de diálogo con su gobierno, aunque oficialmente el país siga reconociendo a Guaidó como presidente legítimo, posición abandonada a principios de año por la Unión Europea.
A pesar de la mayor moderación del nuevo mando del Itamaraty, Brasil sigue siendo un mero espectador de las iniciativas de acercamiento entre gobierno y oposición, como la nueva ronda de negociaciones liderada por Noruega. Al mismo tiempo, falta un pensamiento más claro capaz de reconocer los enormes intereses económicos de Brasil en el país vecino y las posibilidades de recuperar un mercado que, debido a la profunda recesión, aún no ha sustituido a Brasil por otros proveedores.
Más que nunca, el país parece haber olvidado la vieja máxima de José Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».
Paulo Afonso Velasco Júnior Coordinador del Programa de Postgrado en Relaciones Internacionales de la UERJ (PPGRI-UERJ). Investigador del Laboratorio de Estudios sobre Regionalismo y Política Exterior de la UERJ (LeRPE). Es doctor en Ciencias Políticas por el IESP-UERJ.
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