Reflexiones sobre «La Guerra y la Paz», por Luis Ernesto Aparicio M.
Hace tiempo leí el famoso libro de León Tolstói, «La Guerra y la Paz», donde el autor invita a reflexionar sobre la vida, la historia y la moralidad. Ambientada en las guerras napoleónicas, la novela sigue a la aristocracia rusa en sus luchas personales y colectivas.
Tolstói explora cómo la guerra y la paz están interconectadas, mostrando la guerra como una fuerza destructiva que causa sufrimiento y deshumaniza a las personas. Sin embargo, también destaca la importancia de la paz, visible en los momentos de introspección y relaciones interpersonales, como camino hacia un significado más profundo de la vida.
Ofrece además una clara visión sobre las contradicciones entre ellas puesto que retrata la guerra como una fuerza destructiva que causa sufrimiento, caos y muerte; que despoja a los individuos de su humanidad, convirtiéndolos en simples partes de un conflicto mayor.
El autor insistía sobre la necesidad de encontrar la paz, esa que se muestra, según se deduce en su libro, por lo cual se puede calificar como un texto de profundo análisis de cómo estos dos estados influyen en la vida y el destino de las personas.
Traigo a colación esta gran obra porque puede que algunos no conozcan ni siquiera su forma, mucho menos quien es su autor, más allá de la admiración y asociación que sientan por la actual dictadura rusa.
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Ahora bien, lo que si conocen es cómo aplicar la violencia para mantenerse en el poder, mientras que la paz tan fundamental para el desarrollo de las sociedades es constantemente manoseada y utilizada para los consabidos beneficios que ella otorga a la hora del engaño.
Estos individuos pregonan que son la garantía de la paz y que, sin ellos, todo se rompería y entraríamos en guerra, pues cuentan con armas y alianzas para el conflicto. En muchos lugares, grupos violentos controlan la vida cotidiana, pero no la paz, que se garantiza mediante sometimiento y miedo.
Son muchos los lugares en los cuales los grupos violentos mantienen el control de todo lo relacionado al mantenimiento de una vida cotidiana sin sobresaltos, más no en paz, porque sencillamente, ella es garantizada a través del sometimiento, la extorsión y sobre todo el miedo. Los violentos suelen mantener a los ciudadanos entre la vida y la muerte por selección.
Se supone que la política se ejerce para el servicio íntegro y beneficio de los ciudadanos. En ella no cabe la amenaza, la venganza ni el ventajismo respaldado por el conflicto o el monopolio de las armas. La política es respetuosa de las decisiones, selección y elección de los ciudadanos. Nadie que valore las libertades humanas, debería pregonar: “baños de sangre” y “guerra”.
Son muchos quienes, en los tiempos de elección, han concentrado sus esfuerzos en vender la idea de la “paz”, esa que según ellos pueden garantizarla de manera exclusiva. Es aquí donde entra en juego la amenaza final, una especie de ultimátum que pretenden transmitir a todos con la idea de que, en sus momentos de reflexión antes de votar, ronde en sus pensamientos el miedo al cambio.
Es la vieja narrativa que se ha utilizado en muchos países y por parte de autócratas y populistas, bien de izquierda como de derecha. Lo hacen para crear la inestabilidad emocional necesaria y confundir al elector calándose el disfraz de la víctima perseguida por una fuerza superior pese a que ellos tienen el control del poder de fuego y la violencia.
Probablemente la demanda que Nicolás Maduro hace sobre la paz sea la confesión que hace sobre sus escenarios favoritos si se produce el revés político que ellos saben que podría ocurrir si el proceso político concluye bajo el respeto, transparencia y libertad que todo el mundo reclama.
De lo que no está al corriente Maduro, ni sus socios, es que la paz llegará por decisión de los venezolanos y que como Tolstói dice en su libro las experiencias de sufrimiento y dolor llevarán al inexorable triunfo de cada uno como individuo para luego concretarse en lo colectivo.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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