Reconstruir a la oposición, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
No creo que haya dudas acerca de la necesidad de recomponer a la oposición venezolana. Comenzando por la definición misma del concepto oposición. En el caso actual de Venezuela, no es posible definir como oposición a todos los grupos políticos que no están en el Gobierno y que, en consecuencia, usan los medios democráticos conocidos, como el parlamento, el sistema judicial y los demás mecanismos políticos propios de una sociedad más o menos democrática y funcional.
Porque Venezuela ha dejado de ser, desde hace mucho, una sociedad funcional. Y mucho menos es una sociedad democrática. Ni siquiera la menos democrática de todas, como Papúa Nueva Guinea, país de Oceanía, ubicado en el puesto 75, que es el último escaño de los países considerados democráticos en el mundo, de acuerdo con el famoso Índice de Democracia elaborado por la revista The Economist, para 2019. En consecuencia, tales mecanismos democráticos de una oposición estándar son, simplemente, inútiles.
Por consiguiente, el término oposición debe ser, al menos, revisado y, por supuesto, ajustado para tan extremas circunstancias. La nación venezolana ha sido, sencillamente, secuestrada por una organización criminal, que se formó a partir de un grupo político y, muy importante saberlo, de una ideología política. Y el traje de corderito democrático, con el que una vez se disfrazó, ya no logra ocultar las pezuñas de la brutal bestia en que se ha convertido o que, probablemente, siempre fue.
Ese grupo político en el poder, que se autodenomina “chavista”, ha perdido hace mucho su condición humana, en el sentido civilizatorio del término, para convertirse en la especie depredadora y destructiva de hoy.
El hecho de que este grupo haya abandonado su condición humana le arrebata, de cuajo, el beneficio de considerársele grupo político. Tratarle como tal ha sido un error. Y ese error es la clave que explica el fracaso de la oposición venezolana para combatirlo con los mecanismos formales, hasta ahora.
Para redefinir el concepto de oposición, debe considerarse que se trata de un conjunto muy amplio de grupos, personalidades y ciudadanos. Es el conjunto formado por la gran diversidad que no se considera chavista, aunque lo hayan sido en algún momento.
Muchos de los grupos políticos que una vez fueron chavistas, cada vez menos por fortuna, siguen considerándose de “izquierda”, en un intento por reivindicar los mismos postulados idílicos que llevaron al chavismo al poder, con sus destructivas consecuencias. Siguen creyendo que el actual desastre resulta de una desviación particular. Una traición a los principios ideológicos. Una especie de degeneración de individuos corrompidos por el afán de la riqueza.
Refugiados en Suramérica: lecciones para Europa, por Leiza Brumat y Luisa Feline
Descartan por completo que esos individuos son producto fiel de esa misma ideología, que ofrece igualdad y justicia social en sus prédicas, pero que siempre terminan en el colapso. Todas las experiencias socialistas que haya conocido la humanidad, sin excepción, se han convertido en pesadillas, como las de Venezuela. Pero estas escandalosas evidencias son ignoradas por sus creyentes. Las ideologías no solo idiotizan a sus seguidores, son también un eficiente sistema de censura que permite que el credo se imponga sobre la realidad.
Pero la realidad se impone aunque, lamentablemente, más tarde que temprano. Los credos ideológicos se debilitan cada vez más. La política concebida como un puñado de creencias y buenas intenciones va cediendo paso a una desconfianza social metódica. Nuevos grupos y líderes políticos están surgiendo, ya no sobre las premisas de sus antepasados, ni sobre la ingenuidad de las quimeras.
Los nuevos grupos políticos lo son en la medida en que reciben tanto apoyo como desempeño demuestran. La confianza ya no es una fe, y menos una fe ciega, sino una corroboración. Hechos, no ilusiones. Lógica y razonamiento, no promesas de imposibles paraísos terrenales. La era de las ideologías parece estar llegando a su fin, pero no ha surgido un movimiento capaz de cosechar su decadencia.
Para que tenga éxito, la nueva oposición venezolana tiene que asumir, de una vez, que no está tratando con un grupo político más en el poder, como insisten aún cohabitadores, colaboracionistas y teóricos de las transiciones pacíficas. Sino que está tratando con un depredador brutal y despiadado, que asesina sin ningún escrúpulo mientras se viste con traje caro y se sienta en un escaño de la ONU a denunciar la violación de derechos humanos en los Estados Unidos y en Europa. Nunca en China, Irán, Rusia o Turquía.
La nueva oposición no puede seguir definiéndose como un grupo político más. O mejor, ni siquiera como un grupo político. Porque no está compitiendo con el chavismo por el poder.
No se trata de un quítate tú, chavista; para ponerme yo, opositor. La nueva oposición tiene que definirse como un bloque, como la sumatoria de todos los esfuerzos para recuperar a la nación venezolana y restituir su condición de sociedad civilizada, para empezar.
Luego, llegar a un gran acuerdo institucional más eficientes que los del pasado, que permita recobrar la riqueza de la diversidad política, su sana competencia en democracia, que quiere decir no asesinar, ni física ni moralmente a los oponentes. Que quiere decir: soy político porque tengo buenas ideas, no porque soy antichavista. Una sociedad donde “ser valiente no salga tan caro y ser cobarde no valga la pena”, con la que sueña Joaquín Sabina.
De acuerdo con el Índice de Democracia, referido líneas arriba, 75 de 167 países viven en democracia, una más eficientes que otras, pero democracias perfectibles al fin. Representan un 45% de las naciones en el mundo, sin contar con 26 países más que integran la ONU en 2020 y que no se cuentan en el índice. Pero que no suman, porque no destacan como sociedades abiertas. Quiere decir que la democracia sigue en minoría mundial. Y, últimamente, está perdiendo, pues se han sumado más países al club de los totalitarismos disfrazados de izquierdas redentoras.
Desde esta perspectiva, el desafío de recuperar a Venezuela de vuelta a la civilización, a la racionalidad de la convivencia social, es parte de este movimiento mundial que lucha por reducir el totalitarismo y sus ideologías a la mínima expresión. Esta es la premisa esencial de partida para una nueva oposición. Si no es así, seguirá como más de lo mismo, de fracaso en fracaso hasta su total extinción. Hay que reconstruirla. No nos queda otra.
Bernardino Herrera es Docente-Investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo