Recuerdos del futuro, por Teodoro Petkoff
El 24 de noviembre de 1948 un golpe militar, dirigido por Pérez Jiménez, derrocó al presidente Rómulo Gallegos, quien sólo alcanzó a gobernar ocho meses, después de haber sido elegido por el 75% de los votantes. Todos los organismos de elección popular fueron disueltos y el partido de Gallegos, AD, fue ilegalizado. Pero, no sin cierta habilidad política, la junta militar no tomó igual medida contra los otros tres partidos de la época, Copei, URD y Partido Comunista. Este último contaba con un diario, Tribuna Popular, cuya circulación fue tolerada, aunque se impuso a todos los medios -sólo impresos y radiales para entonces- una dura censura de prensa. El movimiento sindical, a pesar de la abrumadora presencia adeca en su seno, también conservó su legalidad.
AD, con la consigna de «Volveremos» -mucho antes de que Betancourt, en otras circunstancias, acuñara su famoso we will come back- adelantó una política que fincó en el golpe militar el retorno al poder. El momento culminante de tal política fue acordado para la primera semana de mayo de 1950. Y como ya es proverbial entre nosotros, el golpe debía contar con una movilización de la «sociedad civil» de la época, cuyo ariete era el movimiento obrero. De modo que AD y el PCV prepararon y lanzaron a una huelga indefinida a los trabajadores petroleros, con el pretexto de que el contrato colectivo estaba siendo violado. La Guardia Nacional entró a las viviendas obreras, vació neveras y despensas y a punta de fusil obligó a muchos trabajadores a reintegrarse a la actividad. Tres días después la huelga había sido quebrada. El golpe militar no pasó de dos pequeñas acciones aisladas, una en Maturín y otra en la base aérea de Boca de Río, en Maracay. En otro plano, el PCV fue colocado fuera de la ley y clausurado su diario. La CTV también fue disuelta y las dos grandes centrales petroleras, Fedepetrol (influenciada por AD) y Cosutrapet (bajo conducción de los comunistas), fueron ilegalizadas. La moraleja de este cuento ya la dijo Walesa en su reciente visita: la huelga general es un asunto muy serio, con el cual no se debe jugar porque el eventual pero nada improbable fracaso se traduce en un empeoramiento general de la situación. Hubo un detalle interesante en los días previos a aquella huelga. El comandante Delgado Chalbaud, presidente de la junta militar, y quien expresaba una postura más moderada en el seno del gobierno, envió un emisario al PCV (que era legal, recuérdese) para pedir que la huelga no fuera lanzada o, en todo caso, que no pasara de un día y que se esperara la próxima discusión del contrato colectivo. El enviado fue Rafael «Chicho» Heredia y su interlocutor comunista fue Gustavo Machado. Delgado adujo que huelga y golpe no tenían futuro pero que aquello iba a reforzar las posturas «duras» en el seno de la junta. Fue desoído.
Dijo un filósofo que los pueblos que no aprenden de su historia están condenados a repetirla y, antes de éste, otro filósofo había dicho que la historia una vez se da como tragedia pero suele repetirse como farsa.