Reflexiones sobre el 23 de enero de 1958, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
La deposición del régimen encabezado por el general Marcos Pérez Jiménez, autodenominado gobierno de las fuerzas armadas, abrió en Venezuela las compuertas a través de las cuales fluyó la transición a la democracia liberal representativa. Léase, el sistema político que, independientemente de las fallas y carencias detectadas en su desarrollo concreto, permitió a nuestra sociedad experimentar el mayor período de vigencia de las libertades políticas, civiles y económicas consustanciales con los principios y valores de la modernidad.
El lapso de vigencia de la democracia liberal representativa (1958-1999) significó una era de incuestionable progreso para los venezolanos, medido dicho mejoramiento en hechos tangibles como, por ejemplo, la masificación de la educación y la atención sanitaria que se brindó a la población del país, lo cual posibilitó que ésta gozara de oportunidades reales de crecimiento personal, traducidas, en la práctica, en el rápido ascenso social vertical que transitaron amplios sectores de la sociedad. Sin duda alguna, la democracia liberal representativa constituyó el momento estelar de la historia republicana.
El punto a debatir no es, entonces, los alcances y realizaciones de la democracia en el país. A las vista quedaron y, por ello, su discusión es impertinente. Sobre lo que sí debería discurrirse es, verbigracia, sobre la común y extendida narrativa historiográfica y comunicacional construida en torno al proceso político que condujo al desencadenamiento de los sucesos acaecidos el 23 de enero de 1958. Narrativa centrada en el enaltecimiento de dos imaginarios: la «conjunción cívico-militar» y el «espíritu del 23 de enero».
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El punto radica en que, más allá del contenido, significado y trascendencia particulares de la narrativa aludida, el hecho objetivo de lo ocurrido el 23 de enero de 1958 respondió, como en otras tantas coyunturas históricas nacionales, a la intervención en política de sectores actuantes al interior de la fuerza armada.
En otras palabras, el desenlace de aquel proceso se posó en las botas militares, más que en la organización y movilización de los sectores civiles de la sociedad.
Esto tuvo un alto costo y la nación, como un todo, se vio obligada a pagarlo íntegramente. Por haber sido el inicio de la transición a la libertad política producto de la intervención militar en política, la fase inicial de la democracia se vio asediada por la actuación de sectores retrógrados enquistados en la institución armada, que reclamando para sí el papel decisivo jugado en las horas referidas, jamás dejaron de asumirse con derecho incuestionado a ser el factor determinante en la configuración de las relaciones de poder, por encima, incluso, de la soberanía popular. Es decir, pretendieron, sin base aceptable alguna, que por haber servido la mesa había que facturarle a su favor.
En aquel tiempo de alborada democrática, dichas facciones retardatarias de la fuerza armada conspiraron activamente en contra del sistema libremente escogido por los venezolanos y los sucesivos y recurrentes alzamientos desarrollados costaron muchas vidas y acarrearon incuantificables daños materiales. Varias de esas heridas quedaron abiertas, como luego se constató con el paso de los años. No hubo épica alguna en esas rebeliones, como sí la hubo en el proceder de la institucionalidad que le hizo frente exitosamente, incluyendo, por supuesto, al acuerdo de defensa de la democracia suscrito por los partidos políticos de mayor arraigo popular de entonces, y al resto de la fuerza armada que las combatió y venció sobre el terreno.
Este tipo de reflexiones basadas en el análisis histórico siempre vienen al caso, en especial cuando se discute sobre las variantes propias de cualquier proceso de transición a la democracia, sobre todo si dicha discusión remite al ejercicio de parangonar diferentes momentos históricos. Arguméntese cuanto se argumente, no se debería nunca olvidar que la sustentabilidad de la democracia reposa en la acción y el compromiso ciudadanos. De no operar estos, la democracia nunca está segura. Tarde o temprano se desmorona.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.